“Boleros prohibidos”, un libro sobre la música cubana bajo el castrismo y su renacer lejos de Cuba

“Miénteme más que me hace tu maldad feliz…”, ese lamento de amor que Olga Guillot, la Reina del Bolero, dejó al mundo, tiene que haber sido una canción muy subversiva en la Cuba de los años 1960. Hablar de mentiras en medio de tantos cuentos chinos era una provocación.

“El Perturbado en Jefe quería un mundo nuevo, y eso de tener una bodega en cada esquina y una vitrola en cada bodega, sonando boleros, era intolerable”, dice Armando López sobre Fidel Castro y el comienzo de la caída en desgracia del bolero. “Que los niños vinieran de la escuela y su padre estuviera jugando al cubilete, y escuchando a Olga Guillot cantar “Miénteme más que me hace tu maldad feliz…”, mientras que Él mentía por horas en la televisión, había que erradicarlo”.

López, escritor y periodista, fundador de la Revista Opina y del Premio Girasol en los años 1980 en Cuba, vivió la historia de la música cubana de cerca, fue a veces protagonista de la diversión habanera, otras entrevistador de las grandes figuras. Por eso hablar de música con él es un privilegio que no se debe dejar pasar.

“En 1959, La Habana en revolución es más bohemia que nunca, ha perdido el freno, es el destape... Errol Flynn, Ava Gardner, premios Nobel, intelectuales, terroristas, espías, gozan La Habana en revolución. Dos años después en el Malecón levantan trincheras para una guerra imaginaria, y en las tiendas explotan las bombas, pero aún la música cubana suena en cada esquina”, escribe López en Boleros prohibidos, que presenta el 18 de noviembre en la Feria del Libro de Miami, que celebra su 40 edición.

Boleros prohibidos es el réquiem de Armando por una ciudad, por un país y por sus artistas, y también la celebración del triunfo lejos de Cuba de los que se fueron, a la orilla del Hudson –como Paquito D’Rivera y Celia Cruz–, o en Miami, como Willy Chirino y Cachao.

Cuando pensamos que López solo va a hablar de música cubana, nos deja con la frase más bella sobre la música y la guerra, que no se las adelanto, para que la lean unos párrafos más abajo.

Tienes un caudal de recuerdos y materiales sobre música cubana. ¿Cómo fue el proceso de selección para el libro?

Boleros prohibidos es un recorrido por mis charlas multimedia sobre música cubana en las universidades de Columbia y South California, el Instituto Cervantes de Nueva York, la Casa Hispánica de Madrid o, recientemente, en Buenos Aires. El libro comienza con la trompetilla de la guaracha, que no respetaba altares ni jerarquías, y su triste transformación en la guaracha domada, al servicio de la política, y termina con la advertencia de García Márquez: “Cómo desaprovechan su música los cubanos”. Más que un libro sobre ritmos y autores, es un libro sobre la destrucción de la libertad creativa y de la industria de la música cubana.

El libro habla de muchas prohibiciones, pero ¿por qué “Boleros prohibidos”?

El bolero fue acusado de pesimista y decadente. La mujer tenía que ser miliciana, federada. Baste decir que Ela O’Farril por componer Adiós felicidad casi no te conocí, fue interrogada durante una semana en una celda del Departamento Técnico de Investigaciones (DTI).

Boleristas ídolos de multitudes, como Blanca Rosa Gil, Orlando Contreras, autores de la talla de Osvaldo Farrés, Luis Marquetti y Leopoldo Ulloa, fueron silenciados. Rolando Laserie, Ñico Membiela, Fernando Albuerne se montaron en el avión para no regresar (la lista es interminable).

Fundieron una veintena de disqueras en una sola, la EGREM, que se mojaba cuando llovía. Metieron a todos los músicos y cantantes en un centro de contrataciones. Usted veía en la misma cola a Bertha Dupuy (la preferida de Adolfo Guzmán) que al tramoya de cualquier orquesta. Y crearon jurados para medir la calidad de los cantantes y músicos. Según la letra que les otorgaban, A, B o C, se les permitía trabajar en la televisión, grabar un disco, o presentarse en un cabaré. Nadie escapó de la evaluación, ni Barbarito Diez, la voz del danzón; ni Marta Strada, la baladista ídolo en los años 1960, a quien una humillante letra C le impidió hacer televisión por más de 10 años.

