Sai Baba: ¿santo o pecador?
Sri Sathya Sai Baba predijo que iba a morir a los 96 años, pero cuando falleció acusaba 84 (algunos dicen 81) años de edad. No sólo fue el gurú indio más conocido en Occidente. También fue el líder espiritual más famoso de su país: la Organización Sathya Sai Baba formó un poderoso imperio económico en la India, con seguidores influyentes como el ex primer ministro indio Atal Behari Vajpayee, y el Consejero Científico del Ministro de Defensa S. Bhagavantam, ambos impulsores de las explosiones nucleares en la India desde 1998. Esa cadena de influencias continuó hasta hoy: Manmohan Singh, actual primer ministro, dijo que su muerte constituía una "pérdida irreparable". Y en el mundo, millones de devotos fueron informados por las delegaciones de la Sathya Sai Central Trust sobre "el día especial día en que Swami eligió para desencarnar", Domingo de Pascuas. Subrayar esta coincidencia es un gesto poco feliz. El día que se celebra la resurrección de Jesús solo resonará entre los cristianos. Y Baba, lejos de haber sido crucificado, falleció a causa de complicaciones renales, coronarias y respiratorias.
Cuando el corazón de Sai Baba dejó de palpitar, a las 7.28 A.M. del Domingo 24 de abril, millones de seguidores esperaron un milagro. Se lo pidieron a él mismo, ya que Baba no era un gurú cualquiera. Él decía ser Dios, creador de todo lo que existe, amo y señor de la vida y el destino de sus devotos y también el de sus enemigos, quienes lo consideraron un abusador sexual y tramposo, que pretendía hacer milagros mediante simples trucos de prestidigitación.
Hacía menos de un mes que Sai Baba estaba conectado a un respirador en el Hospital de Superespecialidades Médicas, uno de los tres centros de salud de alta complejidad que el gurú hizo construir en Puttaparthi con el dinero aportado por Isaac Tigrett, quien en 1980 vendió Hard Rock Café para donar la mitad a Baba, antes de abandonar el movimiento.
Muchos devotos se rehusaban a aceptar que su dios acabara sus días "como un simple mortal" y esperaban que saltara de la cama y saliera a dar un "darshan", la ceremonia en la que Baba salía a pasear entre la gente.
Durante esos rituales, Baba mantenía la máxima proximidad con sus devotos. Según el ilusionista especializado en falsos milagros, Ladislao Enrique Márquez, en esos momentos el gurú solía combinar distracción, carisma y la necesaria dosis de impacto psicológico. "Cuando Sai Baba caminaba entre la gente, so pretexto de tomar su larga túnica para transitar más cómodamente, mantenía el puño izquierdo cerrado. Así ocultaba el objeto que iba a hacer aparecer, sea una o varias bolitas de vibuthi (la llamada "ceniza sagrada"), un collar, un reloj o lo que fuere. Los devotos le iban entregando cartas, eso le permitía manejarse con tranquilidad, ya que el objeto quedaba oculto entre ellas. Cuando decidía hacer aparecer eso, giraba su mano y, mágicamente, entregaba el objeto 'materializado' al devoto más cercano", explica el mago.
Para los creyentes, durante el darshan lo que sucedía era todo lo contrario. Cuando Sai Baba materializaba un objeto se producía "un fuerte campo de energía" que consagraba la conexión del devoto con su gurú. Así lo explicaba Mónica Socolovsky, diseñadora de modas e introductora del movimiento Sai Baba en la Argentina a comienzos de los 80: "El movimiento energético que se genera en una materialización hace que, aunque seas un tarado, mires. Necesitamos garrotes para despertar a esta humanidad". Así quedaba sellado el vínculo (que podía oscilar entre la indiferencia y la entrega) entre el visitante y el gurú, a quien, dicho sea de paso, más le convenía creer, ya que para llegar a Puttaparthi había invertido unos cuantos miles de dólares. En esas ceremonias el público permanece extasiado por la cercanía de quien creen la encarnación de Dios y muy pocos ponen atención a los movimientos de sus manos.
Ocasionalmente, las cámaras traicionaron al Swami y monstraron cómo retenía una pelotita blanca de vibuthi entre los dedos índice y mayor mientras giraba la mano en círculos, movimiento del que se servía para camuflar el truco en que "materializaba la ceniza sagrada". Instantes después, desmenuzaba la bolita entre el dedo pulgar y el índice.
