El ‘bucle interminable de esperanza y desesperación’ de las familias de los rehenes

Hen Avigdori y su hijo Omer, de 16 años, en su departamento en Hod HaSharon, Israel. La esposa de Avigdori, Sharon, y su hija de 12 años, Noam, están desaparecidas, al igual que otros miembros de su familia. (Tamir Kalifa/The New York Times).
Hen Avigdori y su hijo Omer, de 16 años, en su departamento en Hod HaSharon, Israel. La esposa de Avigdori, Sharon, y su hija de 12 años, Noam, están desaparecidas, al igual que otros miembros de su familia. (Tamir Kalifa/The New York Times).

Yakov Argamani tiene el rostro pálido y el alma rota de un hombre cuya hija está en peligro extremo. Arrastra los pies por su inmaculada casa en el sur de Israel, con un Libro de los Salmos en su mano derecha, mientras visitantes entran y salen por la puerta principal, y platos de comida recién hecha, más de la que jamás podría comer, se amontonan sobre las encimeras.

“Noa estuvo aquí, allá, en todas partes”, dijo sobre su hija, Noa, que fue secuestrada. “Falta su olor, su voz. De repente, todo desapareció”.

“Y yo estoy perdido”, expresó.

Hen Avigdori, guionista, extraña a su esposa y a su hija. Está sentado en un apartamento tranquilo cerca de Tel Aviv con su hijo adolescente. Hicieron un pacto: Avigdori comparte toda la información que tiene (que no es mucha) y su hijo comparte cómo se siente.

Pero Avigdori también está pasando por un momento terrible.

“Estoy en un bucle interminable de esperanza y desesperación, esperanza y desesperación”, describió. “Necesito alguna prueba de vida. Necesito saber dónde están mi esposa y mi hija. Esto me está volviendo loco”.

Yakov y Liora Argamani, con camisas azules, son acompañados por familiares y amigos de su hija, Noa, que fue secuestrada por militantes de Hamás, para una cena de “sabbat” en su casa en Beersheba, Israel, el viernes 13 de octubre de 2023. (Tamir Kalifa/The New York Times).
Yakov y Liora Argamani, con camisas azules, son acompañados por familiares y amigos de su hija, Noa, que fue secuestrada por militantes de Hamás, para una cena de “sabbat” en su casa en Beersheba, Israel, el viernes 13 de octubre de 2023. (Tamir Kalifa/The New York Times).

A Ilan Regev Gerby, un vendedor a domicilio con una barba corta y entrecana, le atormenta la última conversación que tuvo con su hija, Maya, la cual grabó en su teléfono. Ella estuvo en el festival del 7 de octubre en la que hombres armados del grupo militante Hamás masacraron a cientos de jóvenes y secuestraron a muchos otros. Su hija lo llamó mientras los hombres armados se le acercaban.

“Papá, me vieron, papá, me vieron, papá, me vierooooon”.

Y allí se corta la llamada.

Estas son las familias que experimentan la insoportable angustia de estar en medio de la crisis de rehenes más complicada del mundo en los últimos tiempos. Bebés, abuelas y soldados israelíes heridos. Estadounidenses, filipinos, franceses y mexicanos. Decenas de personas fueron secuestradas en ese festival y en un círculo de pequeñas ciudades y kibutz que miembros de Hamás, fuertemente armados, sitiaron durante horas antes de que las fuerzas de seguridad de Israel pudieran responder.

El lunes, el número de rehenes conocidos por el público aumentó a casi 200, frente a los 150 de los que se hablaba al inicio del conflicto. Un portavoz militar israelí declaró que los militares habían “actualizado” a las familias de los 199 rehenes, pero no dijo lo que discutieron.

Los expertos afirman que lo más probable es que Hamás los haya encerrado en un laberinto de túneles subterráneos en la Franja de Gaza, mientras la Fuerza Aérea israelí bombardea el territorio y el Ejército se prepara para invadir. Nadie sabe con certeza cómo Israel va a lanzar una invasión a gran escala en Gaza sin poner a los rehenes en mayor riesgo.

Lo que aterroriza aún más a los familiares es que los hombres que deciden si sus seres queridos viven o mueren son los mismos que demostraron un nivel de brutalidad que conmocionó al mundo. Masacraron a más de 1000 civiles desarmados, cazaron niños, mutilaron personas con hachas y cuchillos. Sin embargo, los rehenes también son quizás la última ventaja que tienen estos hombres.

Hamás podría utilizarlos como escudos humanos. O intercambiarlos por prisioneros en cárceles israelíes o por ayuda humanitaria que se necesita con urgencia o por cualquier otra cosa. La presencia de un número tan grande de rehenes está complicando los planes de batalla de Israel, y el domingo, altos diplomáticos comunicaron que un grupo especial de funcionarios de varios países, incluidos Egipto y Catar, dos naciones que podrían actuar como intermediarios, estaban teniendo reuniones frenéticas sobre los cautivos.

