La aterradora Isla del Diablo

En la Guayana Francesa (una de las pocas colonias que quedan en América), a 11 kilómetros de la costa, se encuentra un archipiélago llamado Islas de la Salvación: tres islas que fueron parte de un vasto sistema penitenciario que los franceses establecieron en esta posesión de ultramar.

Islas de la Salvación/Wikimedia Commons
Islas de la Salvación/Wikimedia Commons

Como su símbolo, la más pequeña de ellas, un cayo de menos de 1 km2 de superficie (14 hectáreas), tiene la infame distinción de haberle dado el nombre genérico con que llegó a ser universalmente conocida una de las cárceles más pavorosas de la tierra: la Isla del Diablo, por donde pasaron, desde 1852 —año en que Napoleón III la abrió como cárcel— hasta 1946 —cuando el gobierno de la IV República la cerró por el escándalo que provocaba su existencia en un momento en que la sociedad se hacía más consciente de los derechos humanos— más de 80.000 reos, muchos de los cuales no sobrevivieron la experiencia debido a enfermedades y maltratos.

A los pocos años de su fundación, la Isla del Diablo había adquirido la notoriedad que la distinguió durante casi un siglo y cuya sola mención como destino aterraba a cualquier condenado. Dado lo inaccesible de estas islas, que hacía del agua un muro virtualmente infranqueable —además de la inhóspita selva que los separaba del resto del mundo— los condenados a trabajos forzados disfrutaban de una relativa movilidad, que les permitía, casi siempre sin éxito, intentar alguna escapatoria.

Clément Duval/Wikimedia Commons
Clément Duval/Wikimedia Commons

No obstante, algunos llegaron a lograrlo. Entre los más notorios está el caso del anarquista Clément Duval, a quien, por la comisión de un robo con violencia, lo condenaron a muerte en 1887 y luego le conmutaron la pena por prisión perpetua con trabajos forzados en la Isla del Diablo. En los 14 años que pasó en esta prisión, Duval intentó una veintena de fugas, todas las cuales terminaron en fracaso, pero en 1901 logró huir en un bote y pudo alcanzar tierra firme, para luego pasar a un territorio fuera del dominio de Francia hasta llegar finalmente a Nueva York, donde habría de establecerse y de vivir hasta su muerte a los 85 años. En sus memorias, que un amigo anarquista como él publicó en 1929, Duval definió la Isla del Diablo como «un barrio miserable de Sodoma», frase en que cabía toda la repugnancia y el horror de lo que allí vivió.

Era frecuente que el confinamiento en este infierno tropical fuese una alternativa a la pena de muerte, que en Francia era entonces la guillotina; pero como ser enviado a esta prisión equivalía, en gran medida, a una ejecución lenta, el prófugo y autor René Belbenoit la llamó «la guillotina seca», título de unas memorias en que cuenta su experiencia de penado. Este nombre, sin embargo, no se le ocurrió a Belbenoit —quien pasó 15 años entre los que definió como “muertos vivientes” y de donde habría de escaparse para terminar en Estados Unidos al igual que Duval— sino al explorador Charles W. Furlong en un artículo —que publicó en la revista Harper en 1913— titulado «Cayenne-Dry Guillotine». Cayena es el nombre de la capital de la Guayana Francesa y del departamento donde se encuentra la Isla del Diablo, siendo en su época parte del establecimiento carcelario.

Papillon/Portada de una edición del libro/Google Books
Papillon/Portada de una edición del libro/Google Books

La experiencia de Belbenoit la había de revivir años después, con mucho mayor alcance, otro recluso, Henri Charrière, en sus memorias —Papillon— sobre su internamiento y fuga de la célebre colonia penal (Papillon además, sería llevado al cine con gran éxito). Aunque la mayor parte del libro se tiene por autobiográfica, algunos investigadores opinan que Charrière también utilizó historias de otros compañeros de cautiverio.

Sin embargo, el más famoso de los que pasaron por esta penitenciaría fue Alfred Dreyfus, capitán del Ejército francés, acusado falsamente de espionaje en 1894. Tras un juicio plagado de irregularidades, el militar fue condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, donde estuvo recluso durante cuatro años. En ese tiempo, grandes sectores de opinión se movilizaron a su favor hasta que, en 1899, fue indultado y, en 1906, plenamente rehabilitado con ascenso de grado. Una de las consecuencias del caso Dreyfus, entre muchas otras, fue poner en primer plano las condiciones inhumanas en que vivían los presos en aquel penal de la Guayana.

El gobierno francés lo cerraría, pero el estigma de su nombre se alza aún como evocación de crueldad, más contraproducente y aborrecible por haber sido puesta en práctica en nombre de una sociedad civilizada.