Baba también fue un líder religioso mimado por el poder, que lo protegió hasta último momento, y cuestionado por débiles grupos racionalistas de la India, como los que presidieron el doctor Abraham T. Kovoor (1898-1978) y el ilusionista Basava Premanand (1930-2009), acaso los primeros que denunciaron los juegos de manos y los intereses más mundanos que espirituales del gurú.
A mediados de los setenta, un ex discípulo de Baba, Tal Brooke, fue el primero en denunciar que Baba había intentado abusar sexualmente de él, lo que motivó su alejamiento del círculo interno. Desde 1999 nuevas acusaciones comenzaron a unificarse gracias a Internet, que contrarrestó la dispersión, ya que los disidentes vivían en países tan distantes como Suecia, Colombia, Gran Bretaña o EE.UU.
Según la biografía oficial, Sai Baba nació el 23 de noviembre de 1926 en Karnatakka-Nagepalle, una pequeña aldea frente a Puttaparthi, con el nombre de Sathyanarayana. Dicen sus biógrafos que a los 14 años anunció que era la reencarnación de Sai Baba de Shirdi, un hombre santo indio fallecido en 1918. Antes de morir, aquel gurú vaticinó que iba a volver a nacer ocho años después en algún lugar de la India. En la línea de su antecesor, Sathya Sai Baba predijo que iba a vivir hasta el 2022 para reencarnar ocho años más tarde en la aldea de Gunaparthi, con el nombre de Prema Sai.
La vida de Sai Baba está tan cruzada de contradicciones que ni siquiera hay seguridad de que su nacimiento data de 1926, que es la que figura en su biografía oficial. En el volumen 1 de la biografía "Love is My Form" (El Amor es Mi Forma, 2000) aparecen reproducciones del Registro Escolar que mencionan dos veces la fecha 4-10-1929. Es decir, Sai Baba pudo haber sido tres años más joven de lo que declaraba.
SEXO EN EL ASHRAM. En 2001, produje para el canal Azul TV (hoy Canal 9, Argentina) dos emisiones del programa "Zona de Investigación" que difundió fragmentos a una larga serie de entrevistas a ex seguidores de Sai Baba, entre ellos el joven iraní-norteamericano Said Korramshahgol y el actor y empresario sueco Conny Larsson. Si bien no habían sido los únicos entrevistados, fueron los únicos motivados a contar sus experiencias, que recordaban con una mezcla de asco y decepción.
Ambos fueron devotos muy cercanos a Baba. Palabras más o menos, recordaban la misma experiencia: so pretexto de curarlos de enfermedades que ellos ignoraban poseer o iniciarlos en el camino espiritual, el gurú les "manifestó de la nada" un aceite con el que frotó sus genitales. En el caso de Said, el masaje fue seguido de masturbación. Y en el caso de Conny, de una sesión de sexo oral. "Yo me negué a practicarlo con él porque fui abusado siendo niño y él lo comprendió". Este relato choca proviniendo de un gurú que pregona el celibato, la moralidad y la rectitud como valores supremos. Pero fue casi el mismo que escuchamos de devotos de México, Argentina, Suecia y EE.UU.
Desde 1999 estas denuncias ya habían sido investigadas por periódicos como el Daily Telegraph de Londres y el Indian Today, de Nueva Delhi. El 15 de septiembre de 2000, la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) retiró el auspicio a un congreso sobre "valores humanos" que iba a celebrarse en el ashram de Sai Baba en Puttaparthi. Por entonces, la UNESCO se hallaba "profundamente preocupada por las denuncias por abuso sexual de jóvenes y niños que se le atribuyen al líder del movimiento, Sathya Sai Baba" y reiteró su "firme compromiso moral y práctico de combatir la explotación sexual de menores en aplicación a la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños".
Mónica Socolovsky, la empresaria de modas que abrió el primer Centro Sai Baba en Buenos Aires, dijo que vio a Sai Baba "mil veces" frotando con aceite los genitales de varones jóvenes. Explicó que no recibía a mujeres en la sala de entrevistas "para evitar habladurías". Lo cual no impidió los rumores. "De alguna forma (Sai Baba) toca los genitales de los hombres, porque nunca lo hace con las mujeres, él dice que las mujeres no necesitan estímulo de ningún tipo… A ellos les hace un ejercicio que tiene que ver con un aceleramiento del primer chakra a través del pene, pero ésta es mí explicación, porque nunca le pregunté para qué lo hacía", explicó la diseñadora.