Los funcionarios israelíes afirmaron que Hamás no ha declarado lo que quiere, cómo iniciar negociaciones o incluso cuántas personas tiene retenidas.

“No sé nada, y creo que nadie en el país sabe específicamente lo que quieren excepto aplastar al Estado de Israel”, afirmó Ory Slonim, un experto en negociación de toma de rehenes que está asesorando al gobierno israelí. Hamás había amenazado la semana pasada con comenzar a ejecutar a los rehenes si Israel bombardeaba viviendas en Gaza, pero desde entonces no ha hecho ningún anuncio sobre hacerles daño.

Las circunstancias en las que fueron secuestrados algunos cautivos el 7 de octubre quedan claras, como es el caso de Noa Argamani. Las imágenes de cómo se la llevaron en una motocicleta, mientras le gritaba desesperadamente a su novio, a quien se llevaron a pie con las manos a la espalda por la fuerza, se hicieron virales.

Pero la desaparición de muchos otros, como la esposa y la hija de Avigdori, es un misterio. Estaban visitando a unos familiares en un kibutz cerca de Gaza. Mucha gente fue asesinada a su alrededor. Sus cuerpos no han sido encontrados. Y se desconoce el paradero de otros ocho miembros de la familia extendida.

Avigdori dijo que los funcionarios del gobierno todavía están clasificando las categorías más sombrías: desaparecidos, secuestrados o muertos.

“Ayer vinieron a mi casa dos oficiales del Ejército”, contó Avigdori el domingo. “Nos sentamos a hablar durante una hora. Se ofrecieron a ayudarnos con cualquier cosa que necesitáramos, como ir de compras. Al final, uno dijo: ‘Es hora de la actualización’”.

“¿Y sabes qué?”, continuó Avigdori con una expresión de incredulidad en su rostro. “El oficial sacó una libreta, la pasó a una página en blanco y me dijo: ‘Dime lo que sabes’. Y yo pensé: ‘¿No se supone que debes decirme lo que sabes?’”.

En lo único que piensa Argamani es en su hija entrando por la puerta. Su pesadilla comenzó el 7 de octubre mientras estaba en la sala de urgencias de un hospital en el sur de Israel, no lejos de Gaza, en medio de una multitud cada vez mayor de otros padres que habían llegado hasta allí con prisa, muchos de ellos armados con pistolas, buscando desesperadamente a sus hijos.

Después de que alguien le compartió el video del secuestro de Noa, de 26 años, y de su novio, “me desmoroné”, narró.

Desde entonces todo ha empeorado.

Noa era el centro de la familia. Era hija única. Estaba en la universidad, estudiando ingeniería eléctrica, pero de todas maneras encontró tiempo para cuidar a su madre, que sufre de cáncer y apenas puede caminar.

“Día tras día, es más difícil de soportar”, dijo su padre. “Abres la puerta y no sabes por qué. Te lavas la cara, pero ¿con qué propósito?. ¿Qué? ¿Qué sigue?”.

“Y es una joven hermosa”, señaló. “No quiero ni pensar en lo que podrían hacerle”.

Como muchos familiares de rehenes —pero no todos— Argamani no quiere que los soldados israelíes invadan Gaza, y no es sólo porque Noa está atrapada allí.

“Entran y matan, matan y matan”, afirmó Argamani. “¿Y luego qué? ¿Qué sigue? ¿Solo más derramamiento de sangre?”.

Regev Gerby busca apoyo dondequiera que pueda conseguirlo. Su hija Maya, de 21 años, desapareció del festival, al igual que su hijo, Itay, de 18. Fueron juntos. Son muy unidos. En un video de Hamás, se muestra a Itay, con las manos atadas, en la parte trasera de una camioneta, vivo.

Regev Gerby ha estado recorriendo las estaciones de televisión israelíes, compartiendo su agonía. Ahora la gente se le acerca en la calle y lo abraza.

“Es increíble”, reconoció. “¿Recibir el apoyo de un extraño? Se me pone la piel de gallina”.

El sábado por la noche, su vecindario organizó una vigilia por Maya, Itay y uno de sus amigos que también fue secuestrado. En el aire suave y cálido, rodeada de elegantes edificios residenciales y hermosos árboles y arbustos, la multitud de varios cientos de personas entonó canciones de esperanza.

En la rotonda se colocó un cartel negro que permanecerá allí hasta que termine esta pesadilla.

Dice: “Te esperamos en casa”.

c.2023 The New York Times Company