El FBI libera otro expediente X
Por Alejandro Agostinelli
¿Te fascinan las conspiraciones? Si es tu caso, sabrás que hay pocas cosas tan frustrantes como ver que el motivo de tus desvelos, el escurridizo objetivo que enciende tu deseo de creer en los complots, sale de la agenda de los “temas prohibidos”. Como las conspiraciones son fascinantes, no hay componenda más aburrida que aquella donde el laberinto de la conjura te lleva derecho a cierto grado de certidumbre y esto es así porque la certeza es enemiga de la teoría de la conspiración.
Este preámbulo viene a cuento porque el FBI publicó recientemente más de 2.000 documentos, algunos de ellos secretos hasta hace poco y otros más o menos conocidos, pero que aparecen por primera vez en la página web de esa institución tan querida por los fans de la serie televisiva X-Files.
Que un organismo, popularmente asociado con la sospecha de ocultar casos inexplicados, muestre al público un material hasta ayer confidencial, desata dispares reacciones entre los aficionados a lo paranormal. Están los convencidos de que “los de arriba” nunca dirán la espantosa verdad (el espanto en todas sus variantes y la verdad escamoteada por los más diversos motivos). Otros creen que organismos como la CIA o el FBI hacen bien en preservar a la sociedad de asuntos que pueden afectar a la “seguridad nacional” y están los que, porque conocen o presumen las altas cotas de burocracia, inoperancia y, por qué no, de ignorancia que capea en instituciones oficiales, no esperan nada extraordinario de ellas.
La primera pregunta a contestar es ¿hay algo de interés en esa pila de papeles digitalizados que acaba de revelar el FBI?
En la nueva sección de la página del FBI llamada The Vault (La Bóveda o La Cripta) hay unos 25 ítems que contienen facsímiles sobre platillos voladores, como se le llamaba a los ovnis cuando el mito comenzó, en junio de 1947. Hay otras cosas en ese cajón de sastre . Por ejemplo, desclasifican documentos sobre figuras tan diferentes como Elvis Presley, Al Capone, Carl Sagan, Charles Manson y Bin Laden. En la categoría Fenómenos Inexplicables el FBI presenta material sobre el famoso incidente Roswell (el lugar donde se denunció la caída de un “disco volador” en el campo del granjero William Mac Brazel, a principios de julio de 1947), 19 hojas sobre la oleada de mutilaciones de ganado en los EE.UU. en 1975 y un legajo de 40 páginas dedicado a experimentos sobre percepción extrasensorial, entre otras cosas.
El documento alojado en The Vault que se postula como la gran novedad es una carta de dos páginas escrita por un tal Guy Hottel. Es, para hablar con precisión, un memo dirigido a J. Edgar Hoover, a la sazón director casi vitalicio del FBI.
Hottel escribe:
“Un investigador de la Fuerza Aérea declaró que tres de los así llamados platillos voladores fueron recuperados en Nuevo México. La descripción indica que tienen forma circular con una elevación en su centro y un diámetro aproximado de 15 metros. Cada uno de los objetos estaba ocupado por tres cuerpos humanoides de apenas 1 metro de altura, vestidos con un material metálico de textura fina. Los cuerpos estaban vendados a la usanza de los uniformes de pilotos de prueba que van a grandes velocidades”.
De acuerdo con el informante de Hottel (su nombre está tachado), los tres platillos fueron hallados en Nuevo México “porque allí el gobierno tiene una configuración de radar de alta potencia que se cree pudo interferir con el mecanismo de navegación de los platillos voladores”.
La oración final es quizá la más significativa: “La información arriba mencionada no fue evaluada posteriormente por el informante”. Es decir, la versión sobre aquellos nueve cuerpos (tres en cada nave) era una anécdota, que no mereció ningún intento de corroboración; sin embargo, ahora cobra magnitud sólo porque Hottel decidió transmitir este comentario –un mero rumor– al jefe del FBI.
¿Quién era Guy Hottel? Al parecer, fue un agente especial a cargo de las investigaciones de campo para las oficinas del FBI en Washington. Según la historiadora Jessica Wang, hizo tareas de inteligencia sobre científicos e ingenieros nucleares desde 1946. En su libro American Science in an Age of Anxiety: Scientists, Anticommunism, and the Cold War (La Ciencia Norteamericana en la Era de la Ansiedad, Científicos, Anticomunismo y la Guerra Fría, 1999) Hottel aparece citado en 11 ocasiones.
Ahora bien, ¿por qué Hottel esperó tres años para informar al director del FBI que “algo raro” había sucedido en Nuevo México? Tal vez porque no se refería a Roswell.
En 1998, Dave Thomas, investigador del caso Roswell, había descubierto el origen del rumor que llegó a oídos del autor de aquel documento : dos estafadores que habían hecho estragos en la Universidad de Denver.