Said Korramshahgol entiende que el masaje con el aceite "es la introducción, la manera en que rompe el hielo". Luego, dijo, "me pedía que me bajara los pantalones en todas las entrevistas. Ya no me aplicaba aceite entre el ano y el pene. Jugaba con mi pene".
Larsson viajó al ashram de Sai Baba en marzo de 1978. Él creyó que al fin había encontrado a Dios y abandonó todo para irse a vivir al ashram. "Yo estaba convencido de que Sai Baba me había elegido para una importante misión". En la primera entrevista, explicó Larsson, Sai Baba le reveló que había sido discípulo suyo en una encarnación anterior. Acto seguido, le bajó los pantalones para untar con aceite sus genitales. Las entrevistas privadas siguieron y, poco a poco, Baba continuó avanzando: "Me decía que mi fuerza vital en la espalda, el kundalini, estaba en el lugar equivocado", dijo Larsson. "El era Dios diciéndome que yo estaba enfermo, y Dios tenía derecho de hacer conmigo lo que quisiera".
Larsson fue discípulo de Sai Baba durante 21 años y fue uno de los devotos más populares de Europa. No tardó en descubrir que otros jóvenes que viajaban con él desde Suecia recibían el mismo "tratamiento" que él a comienzos de los '80.
Todos estos "chismes" tienen registros objetivos. Un curioso relato sobre estas "prácticas espirituales" es citado en el libro escrito por la devota Graciela Busto, "Sai Baba El Señor" (Errepar, 1993). Busto reproducía un diálogo en el que un grupo de jóvenes cuenta cómo Swami les tomó el miembro y los testículos. La autora los felicitaba: Baba les había "desbloqueado la energía" para garantizarles una "vida sexual sana y feliz y una masculinidad plena".
Este párrafo fue suprimido en una reedición del libro de 2001. Cuando le pregunté a Leonardo Gutter, presidente de la Organización Sai Baba en América Latina, si no le parecía feo esconder el bulto alegó que esa frase estaba "fuera de contexto" (ver facsimil) y que la autora decidió quitar las páginas "para evitar malos entendidos". En realidad, la cándida descripción de Busto ayudó a aclarar el panorama.
El psicólogo Daniel Coifman, distanciado de la Organización Sai tras 20 años de dedicación plena, reveló que, cuando hace años conoció estos relatos, reaccionó asombrado. "¿Será o no será?", se preguntó. "Después yo empecé a entender que hay cosas que no puedo comprender...". En una línea parecida, Socolovsky repuso: "La gente está acostumbrada a evaluar la acción correcta desde una premisa de juicio, y a un maestro no se lo puede juzgar porque nadie lo puede comprender".
"Una de las grande ventajas de ser Dios es que no se parece a sus súbditos. Es radicalmente distinto, y por lo tanto siempre se puede usar el argumento según el cual: 'Ahhhhh!!! nosotros no somos capaces de entender lo que él dice o lo que él hace porque él es dios y nosotros no..' Eso facilita mucho la comprensión entre los fieles y un dios, en la medida que esa comprensión está basada en la incomprensión radical", reflexionó Martín Caparrós, el periodista argentino que, en los noventa, publicó "Dios mío. Un viaje a la India en busca de Sai Baba".
En las ceremonias de expulsión del "lingam" (un huevo de piedra a veces bañado en oro que asoma de la boca del avatar) pocos deberían aducir incomprensión: antes del "milagro", Sai Baba se lleva a la boca el pañuelo donde esconde el objeto. Sin embargo, todos aplauden, celebran y se emocionan.
ASESINATO EN LA RECÁMARA. El 29 de agosto de 1992, durante la inauguración del edificio del Kalyana Mandapam, Sai Baba le regaló una cadenita de oro "materializada" al jefe de Larsen & Turbo, la empresa constructora de la obra.
En la ceremonia participaba el entonces Primer Ministro, P. V. Marashimha Rao, y fue filmada por la televisión estatal. Pero esa escena nunca se emitió. ¿Qué había sucedido? Corrieron infinidad de rumores. Hasta que el diario inglés Deccan Chronicle, en la primera plana de su edición del 23 de noviembre, develaba el misterio: la televisión había captado el instante en que el ayudante personal de Sai Baba, Radhakrishna Menon, pasaba la susodicha cadenita a manos de Swami. En su momento, el director del canal ordenó destruir el tape para evitar un papelón. Pero un editor hizo un duplicado y se lo facilitó al corresponsal del diario.
