La afortunada deslealtad de un soldado de la conquista

A fines de diciembre de 1518, poco días antes de que la villa de la Santísima Trinidad, en la zona central del sur de Cuba, cumpliera cinco años de fundada, sus vecinos vieron llegar una flotilla de nueve barcos —con cerca de medio millar de soldados a bordo— capitaneada por Hernán Cortés. Era la tercera expedición que armaba Diego Velázquez, colonizador y primer gobernador de Cuba, en busca de las fabulosas riquezas de esa región continental que los conquistadores bautizaron como Nueva España y que hoy conocemos por México.

La escala de Cortés en Trinidad era cosa prevista, pues se disponía a recoger vituallas, caballos y hombres, entre ellos alrededor de un centenar de los que habían participado en la fallida expedición de Juan de Grijalva meses antes; contaba, además, con sumar a su empresa a algunos de los residentes del poblado que, por la escasez de oro de la zona, ya se habían convertido en ganaderos.

Sin embargo, apenas hubo partido Cortés de Santiago de Cuba (capital de la colonia y residencia de Velázquez), el Gobernador empezó a dudar de la lealtad del hombre en cuyas manos había puesto la expedición; desconfianza que se vio alimentada por los enemigos de Cortés, quienes se encargaron de correr rumores de que el capitán ya iba “alzado” contra la autoridad del que lo enviaba y decidido a emprender como negocio propio la conquista que se le había encomendado.

Motivado por estas intrigas, Velázquez decidió abortar la expedición de Cortez, relevarlo del mando y poner la empresa en manos de Vasco Porcallo de Figueroa, otro de sus capitanes y encomendero rico, que le merecía una mayor confianza. A ese fin, despachó a Trinidad, a unos 600 kilómetros de distancia, dos mensajeros o “mozos de espuelas” con órdenes para el alcalde mayor de esa villa, Francisco Verdugo, que además era su cuñado, de que detuviera la expedición, arrestara a Cortés y lo enviara preso a Santiago.

Entre tanto, Cortés había izado su banderín de enganche en la explanada que se había reservado en Trinidad para plaza mayor y estaba reclutando a prominentes vecinos de la villa, así como de la cercana Sancti Spíritus, para sumarlos a su expedición. Según los cronistas, era apuesto el capitán y de fácil palabra y en perfecto dominio del arte de la persuasión, cualidades que, en pocos días, le habían ganado la admiración y la obediencia de sus hombres.

¿Qué posibilidades de éxito habría tenido Verdugo de haber intentado cumplir las instrucciones del gobernador? No lo sabemos, pero había grandes posibilidades de que provocara una sublevación en que sus pocos alguaciles nada hubieran podido hacer frente a la soldadesca de Cortés, entusiasmada de antemano por las riquezas que esperaban en tierra firme.

Contemplando acaso las insuperables dificultades a que se enfrentaba el cumplimiento de su tarea, Verdugo decidió desobedecer a Velázquez e incluso prevenir a Cortés de la animadversión e intenciones del gobernador hacia él, lo cual indujo a aquel a apresurar su partida, al tiempo que le escribía a Velázquez reiterándole su obediencia y enviaba a Pedro de Alvarado —uno de los pobladores de Trinidad que se le sumara y que tanto se destacaría luego en México— a que fuera por tierra a buscar hombres y caballos a La Habana para reunírsele después.

No parece que Velázquez haya castigado la traición de Francisco Verdugo, ni que éste llegara a perder su favor. Al año siguiente, Verdugo está en la hueste de cerca de 1.000 hombres que el gobernador de Cuba envía a México, al mando de Pánfilo de Narváez, para someter a Cortés; y es uno de los que se pasa al enemigo luego de la batalla de Cempoala (mayo de 1520). Esta doble deslealtad parece sellar su próspero destino a la sombra del conquistador y, en lo adelante, su carrera puede seguirse sin tropiezos: ya en 1526 era regidor de la ciudad de México; en 1529, su alcalde; un año después, partió de México como capitán y tesorero de Nuño de Guzmán para participar, hasta 1533, en la conquista de lo que sería la región autónoma de Nueva Galicia (que abarca los actuales estados de Aguascalientes, Colima, Jalisco, Nayarit y Zacatecas). Tras un breve viaje España, volvió a México en 1534, con su esposa, hija y yerno, a disfrutar de sus cuantiosos bienes hasta su muerte en 1547.

Verdugo es el típico caso del soldado de fortuna que trajo por millares la conquista a estas tierras: astuto, audaz, valiente, emprendedor y oportunista.