Tiene un lugar especial Olga Guillot en el libro, ¿qué se ha quedado fuera sobre la Reina del Bolero?

Contigo en la distancia (Portillo de la Luz), Tú me acostumbraste (Frank Domínguez), La gloria eres tú (José Antonio Méndez), los boleros que han puesto a Cuba en el mapa de la música del mundo, los grabó Olga Guillot con la orquesta Riverside ampliada con violines de la sinfónica en 1957.

En Cuba, de cada bodega habanera a batey de ingenio no había vitrola que no tuviera 10 discos de la Consentida, que así le decían … El cabaret Tropicana solo presentaba estrellas internacionales, como Nat King Cole, pero Rodney produjo Miénteme, solo para ella. “Después del cielo Cuba, después de Cuba, Olga Guillot”, expresó Agustín Lara… En 1961, la Reina del Bolero protagonizaba Serenata mulata, en el cabaret Capri, cuando una provocativa tela apareció extendida desde el Club 21 (donde cantaba el cuarteto d’ Aida), hasta la puerta del Salón Rojo, en letras enormes, advertía: “¡Hasta siempre, Olga Guillot!” Sus fanáticos, los mariquitas –gays– que la imitaban, los hijos que habían crecido con sus canciones aboleradas, sus compañeros músicos y artistas, desafiantes, se amontonaron en la puerta del Capri, para despedirla.

Olga Guillot (der.), una de las grandes intérpretes de la música cubana, con la actriz mexicana María Félix. “De cada bodega habanera a batey de ingenio no había vitrola que no tuviera 10 discos de la Consentida”, dijo López, sobre Guillot, llamada también La Reina del Bolero.
Olga Guillot (der.), una de las grandes intérpretes de la música cubana, con la actriz mexicana María Félix. “De cada bodega habanera a batey de ingenio no había vitrola que no tuviera 10 discos de la Consentida”, dijo López, sobre Guillot, llamada también La Reina del Bolero.

En unas horas Guillot partiría para Venezuela, pero todos sabían que no regresaría. Humberto Anido, el productor del Capri, trató de sustituirla por Celeste Mendoza (entonces reina de la televisión), por Gigi Ambar (triunfaba en Venezuela), por la desconocida Gina León, que se empeñaron en publicitar, vistiéndola, peinándola raro, pasando su grabación Aléjate, cada media hora, por todas las emisoras del país. Los cubanos debían olvidar a Olga Guillot.

Viajas por tantas épocas, en algunas eres observador y en otras eres activo participante. ¿Qué época prefieres borrar y cómo afectó al arte cubano?

Con 12 años, en Santa Clara, me sabía todos los cabaret de la Habana, por las páginas amarillas de la guía telefónica. A los 15 salté la tapia del patio. La Habana era deslumbrante. La tienda El Encanto estrenaba en exclusiva la colección de primavera de Christian Dior; los perfumes Guerlain, en su local del Paseo del Prado, imprimían en sus etiquetas París, New York, La Habana. ¡Y no era por gusto!

La revista Bohemia, con su sección La farándula pasa, era, en 1956, la de más circulación en idioma español: 320,000 ejemplares semanales. Y el recién construido (1949) Teatro Blanquita (6,600 lunetas, 500 más que el Radio City Music Hall neoyorquino) tenía un enorme escenario que se congelaba para el patinaje sobre hielo. En La Habana había más de 20 clubes gay cuando en Nueva York y París ser homosexual era un delito. ¡Oh, La Habana! donde en Montmartre cantaba Edith Piaf; en Sans Souci, Sarah Vaughan; en Tropicana, Nat King Cole, y, en La Rampa, en casa de Frank Domínguez, Martha Valdés y Ela O’Farrill, estrenaban canciones que, al día siguiente, sonaban en las vitrolas. ¿Qué época prefiero borrar, cuando por impaciencia fuimos expulsados del paraíso?

El escritor y periodista Armando López Salamó presenta su libro “Boleros prohibidos” el 18 de noviembre en la Feria del Libro de Miami. En este homenaje a la música cubana dentro y fuera de la isla, López convoca a las grandes figuras, a veces en entrevistas, otras en perfiles, en lo que resulta una lectura deliciosa sobre uno de los aspectos más apreciados de la cultura cubana.