El episodio hubiera quedado como una simpática historia de fogata racionalista si no fuera porque, al poco tiempo, trascendió que el colaborador de Sai Baba —que además era su chofer personal— no iba a contar el cuento: Radhakrishna fue una de las víctimas fatales de la tragedia que se desató el 6 de junio de 1993, cuando cuatro jóvenes ingresaron en la recámara de Baba con el supuesto propósito de asesinarlo.
Algunos testigos dijeron que los custodios del ashram los asesinaron fríamente. Otros, que la policía disparó sobre los cadáveres: los agresores habrían sido amarrados con sogas y luego linchados por una turba de devotos que subió al cuarto armada con palos, espadas y cuchillos. Sai Baba —que hizo sonar la alarma y huyó al garaje— les dijo: "Hagan lo que quieran, pero no me involucren en esto".
Nunca se sabrá cómo murieron aquellos jóvenes porque no se realizó autopsia, aunque las fotos de la época muestran a los cuerpos desfigurados. Sai Baba tampoco fue interrogado ni cooperó con la investigación. El entonces Ministro del Interior, Chavan, justificó a Baba. Alegó que él no estuvo durante la intrusión. Cuando un joven de 14 años que se hallaba en su dormitorio advirtió a Baba sobre lo que pasaba, éste saltó por la ventana, en una actitud tal vez poco elegante para quien afirma ser Dios.
Los seis devotos que fallecieron en el confuso episodio formaban parte de su círculo íntimo. Inevitablemente, algunos se preguntaron cómo Dios no previó que algo tan penoso estaba por suceder, o por qué no evitó que su alcoba fuera manchada con sangre de sus fieles,
El episodio causó tanta conmoción que, en un discurso, Baba se refirió al tema: "El nacimiento y la muerte van juntos. Uno debe aceptar que la muerte es un fenómeno natural y dejar de preocuparse. Si me lo propongo, yo puedo vivir todo el tiempo que quiera… Dios no se comporta de una manera arbitraria. Los hombres que viven de una manera mundana, al no darse cuenta de esto, se preguntan por qué, en ciertas situaciones, Dios no usó sus ilimitados poderes para evitar ciertos hechos desfavorables..."
Hace diez años, cuando le mencioné a Socolowicz que muchos jóvenes denunciaban haber sido abusados sexualmente por Sai Baba, la ex fundadora de la Organización Sai en la Argentina relativizó las acusaciones con una frase a la que le faltaba el moñito: "¿Cuál es la moral en la interdimensionalidad? ¿Estamos hablando de una moral judeocristiana, de una moral musulmana, mahometana...? ¿De qué moral estamos hablando?".
Para ella, como para otros devotos de buena fe, los caminos del Señor son inescrutables. Él sabrá por qué utiliza trucos de ilusionismo, él sabrá por qué escabulle, él sabrá por qué toca genitales ajenos, él sabrá por qué usaba coches caros, él sabrá por qué no debe dar entrevistas a periodistas críticos y él sabrá por qué decidió morir diez años antes de lo que había anunciado en sus propias profecías.
¿Es realmente inquebrantable la fe de los devotos? Sobre el tema tengo una anécdota. Hace algunos años, le conté al actor Alejandro Sánchez —un amigo uruguayo, por entonces muy creyente en Baba— cuál era la receta para preparar el vibuthi: "Una de las fórmulas es una mezcla de bosta de vaca y madera de sándalo; se la tuesta y se la seca con forma de pastillitas. Baba las tiene escondidas; luego las busca y las pulveriza entre sus dedos."
Me oyó en silencio. Días después, me contó un sueño. A él siempre le había impresionado un ritual donde Baba parece extraer de un jarrón torrentes de vibuthi, más del que el recipiente podría contener. Hasta lo da vuelta, como los magos hacen con sus galeras, para que todos vean que está vacío. En su sueño, imaginó la ceniza comprimida en las caras internas: Baba, dedujo, debía extraerlo rascando los costados y el fondo del recipiente. Al despertarse, Sánchez se preguntó: "Si es Dios, ¿para qué necesita un jarrón?".
Alejandro había empezado a tener sueños racionalistas. Su fe era débil: enseguida dejó de creer en Súper Baba.
Y otros dioses, menos presuntuosos, comenzaron a ser más creíbles para él.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4