Trabajo: con las emociones al día
Un estudio realizado por la Melbourne Business School identificó que las personas que reaccionan con ira, lejos de ganarse el respeto de sus compañeros de trabajo o generar sentido de autoridad, fragmentan los equipos, instalan un régimen de miedo y propician la falta de compromiso. En cambio, quienes reconocen oportunamente los sentimientos negativos, calmándolos y eligiendo respuestas más apropiadas, tienen más posibilidades de ser considerados como líderes genuinos. Esta habilidad es conocida como flexibilidad psicológica. De acuerdo con Carol Gill, coautora del estudio, cuando dicha habilidad se promueve en el ámbito laboral, contribuye a la construcción de una dinámica de trabajo positiva, tranquila y comprometida.
La crisis de cólera (gritos, llanto, berrinches) provoca una ruptura en el ritmo y la armonía de trabajo. Es normal que uno se quiebre de vez en cuando, pero si la crisis es frecuente, pierde credibilidad y se vuelve motivo de burla o desconfianza. En los lugares donde la competitividad es la ley, cuando una persona reaccionaria y poco reflexiva desea ser reconocida —con un aumento o un ascenso—, tiene una gran desventaja frente a los colegas que muestran más flexibilidad psicológica. De ahí la importancia de aprender a regular las emociones.
No se trata de trabajar como robots, por el contrario, es deseable que la gente se exprese, siempre y cuando no rompa la concentración de los demás o les falte al respeto. Lo más difícil de regular son las emociones negativas, solemos guardarlas hasta que se transforman en frustración, resentimiento, impotencia, odio, sensación de injusticia o depresión. Por eso es recomendable estar al día con lo que sentimos y evitar explotar en el momento menos pensado. He aquí algunas estrategias:
1. Distancia. Ante una crisis inminente, hay que tomarse unos minutos, apartarse del lugar para respirar, hacer conciencia, aceptar la emoción, nombrarla y tratar de encontrarle una causa. Enseguida viene lo importante: comunicar lo que nos pasa de manera oportuna, responsable y respetuosa.
2. Los mensajes del cuerpo. A veces la cabeza está tan saturada que nos es difícil hallar el motivo de nuestra emoción, sin embargo, el cuerpo casi siempre nos da pistas. Un dolor en la boca del estómago, en la espalda baja, la garganta cerrada, un mareo, alergia... Nuestras reacciones físicas están conectadas con las emociones. Conocerlas, aprender a relacionarlas con lo que nos ocurre día a día, es de gran ayuda.
3. Desfogue. Correr, hacer yoga, tomar un café con las amigas, poner la música en el auto y cantar a todo pulmón... Cada persona tiene una forma de desfogar las emociones fuera del trabajo. Una vez que encontremos esa actividad que nos permite tomar distancia de las preocupaciones, hay que darle prioridad.
4. ¿Se vale fingir? Aunque la sonrisa o el saludo parezcan positivos, aunque hagamos o digamos lo que se espera de nosotros, se nota cuando estamos inconformes porque el lenguaje corporal o el tono de la voz nos delatan. Cuando se trabaja en equipo o se brinda un servicio, a veces uno tiene que actuar y hacer a un lado los problemas personales. Sin embargo, cuando esta disonancia emocional se convierte en el pan de todos los días, lejos de regular las emociones estamos ahogándolas, provocándonos un daño psicológico y afectando el trabajo de los demás. En ese caso, es mejor pedir ayuda y hablar del asunto con los compañeros, el jefe o el departamento de recursos humanos.
¿Qué otras estrategias conoces?