De observador a participante… A mis 20 y tantos años escribí guiones para Manolo Rifat, a los 30 fui editor de la Revista Opina, revista casi capitalista; creamos el Premio Girasol, produje espectáculos en los teatros Mella, Nacional, Karl Marx. Pero Opina la cerraron en 1990 y pude escapar. En Nueva York logré producir musicales en The Town Hall, Lincoln Center, The Manhattan Center, ser periodista, denunciar, publicar una novela, Los maricones van al cielo (que fue bien acogida por la crítica)… Y ahora presentar Boleros prohibidos o La Habana sin Olga Guillot.

Ahora que La Habana se ha vuelto oscura, ¿qué atesoras de esa Habana llena de luces y música? ¿Crees que se recuperará?

Antes de… la música cubana hacía milagros: “Caballero, esto le zumba, la cosa se ha puesto fea, el muerto se fue de rumba”, cantaba la multitud en los carnavales habaneros cuando eran frente al Capitolio, pero los ritmos cubanos lo mismo hicieron bailar a un muerto que profetizaron —a golpe de guaguancó— la tragedia de su pueblo: “Timba en la trampa cayó y no puede salir”. Si no hubiera sido por la Guerra Hispanoamericana seríamos españoles. Ahora esperamos que venga alguien a liberarnos.

Si tuvieras que elegir uno de los grandes de la música cubana, ¿con quién o quiénes se queda Armando López cuando escucha música para sí mismo?

No puedo quedarme sólo con Lecuona, Beny, Pérez Prado, la Guillot, Celia Cruz, Celina González, o Barbarito. Elegir uno sería como cortarme un brazo. Me quedo con todos. Y con toda la música, brasileña, estadounidense, española, israelí y palestina, porque la música es lo contrario de la guerra … Y espero que hagan buena música en otros planetas.

¿Cómo cambia la música cubana cuando se sitúa fuera de Cuba, ya sea en México, Miami o a la orilla del río Hudson?

El que cambia es uno. En Santa Clara escuchaba a Elvis, a Ella Fitzgerald, a The Platters. Aquí escucho a Vicentico, al Beny, a Orlando Vallejo. En mi terraza tengo una mata de plátanos. Y detrás de mi cama, una foto de mi madre blanca y otra de mi nana negra que me crió, porque soy cubano… Una vez hablaba sobre el bolero en Union City, Nueva Jersey, cuando se me acercó una señora: “Quiero darle las gracias en nombre de mi esposo”. Y abrazándome, me dice: “Yo soy la viuda de Orlando Vallejo”… Y, claro que lloramos los dos. Es que uno no se va de Cuba, se la lleva dentro.

La Lupe junto al pianista Homero Balboa, en uno de esos momentos que caracterizan el despliegue de su particular temperamento en el escenario. “La Lupe fue el último grito de rebeldía de la música cubana”, dice Armando López en su libro Boleros prohibidos.
La Lupe junto al pianista Homero Balboa, en uno de esos momentos que caracterizan el despliegue de su particular temperamento en el escenario. “La Lupe fue el último grito de rebeldía de la música cubana”, dice Armando López en su libro Boleros prohibidos.

¿Cuál es el aporte fundamental de la música cubana al mundo?

Qué daño nos ha hecho creer que “el cielo más azul es el de Cuba”, dondequiera que guitarras y bandurrias españolas, portuguesas o italianas se mezclaron con tambores africanos, hay tremenda música. Ahí tienes el blues, el jazz en Nueva Orleans, el bolero en Veracruz, el vallenato en Colombia, la salsa de Puerto Rico, y ni hablar de Brasil, que está a la vanguardia de lo que suena en el continente.

En Cuba, en las últimas décadas, la producción de nuevos ritmos se agotó. Las causas hay que hallarlas en la falta de grabaciones y comercialización, pero sobre todo, en el dogmatismo que calificó el pasado como decadente, en la represión que acabó con todo resto de individualidad y pretendió crear el hombre químicamente puro: el hombre nuevo.

Hoy, en medio de las ruinas de Cuba, la genética musical de la Isla permanece intacta. El son corre en las venas de los cubanos. ¡Ahí tienes la timba! Sólo hace falta abrir las puertas, que corra el aire fresco, ajustar la brújula de la comercialización y gritarle al mundo: “Timba en la trampa cayó y sí pudo salir”.

Armando López Salamó presenta Boleros perdidos en la Feria del Libro de Miami, sábado 18 de noviembre, 4:45 p.m. Campus Wolfson del Miami Dade College, edificio 8, piso 5, salón 8525.