Este era Bob Graham: ‘Trabajamos para todos los contribuyentes, no solo para los que votan por mí’ | Opinión

Hay políticos ambiciosos y hay servidores públicos comprometidos.

Bob Graham, era de estos últimos. Un extraordinario floridano: representante estatal, el 38 gobernador del estado, tres veces senador federal y breve candidato presidencial.

Orgulloso demócrata, gobernó un estado más amable en el que el partido no era el principio y el fin de todo que es ahora, y sus iniciativas en educación no eran políticas, sino destinadas a elevar el aprendizaje de los estudiantes y a garantizar que el dinero público se destinara a enriquecer las escuelas públicas, no las privadas.

Todo eso le importaba a Daniel Robert Graham, servidor público durante casi cuatro décadas.

Murió el martes por la noche a los 87 años, y desde su arbolada ciudad natal de Miami Lakes, fundada por su familia, hasta Tallahassee, donde alcanzó fama como legislador y gobernador, la gente alaba el legado que deja.

El más importante, quizás, es que todos contamos, independientemente de partido o de condición de elector.

Fue la primera lección que su asistente de muchos años, Lula Rodríguez, aprendió de Graham después de que la activista cívica cubanoamericana fuera contratada en 1984 para trabajar para el gobernador en su oficina del sur de la Florida.

Rodríguez describió un momento memorable: Tarde como siempre, ella y Graham se apresuraban en el aeropuerto de Miami tratando de tomar un vuelo a Tallahassee cuando un grupo de tres personas se acercaron al gobernador y se identificaron como haitianos que necesitaban su ayuda con los papeles de inmigración.

En ese mismo momento, Graham sacó su característica “libretica” y empezó a anotar sus datos como si tuviera todo el tiempo del mundo.

“Yo estaba desesperada porque iba a perder su vuelo”, me dijo Rodríguez, horas después de que se anunciara la muerte de Graham. “Así que me acerqué a su oído y le dije: “Señor, va a perder su vuelo y esta gente ni siquiera puede votar todavía”.

Mala selección de palabras, y aunque eso podía haber convencido a otros políticos, no fue un argumento convincente para Graham.

“Por la mirada enojada que me dirigió —la única en los 10 años que trabajé para él— supe que me había equivocado”, recordó Rodríguez. “Terminó de tomar todos los datos y les dijo que haría que su persona del INS [agencia de inmigración] se pusiera en contacto con ellos. Luego se excusó amablemente y corrimos el resto del camino hasta la puerta. Llegó a tiempo, pero no sin antes decirme, muy educadamente como siempre: “Lula, trabajamos para todos los contribuyentes del estado de la Florida, no solo para los que votan por mí”.

Rodríguez dice que se sintió tan avergonzada que no pudo dormir durante días.

“Cuando lo recogí en el aeropuerto la siguiente vez, le saqué el tema e intenté disculparme”, afirmó. “Me dijo que no era necesario, pero que era una buena lección que debía aprender si quería seguir en el servicio público. Nunca olvidé esa importante lección y seguí sirviendo al público hasta 2001. Fue un gran modelo a seguir. Ya no se ven servidores públicos como Bob Graham”.

Le ayudó a servir a sus constituyentes y a dar victorias a los demócratas del sur de la Florida en todos los niveles de gobierno en un estado bipartidista y en el condado azul de Miami-Dade. Rodríguez también se dedicó al servicio. Después de que Graham fuera elegido senador, se convirtió en representante de distrito de su oficina en el sur de la Florida, y luego se trasladó a Washington DC, para servir en el Departamento de Estado de la administración de Clinton y en otros cargos públicos y privados.

No, el apacible y erudito Graham no guardaba rencores, a menos que fuera el director del FBI que intentaba ocultar al Congreso y al público estadounidense la información sobre los vínculos de Arabia Saudita con la infamia del 11 de septiembre.

Entonces, era implacable en la búsqueda de la verdad y la divulgación, como escribió Dan Christensen en su portal digital de vigilancia, FloridaBulldog.org, en”Bob Graham, el 11-S, el FBI y yo”.

