Mientras las bombas caen en Gaza, la historia se cierne sobre una familia que lucha por sobrevivir

Personas buscan entre los escombros de un edificio destruido durante los enfrentamientos en Beit Lahiya, en la Franja de Gaza, el 3 de agosto de 2015. (Tomas Munita/The New York Times)
Personas buscan entre los escombros de un edificio destruido durante los enfrentamientos en Beit Lahiya, en la Franja de Gaza, el 3 de agosto de 2015. (Tomas Munita/The New York Times)

Mohamed Abujayyab no sabía qué hacer.

Durante seis días ha estado varado en su apartamento de Los Ángeles pegado a la televisión y enviando mensajes en su teléfono celular. El ingeniero en programación de 39 años estaba intentando salvar a su abuela, que estaba a miles de kilómetros de distancia en la Franja de Gaza, pero ella no hacía caso a sus súplicas de que escapara.

Para entonces, los aviones de combate ya habían soltado 6000 bombas en Gaza, en respuesta a los devastadores ataques del 7 de octubre. Vecindarios enteros habían sido arrasados en Gaza y la cifra de muertos reportada se elevaba por cientos a diario. Israel acababa de ordenarle a más de un millón de habitantes que abandonara sus hogares en la parte norte de Gaza y se trasladara al sur.

En conversaciones frenéticas en un grupo familiar de WhatsApp, Abujayyab le pedía a su abuela de 88 años, Rifa’a, que se uniera al éxodo de habitantes, a pesar de que decenas de personas habían fallecido en explosiones en el camino. (Hamás culpó a Israel, que negó ser responsable), pero ella se rehusó a marcharse.

Su abuela ya había escapado en una ocasión, en 1948, explicó Abujayyab, como una de los 700.000 palestinos que huyeron o fueron expulsados de sus hogares durante la guerra que siguió a la creación de Israel. Terminó en Gaza, la abarrotada franja costera, donde pasó la mayor parte de su vida bajo la ocupación y el control israelí. Setenta y cinco años más tarde, no tenía intenciones de volver a huir.

“Ella vivió todo 1948”, afirmó un Abujayyab con ojos llorosos en una videollamada. “Escuchó la advertencia de que, si se marchaba, no podría volver y dijo que prefería quedarse y morir en su casa”.

Mohamed Abujayyab, al centro, con su madre y miembros de su familia en Arabia Saudita. (Mohamed Abujayyab vía The New York Times)
Mohamed Abujayyab, al centro, con su madre y miembros de su familia en Arabia Saudita. (Mohamed Abujayyab vía The New York Times)

Desde 2007, Gaza ha estado dirigida por Hamás, la organización política y militar islamista, aunque Israel controla sus fronteras a través de un bloqueo punitivo que Egipto se encarga de hacer cumplir.

No obstante, para sus habitantes, Gaza es un lugar definido por el desplazamiento. Aproximadamente el 80 por ciento de sus 2,1 millones de habitantes son refugiados registrados: palestinos obligados, en 1948, a salir de lo que hoy es Israel o en gran parte sus descendientes. El trauma está en el núcleo de su identidad, señaló Azmi Keshawi, investigador gazatí de Crisis Group, una organización de investigación.

“Si le preguntas a un niño de 10 años de dónde proviene, te dirá el nombre de su poblado, su historia, su tierra”, comentó Keshawi. “Este es el tipo de educación que se transmite de abuelo a padre y de padre a hijo. La mayoría de los refugiados de Gaza sigue teniendo las llaves y los documentos d sus antiguas casas y tienen la esperanza de regresar algún día”.

El prospecto de un regreso palestino a esa tierra parece muy lejano, pero muchos palestinos en Gaza se aferran a su identidad de desplazados a pesar de o debido a un bloqueo sofocante que lleva 16 años.

“Es como tener tu identificación personal en la cabeza”, afirmó Abujayyab.

A medida que Israel prepara una incursión terrestre en Gaza, muchas personas temen que la historia se repita. El primer ministro Benjamin Netanyahu ha señalado que necesita sacar a los palestinos de sus hogares durante el tiempo que duren los enfrentamientos para “eliminar” a Hamás. Muchos temen que ya no se les permita regresar y que la invasión sea una excusa para obligarlos a irse para siempre.

“Mis padres y yo no cometeremos el mismo error de la Nakba”, aseveró este mes en redes sociales el periodista gazatí de 27 años Bayan Abusultan. (La Nakba, o “catástrofe”, es la manera que tienen los palestinos de describir los sucesos de 1948).

Gaza no siempre estuvo en guerra. No había valla en las primeras décadas después de que Israel derrotó a Egipto y otros países atacantes en una guerra en 1967, apoderándose de Gaza.

Aun así, la frustración crecía. La primera intifada, o levantamiento palestino, en 1987, comenzó con un accidente de tráfico en Gaza, cuando un camión militar arrolló a un vehículo que transportaba trabajadores palestinos. A medida que aumentaban las huelgas y protestas contra la ocupación, Israel restringió los traslados desde Gaza. Empezó a levantarse una valla, que al inicio era modesta.