Es una historia de película : a comienzos de 1950, el profesor Francis F. Broman citó a dos personas (sobre las cuales desconocía sus antecedentes) para que dieran una conferencia. Ellos ignoraban que eran cobayos: sus alumnos luego iban a calificar su confiabilidad. Pero fue el profesor quien resultó burlado: Silas M. Newton y Leo A. GeBauer, como se llamaban los charlistas, afirmaron que en marzo de 1948 la Fuerza Aérea de los EE.UU. había capturado tres naves extraterrestres y los cuerpos de 34 alienígenas cerca de Aztec, Nuevo México. Las criaturas, dijeron en la conferencia, habían muerto achicharradas y eran idénticas a los humanos salvo por un detalle: sus dentaduras eran perfectas. Al profesor Borman el tiro le salió por la culata porque contribuyó a dar a la versión estatus académico: las revelaciones habían sido hechas en el contexto de una universidad. Y eso facilitó mucho la circulación del relato.
El periodista de espectáculos Frank Scully, amigo personal de Silas Newton, fue quien le sacó el mejor jugo. Recogió la historia en su libro Behind the Flying Saucers (Detrás de los platos voladores, 1950) y en menos dos años vendió 60.000 ejemplares. Así, en el camelo de dos farsantes, nacía el primer best-seller de la historia de la ufología.
En 1952, el engaño de Newton y GeBauer fue expuesto por el periodista J.P. Cahn.
A fines de 1952, Newton y GeBauer (en el libro de Scully aparece como el “Dr. Gee”) fueron encontrados culpables de estafar por 230 mil dólares a un hombre a quien le vendieron un aparato que, según decían, permitía detectar yacimientos de petróleo. También habían “retocado” sus currículums y citaban evidencias y testigos que nunca aparecían. El dudoso prestigio de ambos terminó por hundir al de Scully y aún así, sus cuentos siguieron dando vueltas por muchos años.
Dave Thomas desataca que la versión del agente especial Hottel contiene varios errores, lo cual es comprensible ya que la cadena de chismes tuvo ocho intermediarios. Una de las más inquietantes figuras de este teléfono descompuesto fue el misterioso “Dr Gee”, de quien el FBI –cuenta el periodista Nick Redfern – tiene un expediente de 398 páginas donde desgrana sus distintas personalidades, sus invenciones como especialista en geomagnética, sus aventuras en tareas de rescate de artefactos alienígenas junto a Newton y su admiración por Adolf Hitler.
Las travesuras de esta pareja dislocada eran conocidas antes de 1952, basta saber que ya había dos agentes del FBI presenciando la conferencia que dieron en Denver antes más de 350 alumnos.
Uno de los héroes anónimos detrás de esta historia fue John P. Cahn (1919-2004), periodista del San Francisco Chronicle. Entre 1952 y 1953 Cahn siguió la pista del caso hasta desenmascarar el sombrío prontuario de los informantes de Scully, tal vez uno de los grandes artífices de la mitología de los platillos voladores accidentados.
Así las cosas, el promocionado expediente del FBI no ofrece grandes revelaciones. Ahora, ¿por qué divulga el FBI aquello que hasta hace poco “nadie podía saber”? Veamos las opciones:
1) en respuesta de una demanda concreta, como las que admite el FBI cuando dice que liberó esta documentación en cumplimiento de la Ley de Libertad de Información (FOIA) .
2) para poner a disposición del público material inofensivo, una “distracción” para proteger “material caliente”; en un gesto que aleja a los entrometidos de “la verdad oculta”, mucho más trascendente que “esos papeluchos irrelevantes”.
¿Alguien adhiere a la segunda alternativa? Cada cual es libre de elegir la opción que le parezca. Pero, muy probablemente, esta surge en respuesta a una pulsión ancestral.
Las Teorías de la Conspiración afloran por la ansiedad de hallar un orden en el caos, a descubrir el significado oculto de relatos donde a lo mejor está todo a la vista. “Que todos los cabos aparentemente sueltos de la historia –escribe el crítico cultural Mark Dery – están entretejidos en una oscura red cósmica”. Porque la verdad no sólo está allá afuera, también estalla afuera: “La Teoría de la Conspiración es al mismo tiempo un síntoma de la angustia milenaria y un remedio casero contra ella. Es una manifestación ectoplásmica de nuestra pérdida de fe en las autoridades de todo tipo”. También es un hechizo mágico contra eso que abunda en la Era de la Información: los datos. Piezas de eso que llamamos realidad que son tan difíciles de hacer encajar.
Y cuando las intrigas paranormales se unen con la Teoría de la Conspiración, el resultado tiene que ser el hambre y las ganas de comer. El misterio aumenta cuando nadie lo puede ver, es como un monstruo sin forma que crece en la oscuridad. ¿Qué pretenden las autoridades? ¿Cuidar a las masas del pánico? ¿Preservar intereses ocultos? ¿Es cierto que los militares de los Estados Unidos firmaron un pacto con los Grises para intercambiar tecnología y asegurar el liderazgo de la única superpotencia? (que nadie se ría, esta pregunta forma parte del folklore ovni).
En cualquier caso, no parece existir mayor antídoto para conjurar el culto al secretismo que abrir los candados y poner a todo volumen aquello que se da por silenciado. El enigma parece más creíble cuando permanece del otro lado de la cortina.
Por lo demás, la fama mundial de ciertas conspiraciones no deja bien parados a los guardianes del secreto.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4