‘Al borde de la cerca’, un desgarrador testimonio sobre dolorosos recuerdos del éxodo de Mariel

El día primero de abril de 1980 el joven Héctor Sanyústiz, conduciendo un ómnibus de la ruta 79, impactó la cerca de la embajada del Perú en La Habana. Los policías que custodiaban la sede abrieron fuego de inmediato contra el vehículo, hiriéndolo a él y a Radamés Gómez, uno de los amigos que lo acompañaban. Una de las balas alcanzó también a uno de los propios custodios causándole la muerte.

Lo demás es, como se dice, historia: Perú le concedió asilo a Sanyústiz y sus acompañantes; Fidel Castro exigió que se los entregaran para juzgarlos; el embajador peruano se negó; Cuba retiró sus guardias y anunció que todo el que quisiera irse podía hacerlo; cinco días después más de 10,000 personas habían penetrado en la embajada; el 19 de abril el gobierno organizó la llamada Marcha del Pueblo Combatiente en la que un millón de cubanos desfilaron cobarde y vergonzosamente frente a la embajada gritándole a los que allí se encontraban refugiados: “Que se vayan los gusanos, que se vayan”.

portada
portada

Uno de aquellos “gusanos” era el escritor Nicolás Abreu Felippe, quien unos días antes había ingresado a la embajada saltando junto a su esposa la cerca de la embajada. De aquellos hechos han pasado muchos años, pero el recuerdo de los insultos todavía permanece en su memoria, como también permanece el de las terribles condiciones de vida que debieron soportar hasta que al fin lograron abandonar la isla a través del éxodo del Mariel.

Estos dolorosos recuerdos son los que Abreu -como si el tiempo no hubiese transcurrido y con una minuciosidad narrativa pocas veces vista en un testimonio- relata en su libro, Al borde de la cerca, que acaba de ser reeditado (incluyendo el prólogo original de Carlos Alberto Montaner) por la editorial El ateje.

Estructurado cronológicamente, el libro comienza con una noticia escuchada en un radio de onda corta: “Aún después de que mi hermano me comentó que oyó decir por la Voz de las Américas, que varias personas se habían asilado en la embajada de Perú, no fue mi idea aventurarme a pedir asilo en la sede diplomática. Pero era tanto mi deseo de largarme de la isla, que decidí arriesgarme a pesar de que mis padres estaban en contra”.

Lo que sigue es un recuento pormenorizado de los días que precedieron el momento en que finalmente, Abreu Felippe, su esposa y unos amigos que los acompañaban, penetran en la embajada: “Ya estábamos frente a frente con la cerca que tanto había imaginado. La oscuridad reinaba. No podíamos perder tiempo. Bernardo, auxiliado por los que ya estaban del otro lado, ayudó a las mujeres y a los niños. Solo quedaba yo afuera, inmutable, sin más remedio que saltar. Avancé hacia la cerca y de un salto, sin tocarla apenas, caí del otro lado”.

Los siguientes capítulos, escritos con un lenguaje fuerte que no da tregua al lector, son difíciles de leer. Debo confesar que lo hice con el corazón apretado en un puño ante todo el horror y la angustia que debieron soportar aquellos diez mil infelices cubanos hacinados en los jardines de la antigua casona de Miramar. En uno de ellos, cuando ya todos desfallecían por el hambre y la sed, Abreu describe el estado físico en que se hallaba su esposa: “Seguía acostada boca arriba, ya ni siquiera se viraba para cambiar de posición. Sudaba mucho, le pasé la mano por la frente para quitarle el pelo que le caía sobre el rostro”.

Nicolás Abreu Felippe
Nicolás Abreu Felippe

El libro cierra con un estremecedor epílogo que resume lo que ocurrió después que casi todos los asilados, vencidos y sin esperanzas, salieron de la embajada a través de los llamados “salvoconductos definitivos” y que fueron, como se supo después, los que dieron comienzo al “éxodo del Mariel” y a los “actos de repudio” (golpes y escupitajos como castigo por querer vivir en libertad), quizás uno de los episodios más vergonzosos de la historia reciente cubana. Es imposible imaginar una degradación mayor que la de un pueblo capaz de perpetrar semejantes abusos contra sus indefensos compatriotas.

Por eso Al borde de la cerca es un libro de lectura obligada. Porque que rescata para la historia una parte importante de nuestra memoria colectiva. Sí, ha hecho bien Nicolás Abreu en escribirlo porque ha logrado reflejar, a través de su tragedia y la de su familia, la de todo un pueblo.