Una mujer ambiciosa
Conozco muy pocas mujeres que sean dueñas de su negocio. Con ello me refiero a que éste produzca ganancias suficientes para pagarle bien a sus empleados, no tener deudas, vivir de manera holgada y, además, generar ahorro para invertir, para sostener a sus hijos o para retirarse. Por lo menos en Latinoamérica, eso es algo bastante raro. Tan raro que siguen siendo casos de excepción en las revistas de finanzas.
Hablar de la relación mujer-dinero sigue siendo un tabú, como si en el fondo del inconsciente colectivo surgiera una vocecilla que dice: las mujeres no hacen negocios, hacen familia, hacen bebés, hacen... otra cosa, pero no negocios. Cuando se mira de cerca, esta idea es sólo la punta del iceberg. Debajo de la materialidad del dinero se halla el prejuicio de base: la mujer ambiciosa es sujeto de sospecha, suele tener una connotación negativa o masculinizante. En cambio, cuando la ambición se asocia a los hombres es sinónimo de virtud.
Hay otra idea que se desprende del estigma negativo de la mujer ambiciosa, una especie de destino solitario; una mujer ambiciosa "aleja a los hombres" y despierta las sospechas de la sociedad más conservadora. Como si tuviese que pagar un precio muy alto por "irrumpir" en un mundo que era tradicionalmente masculino, por no ser lo que se esperaba de ella (una secretaria o una asistente muy hábil y discreta, por ejemplo).
Desde el punto vista de la psicología, la ambición es un subproducto de la conciencia y no un rasgo de carácter, es un detonador que nos puede motivar tanto en forma negativa como positiva. La ambición está implicada en la sobreviviencia, la toma de riesgos, las necesidades creativas, el estatus social o económico, los celos, el miedo al rechazo o la competitividad. La clave está en que nos lleva a la acción, nos mueve a alcanzar una meta. La ambición es uno de los tantos rostros del deseo.
Entonces cabe preguntarse por qué existe la idea de que una mujer no debería ser ambiciosa. Para responderlo, la psiquiatra Anna Fels realizó una larga investigación que después publicó en el libro Necessary Dreams (Sueños necesarios). Fels señala que anteriormente se confundía la ambición con narcisismo; las personas ambiciosas, generalmente hombres, sólo estaban interesabas en su propio beneficio, en avanzar a toda costa y por encima de quien fuera. Sin embargo, hoy la ambición se entiende como la fuerza que nos lleva a desarrollar nuestras habilidades y obtener suficiente reconocimiento. Hasta ahora no existe evidencia para demostrar que el deseo por adquirir habilidades o recibir reconocimiento sea menor en las mujeres que en los hombres, porque, de hecho, el reconocimiento es una necesidad emocional.
Reformulemos la pregunta: ¿por qué a una mujer todavía le da culpa o pudor el aceptar abiertamente sus ambiciones profesionales o económicas? Según el estudio de Fels, la mujer no admite ser ambiciosa porque asocia el término con la actitud que ha visto en los hombres o en algunas mujeres, y que consiste en manipular a los demás para beneficio personal. Así, cuando las mujeres son exitosas, prefieren decir que lo hacen porque el trabajo lo exige, no porque ellas quieran destacar por mérito propio.
A partir de los últimos treinta años, la percepción profesional que la mujer tiene de sí misma ha ido cambiando. Si bien sienten que tienen las mismas capacidades para destacar, generalmente se encuentran con un sistema de valores que no les permite crecer. El reconocimiento que recibían en la escuela, al llegar al mundo profesional desaparece y se les hace sentir que su trabajo podría hacerlo cualquiera, que no son indispensables o que su éxito ha sido cuestión de suerte.
Durante varias décadas se habló del techo de cristal, ese tope invisible que impide que las mujeres asciendan en la escala laboral. Pero en los últimos años el techo se transformó en una "barranca de cristal"; en lugar de impedir su avance, se coloca a las mujeres en puestos que implican demasiado riesgo, de manera que la misma presión del puesto las haga a caer o las obligue a renunciar.
No existe tal cosa como la "falta de ambición" en las mujeres. Lo que ocurre es que ésta se hace más evidente en situaciones o espacios de competitividad considerados "femeninos". En el ámbito laboral, mientras que el hombre se enfoca en un solo objetivo (ganar dinero o ser promovido), la ambición de la mujer se desplaza desde lo individual hacia lo colectivo y lo múltiple; no sólo desea destacar y ganar dinero, también se enfoca en formar equipos de trabajo sólidos sin descuidar las relaciones personales. Por lo tanto, para que esta ambición prospere en las organizaciones, se requiere apoyo y flexibilidad en dos flancos: el sistema laboral y la mente de las personas. De otra manera, aquella mujer que sea tenaz en el ascenso de su carrera o su economía, seguirá siendo considerada como fría, calculadora, poco "femenina" y hasta manipuladora.
Si bien el esquema está cambiando poco a poco, al menos en Latinoamérica necesitamos más apoyo en todos los ámbitos, en lo profesional pero también en la universidad, el colegio y la casa, los deportes, los medios de comunicación y hasta en los primeros juegos de rol. Una ambición mal enfocada o mal aprendida genera las actitudes egoístas y manipuladoras que tanto se critican. Pero si se cultiva de manera sana, la situación cambia. Yo he trabajado con mujeres ambiciosas que saben ser prósperas, exigentes y generosas. Con ellas aprendí que la ambición no tiene que ver sólo con el dinero, el poder o el estatus, sino con la posibilidad de que cada persona pueda desarrollar sus habilidades, probar sus opciones, recibir y dar el reconocimiento que merece.
Twitter: @luzaenlinea
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