Amo a mi cuerpo -luego existo.
Hace algunos días, mientras escribía el post sobre cómo mejorar la relación que tenemos con la comida, me di cuenta que se me estaba quedando un asunto pendiente: la relación con el cuerpo.
La cultura moderna está fundada sobre esta idea: "Pienso, por lo tanto existo" (René Descartes). Esta idea privilegió la razón por encima de todo lo demás, dejando al cuerpo -entre otras cosas- en un segundo plano, como si no fuera importante. Me parece que ya es momento de empezar a poner en práctica una idea que haga contrapeso: "Soy un cuerpo. Después hago todo lo demás". Porque sí, uno piensa, pero también tiene que comer, dormir, defecar, gozar, sentir, apropiarse de su cuerpo, expresarse con él...
Habrá quien diga que es mentira eso de que el cuerpo quedó en segundo plano, porque hoy existe una obsesión por lo físico. Sin embargo, es una idea del cuerpo que fue de la negación a la obsesión, sin pasar por el amor. Si bien la ciencia nos dice "cuida tu cuerpo", la forma en que lo hace no es muy amorosa que digamos. Parece que el cuerpo es concebido como una máquina orgánica que funciona por su cuenta, sin considerar que está conectado con otras dimensiones: lo emotivo, lo espiritual, lo mental, lo sensorial, lo social, lo ambiental, etc. Eso también explicaría por qué el yoga, la danza y la meditación se han vuelto tan populares y necesarios, porque son puentes que integran, vías que unifican.
Aprender a amar nuestro cuerpo es una tarea personal —y también social. No hay recetas mágicas, sólo actitudes y acciones. Aquí les propongo algunas para comenzar:
Reconciliarse con el cuerpo. En algún momento de la vida, todos hemos recibido (o hecho) una crítica al respecto de nuestro cuerpo (o del cuerpo de otros). Casi siempre ocurre en el colegio —nunca falta quien haga bullying—, sin embargo, esa violencia también se presenta de formas más sutiles, pero constantes, en la educación que recibimos, y ha sido tan eficaz que ahora la asumimos como autocrítica. Pero, ¿eso nos ayuda a ser felices o sólo nos frustra? Hay que empezar por hablar de ello, buscar en nuestro pasado el origen de esa "marca" y desdramatizarla, es decir, identificar de quién vino y en qué contexto nos lo dijo, para liberarlo y empezar a reconciliarnos con nuestro cuerpo.
La sensualidad del presente. Cuando se trata del placer, la cabeza y la conciencia culposa nos juegan malas pasadas. Buscamos sofisticados placeres allá afuera, cuando, en realidad, nuestro cuerpo es una fuente inagotable de sensaciones y expresión: bailar, comer, dormir, tocar, cantar, escuchar, oler, degustar... Al practicar la sensualidad podemos romper la conexión culposa entre cuerpo y conciencia, para volver a conectarnos a partir de lo placentero, eso que ocurre en el aquí y el ahora, sin intermediarios. En general, la sensualidad que despliega un cuerpo nos seduce más que su coincidencia con los estereotipos.
Aceptar el cambio. Por todas partes nos envían mensajes sobre productos "anti envejecimiento" y experiencias que intentan detener el tiempo. Sin embargo, entre más nos resistamos al cambio, más agresiva se volverá la relación con nuestro cuerpo, porque su evidencia nos dice lo contrario. Amar al cuerpo es celebrar su belleza, aprender que cada etapa de la vida tiene su sensualidad particular, y está bien dejarlo que se exprese libremente.
Renunciar a la perfección. Aquí la tarea deja de ser personal y se vuelve algo social. Un ejemplo: cada vez que le decimos a un niño que falló por no sacar la nota más alta, le estamos dando un mensaje encubierto: "te querría más si fueras el mejor, el más rápido, el más fuerte, el más listo". Pocas veces le preguntamos si lo disfrutó, si se divirtió, si aprendió algo valioso mientras jugaba. Lo mismo puede aplicarse a otros ámbitos. El destino es el camino, ese es un pensamiento para renunciar a la perfección.
¿Y tú, qué otras formas propones para amar y apreciar al cuerpo?