Álvares Cabral, el descubridor fortuito del Brasil

Pedro Alvares Cabral. (Wikimedia Commons)
Pedro Alvares Cabral. (Wikimedia Commons)

Por más de 300 años, la tumba de Pedro Álvares Cabral, uno de los grandes marinos portugueses, permaneció ignorada en la capilla de San Juan Evangelista de la iglesia del antiguo convento de La Gracia en Santarém, Portugal, donde, excluido de la corte y abandonado de la mayoría de sus amigos, fue sepultado en 1520. Su nombre apenas si era conocido cuando el emperador Pedro II de Brasil auspició una investigación que habría de restituirle el lugar cimero que le correspondía entre los pioneros de la exploración americana.

Álvares Cabral tenía 32 o 33 años cuando el rey Manuel I de Portugal lo puso al frente de la segunda expedición portuguesa a la India, que siguió la ruta, a lo largo de la costa de África, inaugurada poco antes por Vasco de Gama. La flota, de una docena de barcos, zarpó de Lisboa el 9 de marzo de 1500 y llegó a las islas de Cabo Verde el 22 del propio mes. Hasta ese momento nada hacía suponer ningún desvío de importancia en el trayecto hacia el oriente.

La expedición cruzó la línea del Ecuador el 9 de abril y empezó a navegar con rumbo oeste por el océano abierto en busca de los vientos del oeste del Atlántico Sur, que Bartolomé Díaz ya había identificado en 1487. Esta maniobra, conocida como la volta do mar, consiste en describir un amplio arco para evitar la zona central de calma y aprovechar los vientos y corrientes favorables que, debido a la circulación atmosférica, giran en sentido contrario a las manecillas del reloj en el hemisferio sur. Al parecer, la maniobra los alejó tanto de la costa africana que, inadvertidamente, avistaron las costas de América del Sur el 21 de abril y, al día siguiente, la flota ancló cerca de lo que Cabral bautizó como Monte Pascoal (por ser fecha próxima a la Pascua). Sin proponérselo —aunque algunos historiadores cuestionan esta ingenuidad— Cabral había llegado al territorio que, por encontrarse dentro de la demarcación concedida a Portugal por el Tratado de Tordesillas (1594), tomó posesión en nombre de su soberano.

Los portugueses detectaron enseguida la presencia de seres humanos y Cabral mandó al capitán Nicolau Coelho —que antes había navegado con Vasco de Gama a la India— que desembarcara e hiciera contacto con ellos. Este primer encuentro fue amistoso. Coelho desembarcó e intercambió presentes con los “indios”. Al día siguiente, y luego de navegar unos 65 kilómetros rumbo norte, la flota llegó a una rada protegida que el capitán llamó Porto Seguro.

Vista del Monte Pascoal. (Mario C. Bucci/Wikimedia Commons)
Vista del Monte Pascoal. (Mario C. Bucci/Wikimedia Commons)


En este sitio no tardaron en volver a hacer contacto con los indígenas. Esta vez Alfonso Lopes, piloto de la nave capitana, trajo a bordo a dos indios para entrevistarse con Cabral. Los nativos de la zona se encontraban en un estadio muy primitivo de desarrollo, en el que dependían casi enteramente de la caza y la pesca, si bien las mujeres practicaban una forma rudimentaria de agricultura. Estaban organizados en tribus que hablaban lenguas diferentes y que rivalizaban entre sí, y si bien dominaban el fuego, desconocían el uso de los metales.

Rótulo de cigarro con la imagen de Alvares Cabral. (Wikimedia Commons)
Rótulo de cigarro con la imagen de Alvares Cabral. (Wikimedia Commons)

El Domingo de Pascua o de Resurrección (que ese año cayó el 26 de abril), los portugueses edificaron un altar en tierra en el cual el sacerdote Henrique de Coímbra ofició la primera misa y erigieron una gigantesca cruz de madera, de aproximadamente 7 metros de altura, para conmemorar la ocasión.


Posteriormente, el primero de mayo, para ratificar la toma de posesión de aquellas tierras en nombre del rey de Portugal, Cabral hizo erigir otra cruz de madera y se celebró otra misa solemne. No sabiendo aún que había arribado a un continente, hizo llamar al lugar Isla de la Vera Cruz (Ilha de Vera Cruz), que no sería otra cosa que la puerta de entrada a lo que llegaría a ser la más grande y rica de las colonias portuguesas.

Al otro día de esta última celebración, uno de los barcos de la flota regresó a Portugal a fin de informarle al rey del descubrimiento —mediante una carta firmada por Pero Vaz de Caminha—, en tanto el resto de la flota emprendía de nuevo el cruce del Atlántico para proseguir el viaje a la India. Así, de manera fortuita, como una escala inesperada en una expedición que tenía otro destino, Pedro Álvares Cabral le dio a la Corona portuguesa su joya más preciada e hizo entrar al Brasil en la historia y la tradición de Occidente.

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