“Me gustaría que Gaza se hundiera en el mar”, aseveró Isaac Rabin en 1992, cuando era primer ministro de Israel, pero como era improbable que sucediera, añadió Rabin, había que encontrar una solución. Un año después estrechó la mano del líder palestino Yasser Arafat en los jardines de la Casa Blanca para sellar el primero de los acuerdos de paz de Oslo. Muchos palestinos lo consideraron un gran paso hacia el surgimiento de su propio Estado.

Participando de ese optimismo, la familia de Abujayyab se mudó de nuevo desde Arabia Saudita, donde sus padres habían sido profesores, y regresó a Maghazi, un abarrotado campo de refugiados en el centro de Gaza. Abujayyab, que entonces tenía 10 años, se inscribió en una escuela de las Naciones Unidas.

“Imaginábamos que llegaríamos a ser médicos e ingenieros”, recordó Abujayyab.

Pero durante su último año de bachillerato, en el 2000, estalló la segunda intifada. Los terroristas suicidas palestinos atentaban contra cafeterías, hoteles y autobuses en las ciudades israelíes, lo que a menudo provocaba medidas de seguridad brutales. Abujayyab participó en protestas en las que los estudiantes lanzaban piedras contra los convoyes militares israelíes.

Uno de sus amigos murió cerca de la valla; sin embargo, Abujayyab logró escapar y obtuvo una beca para estudiar Ingeniería en Emiratos Árabes Unidos. En 2007, emigró a Estados Unidos, donde más tarde obtuvo la ciudadanía.

En 2005, Israel, bajo el fuego ocasional de cohetes de Hamás, había retirado de Gaza a sus soldados y a unos 9000 habitantes. Los dirigentes israelíes hicieron declaraciones esperanzadoras de que Gaza podría convertirse en el “Hong Kong del Medio Oriente”.

No obstante, las autoridades israelíes mantuvieron el dominio sobre Gaza, al controlar su puerto, su aeropuerto y gran parte de su economía, así como los traslados de sus residentes. Hamás, considerado un grupo terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, ganó las elecciones legislativas palestinas en 2006. Un año después, expulsó con violencia de Gaza a su rival principal y estableció el control total del territorio.

Las restricciones de Israel se transformaron en un bloqueo asfixiante, promulgado con la ayuda de Egipto. La valla de seguridad se hizo más alta y elaborada.

“A partir de 2007, la valla se convirtió en una barrera cada vez más grande que parecía una prisión”, afirmó Abujayyab.

Cuando Abujayyab se enteró por primera vez de los atentados de Hamás del 7 de octubre, en Instagram, dijo que le asombró lo que vio.

La cobertura informativa israelí y occidental se centró en la violencia masiva contra civiles israelíes: jóvenes abatidos a tiros en un festival de música y familias enteras acribilladas dentro de sus casas. Al final del día, más de 1400 civiles y soldados habían muerto, según las autoridades israelíes.

Pero los canales de televisión y los sitios de noticias árabes dieron prioridad a las imágenes de militantes de Hamás derribando la valla de seguridad que rodea Gaza con excavadoras e irrumpiendo por el paso principal de la frontera con Israel.

Cuando Abujayyab vio esas imágenes, “fue uno de los momentos más satisfactorios de mi vida”, dijo. “Vi a mis abuelos vivir y morir en un campo de refugiados y no salir nunca de allí”, recordó. “Así que cuando vi a alguien derribar esa valla, sentí como si hubiéramos escapado de la cárcel”.

No obstante, esa sensación de satisfacción se desvaneció rápidamente cuando los aviones de combate israelíes empezaron a pulverizar objetivos dentro de Gaza. Cuando quedó claro que los bombardeos eran mucho más intensos y mortíferos que los anteriores, Abujayyab empezó a preocuparse por su hermana, Doaa, de 26 años, licenciada en Informática que esperaba una entrevista de inmigración en Estados Unidos.

Ante la insistencia de su familia, se mudó al apartamento de su abuela en la parte occidental de Gaza.

A primera hora del viernes, el Ejército israelí ordenó la evacuación de los residentes de un grupo de 25 bloques de apartamentos cercanos a su abuela. Un pequeño ataque con drones sobre un tejado reforzó el mensaje.

Poco después, los aviones bombardearon los apartamentos, reventando las ventanas de la vivienda de su abuela. Junto con su hermana, se adentró en la noche con otras 6000 personas. Al final, encontraron refugio en un pequeño hospital dirigido por un familiar en el sur de Gaza.

El miércoles, el ataque israelí había matado a más de 6500 personas en Gaza, según el Ministerio de Salud del territorio, dirigido por Hamás.

Unas noches antes, otras dos adultas mayores lograron salir de Gaza: Nurit Cooper, de 79 años, y Yocheved Lifshitz, de 85, quien había sido secuestrada el 7 de octubre durante una matanza en el kibutz Nir Oz.

Es probable que la hermana o la abuela de Abujayyab no se enteraran de la noticia. No tenían electricidad ni internet y seguían cayendo bombas, según dijo su hermana en un mensaje de voz para su familia.

“Hay muchas razones por las que no puedes localizarnos”, le dijo. “No te preocupes”.

c.2023 The New York Times Company