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El gobernador Bob Graham con su asistente de muchos años Lula Rodríguez, en la foto a finales de la década de 1980, cuando era directora de su oficina del sur de la Florida. Graham murió a los 87 años en Gainesville, Florida, el 16 de abril de 2024.
El gobernador Bob Graham con su asistente de muchos años Lula Rodríguez, en la foto a finales de la década de 1980, cuando era directora de su oficina del sur de la Florida. Graham murió a los 87 años en Gainesville, Florida, el 16 de abril de 2024.

Graham, el Laker de Miami

Aunque cubrí el primer caucus hispano en la Legislatura de la Florida en los años 80, no llegué a escribir sobre Graham.

Para mí, el gobernador era un vecino, la celebridad millonaria que vivía en la subdivisión de casas adosadas frente a la mía en la década de 1990. La suya, increíble para un personaje público, no tenía verja; la mía, más nueva, construida por la Graham Company, sí.

“Se comportaba como un vecino más, paseando por las mañanas con los auriculares puestos, muy amable y simpático, siempre preguntando el nombre de la persona que le saludaba”, escribió en X Alberto Comas, vecino de Miami Lakes.

El gobernador, que podía haber vivido en la parte más rica de la ciudad, también conducía un Honda de trasmisión manual sin aire acondicionado. Nadie podía obligarlo a dejarlo, ni siquiera su esposa, Adele, dijo Rodríguez.

“El propósito de un auto es llevarte del punto A al punto B y ese auto lo hace por mí”, decía Graham.

Puedo dar fe de ello. La última vez que le vi, ambos estábamos echando gasolina en la Chevron de la esquina.

Nos saludamos y dimos la mano. No tenía ni idea de quién era yo. Mi foto no iba entonces con mis artículos, pero cuando me preguntó mi nombre y se lo dije, lo supo. No se inmutó cuando le confirmé que tenía por vecino a una periodista del Miami Herald. Su sonrisa no cambió, como la de otros que no les gusta nuestra afición periodística a la curiosidad.

También veía a menudo a Adele en la peluquería cubana donde me arreglaba el pelo, en la que el color, el corte y el secado costaban $35. La primera vez que mi peluquera me susurró al oído en español que la mujer que estaba a mi lado, esperando a que se le fijara el tinte, era la esposa de Bob Graham, tuve que reírme. Los temas que se abordábamos en voz alta entre mujeres en una peluquería cubana no son precisamente el pan de cada día para la esposa de un gobernador o senador.

Adele era amable. La charla en español no le molestaba.

Ni la segunda lengua de Miami intimidó a su marido en tiempos de profundas divisiones sobre su uso.

De hecho, dijo Rodríguez, Graham quería aprender español y le fascinaban las palabras con diptongo como las que se usan en palabras con “güe”: nicaragüense y vergüenza. Le hizo cosquillas cuando le enseñó sinvergüenza.

El senador federal Bob Graham con la directora de su oficina en el sur de la Florida, Lula Rodríguez, y el hijo de esta, Oscar, en un acto de los demócratas cubanoamericanos en Washington DC.
El senador federal Bob Graham con la directora de su oficina en el sur de la Florida, Lula Rodríguez, y el hijo de esta, Oscar, en un acto de los demócratas cubanoamericanos en Washington DC.

EPD al mejor de la Florida

La muerte de Graham nos recuerda lo crueles que son ahora otros en Tallahassee.

El hombre que para honrar a otros buscaba hacer trabajos duros durante sus famosos “días de trabajo” nunca habría negado a los trabajadores protección contra el intenso calor del cambio climático en un estado que bate nuevos récords. Nunca habría satanizado a los inmigrantes para obtener beneficios políticos, ni por ninguna otra razón.

La decencia humana básica ocupaba un lugar destacado en su lista de valores.

Que los floridanos aprovechen este momento no solo para recordar al humilde servidor público que fue, sino también a quienes fuimos nosotros.