¿Cuánto pesa realmente el voto hispano en estas elecciones?

Mucho se ha afirmado que el voto hispano es y será un componente decisivo en las elecciones estadounidenses, y que en la medida en que más latinos se vuelvan ciudadanos, se registren para votar y lo hagan su influencia política se equiparará a su peso demográfico (que es del 17% de la población del país) y, en ciertos casos, sobre todo en distritos y estados de gran población hispana, será decisiva.

Pero ese no parece ser el caso de la elección federal del 2014. Las razones son diversas y van más allá de la apatía o desesperanza que muchos electores latinos experimentan por circunstancias políticas coyunturales (sobre todo en el tema de la inmigración).

Activistas de la organización Mi Familia Vota promueven el voto latino. (Getty Images)
Activistas de la organización Mi Familia Vota promueven el voto latino. (Getty Images)

Una razón simple es que, en general, las elecciones legislativas intermedias son menos concurridas que en los comicios en los que se elige al presidente. Según datos del Center for Voting and Democracy, en las elecciones presidenciales de los últimos 25 años se registró una participación de 59% en 2012, 63% en 2008, 61% en 2004, 55% en 2000, 53% en 1996, 61% en 1992, 54% en 1988, 57% en 1984 y 55% en 1980. En cambio, en las elecciones intermedias de 2010 sólo votó el 42%, en 2006 y 2002 lo hizo el 41%, el 39% en 1998, el 42% en 1994, el 40% en 1990, el 39% en 1986 y el 43% en 1982.

Además, los hispanos en sí –aunque han incrementado sustancialmente la cuantía de sus votos– participan menos que otros grupos poblacionales: 48% en 2012, 49.9% en 2008, 47.2% en 2004, 45.1% en 2000 y 44% en 1996, según datos de la Oficina del Censo. Con esos números, la influencia electoral hispana en sí se encuentra acotada, pero las cifras hablan de la enorme oportunidad para el futuro.

En el presente, con todo, aunque el índice de participación electoral hispana batiera récords –lo que es improbable- es poco lo que ese electorado puede decidir por sí mismo en la elección federal en el 2014, y en la conducción general del Congreso. A nivel de gobiernos y legislaturas estatales la situación es diferente, pero a escala legislativa federal la influencia efectiva de los hispanos es reducida y hay gran incertidumbre sobre cuál será su papel este 4 de noviembre.

En primer término, como lo analizó Nate Cohn en ‘The Upshot’ de ‘The New York Times’, los republicanos no necesitarían del voto hispano para mantener su mayoría en la Cámara de Representantes.  No habría nada que hacer allí en el 2014, pues la composición misma de los distritos congresionales hace que el voto hispano sólo tenga peso en ciertas áreas, y eso no sería suficiente para revertir la mayoría republicana en la Cámara Baja.

 


En el Senado el asunto es diferente, y es allí donde el voto latino tiene un papel que cumplir en estas elecciones, aunque no está claro si será decisivo en la crucial batalla política por el control del Senado. En las 11 elecciones más competitivas por un escaño en el Senado, las más recientes encuestas ponen a los republicanos adelante por estrecho margen en 7 u 8 de ellas. Y solo en una de esas contiendas los hispanos tienen peso suficiente para ser un factor ineludible: Colorado, donde el actual senador demócrata enfrenta una dura contienda, con un fuerte riesgo de ser desplazado. Y en Kansas, Georgia y Carolina del Norte, competencias también muy cerradas, los hispanos –aunque menos que en Colorado- podrían ser la diferencia, aunque eso es menos claro.

Pero dado que a los republicanos les bastaría con retener todos sus actuales escaños y ganar 6 más para asumir el control del Senado, esos números podrían ser alcanzados e incluso superados si ganan en Alaska, Arkansas, Dakota del Sur, Iowa, Louisana, New Hampshire y West Virginia, entidades en donde los hispanos no tienen presencia electoral significativa. Ciertamente, es posible que los demócratas obtengan triunfos en varios de esos estados y si los números les sonrieran plenamente podrían revertir la oleada republicana si ganasen escaños en ruda competencia actual como los de Alaska, Iowa, Louisiana y New Hampshire. Entonces, el voto hispano en Georgia, Carolina del Norte y, desde luego, Colorado sí sería decisivo para ganar allí y retener la mayoría.

Pero este último escenario no es el más probable, al menos según las encuestas disponibles.

Un registro de votantes latinos durante la campaña de 2008. Más harán falta rumbo a 2016. (Flickr)
Un registro de votantes latinos durante la campaña de 2008. Más harán falta rumbo a 2016. (Flickr)

Así, no es muy motivante el hecho de que solo ciertas rarezas estadísticas puedan dar al voto hispano un peso general decisivo en el 2014, pero no puede descartarse esa posibilidad. Por ello, organizaciones hispanas han redoblado las labores de registro de votantes y de promoción del voto. Esa labor es importante, además, para muchas elecciones estatales y locales. Por ejemplo, en las reñidas elecciones de gobernador en Arizona, Colorado, Florida e Illinois el voto hispano sí podría ser decisivo,  y esto tiene un valor que no puede desdeñarse, sobre todo con miras a 2016, cuando la historia será diferente.

En el 2016, si la cantidad de votantes hispanos crece y salen a votar en grandes números (al menos superando el 49.9% de participación de 2008) la elección presidencial podría ser la gran demostración de que el gigante dormido, esa gran masa electoral latina, al fin despertó, y ocupa una posición política preponderante.

Pero hasta ahora, en el 2014 la almohada quizás pueda tanto o más que las urnas.