El hombre de la oreja post-humana
En "Blade Runner" (1982), la versión de Ridley Scott de la novela de Philip K. Dick, "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" (1966), un ciborg muere recitando, en una triste letanía, acerca de la pronta disolución de su disco duro. "He visto cosas que ustedes jamás imaginarían", dice el replicante modelo Nexus 6. La criatura es consciente de que sus lágrimas se confunden con la viscosa lluvia ácida de Los Ángeles. En 2019 los androides sienten.
Retrocedamos ocho años y estacionemos a las últimas semanas de abril de 2011. Un androide australiano-chipriota —todavía más hombre que máquina— viaja de Londres, su ciudad adoptiva, hasta el Science Gallery del Trinity Collage, en Dublín, Irlanda. La presencia de Stelarc, uno de los artistas más excéntricos del ciberpunk, promete robarse todas las miradas. Latinoamérica aún no ha disfrutado del extraño arte de Stelarc. Lo más cerca que estuvo fue en el Brasil, el año pasado. Su incursión en San Pablo fue especial. Se mostró como un monstruo herido. Ya veremos por qué.
En Dublín tiene lugar, hasta el 24 de junio, HUMAN+, un acontecimiento artístico interactivo donde multitud de expertos debaten el futuro de la especie. ¿Cuál es el siguiente paso de la humanidad? ¿Es posible atrasar el envejecimiento y prolongar la vida indefinidamente? ¿Cuáles serían las consecuencias ambientales y sociales si se dieran cambios semejantes? Los participantes de la expo están en busca respuestas en la línea del transhumanismo secular, que propone crear puentes capaces de fusionar genética, robótica y longevidad.
Suena interesante. Pero los irlandeses solo quieren ver a Stelarc, quieren acercarse a su cuerpo casi mutante, saber qué hará este señor que acaba de cumplir 60 años y, medio en broma pero no tanto, a veces se quita algunas canas a modo de rito secular para dar las gracias a la bendita tecnología que ha mejorado a su cuerpo.
Atención, ninguna de sus modificaciones corporales son inocentes. Stelios Arcadiou, tal su verdadero nombre, es famoso por haberse hecho implantar una oreja en su antebrazo. Este adminículo artificial posee un sistema de audio wireless con un GPS conectado a Internet para que sus seguidores más curiosos puedan oír sus conversaciones en cualquier parte del mundo. ¿Qué busca Stelarc? El artista, precursor del body art cibernético, cree que la estructura fisiológica del cuerpo determina su grado de inteligencia y sus sensaciones. "Si esa estructura se modifica —asegura— se obtiene una percepción alterada de la realidad".
No es que con estos extensores tecnológicos quiera alcanzar un éxtasis lisérgico. Stelarc es un número vivo de ciencia ficción retrofuturista, y su show sobre la evolución tecnológica denuncia que "el cuerpo está obsoleto".
En los ochenta creó su obra "Cuerpo Amplificado". Enfundado en una suerte de exoesqueleto, Stelarc era transformado en un monstruo mecánico, cubierto por los electrodos de un electrocardiógrafo que auscultaban su respiración y los latidos del corazón, a su vez sincronizados con unos ojos de rayo láser: cuando parpadeaba o los abría, estos haces de luz trazaban arabescos en el aire. Sensores de audio amplificaban los sonidos más íntimos de su cuerpo (saliva, torrente sanguíneo, palpitaciones, articulaciones), que detonaban una galopante explosión de chirridos. Su Tercera Mano robótica imitaba movimientos y temblores de su mano humana. Esa garra metálica pellizcaba, soltaba y giraba, en una parodia steampunk de las actuales manos robóticas, cada vez más cerca de lo que deberían ser.
El ideal posthumano de Stelarc fusiona la tecnología con la carne, pero su propio cuerpo no es inmune a los tropezones de la tecnología. De hecho, él mismo exhibe —sin hacerse mucha mala sangre— los estigmas, las llagas que delatan su mortalidad.
Veamos dos ejemplos. En 1979, en una de sus primeras performances, pasó tres días metido en una galería de arte de Tokio atrapado entre dos tablas colgadas de un abanico de estacas. Hizo coser sus párpados y su boca con hilo quirúrgico. Tuvo todo calculado, menos el sueño. No previó cómo bostezar con la boca zurcida. ¡Ouch!
En septiembre de 2010, durante la inauguración de la Bienal de Arte y Tecnología de San Pablo, Brasil, participó en una exposición hecha a su medida, "Emoción Art.ficial 5.0 Autonomía Cibernética". El clima era de expectación. Stelarc regresaba a la carga tras un sugestivo paréntesis. Allí presentó "Prosthetic Head", una proyección tridimensional de su cabeza que conversa con los visitantes por medio de un software que controla el diálogo basado en el sistema A.L.I.C.E. (Artificial Linguistic Internet Computer Entity).
Pero el público quería entender el auto experimento corporal más ambicioso de Stelarc, su tercera oreja. Esa mutación artificial bajo la piel, y su intención de usarla para ser escuchado en todas partes, comenzó en 2006, cuando un cirujano le introdujo una estructura idéntica a la de su oreja izquierda moldeada con un material que imita al cartílago humano.
Durante aquella visita a San Pablo, Stelarc explicó que su cuerpo había rechazado el implante. "Esta oreja casi me hace perder el brazo", le confió a la revista Galileu. Ambos, él y su oreja de mentira, estuvieron guardados a causa de una infección. "Durante casi ocho meses tuve que tomar fuertes antibióticos para resolver el problema. Al comienzo, los médicos me dijeron que no tenía chances. Hoy puedo decir que la infección se ha curado y que la oreja goza de buena salud", bromeó el artista.
Así colocaron la oreja en su brazo. No apto para corazones no artificiales.
El aspirante a ciborg, que mete en su cuerpo prótesis robóticas e interfaces que simulan vísceras sintéticas, se muestra como un ejemplo de la transición del individuo biológico a otro robótico. Se podría decir que él mismo es una obra de arte orgánico.
¿Acaso sus prácticas fusionan tecnología y misticismo? Mark Dery indagó este asunto en el pionero ensayo "Velocidad de Escape" (Ed. Siruela, 1998). En sus inicios, entre 1976 y 1988, Stelarc oficiaba una suerte de ritual (que emulaba la danza del sol indígena) titulado "Sentado/balanceándose: performance para piedras suspendidas". Se clavaba en el cuerpo ganchos de acero, que enlazaba a cables. En el otro extremo, éstos estaban atados a rocas de tamaños irregulares. Así, el cuerpo de Stelarc parecía media res flotando en la carnicería. Se ensartaba los ganchos en varias zonas del cuerpo para repartir el peso en forma uniforme y así poder ascender en equilibrio. Para él, esta parafernalia de arneses, concentración y dolor no tenía nada de trascendental. "Nunca tuve la experiencia de salir del cuerpo ni me he sentido un chamán. Para mí, todo eso está fuera de lugar. Los antiguos métodos de toma de conciencia han sido importantes en nuestra evolución, pero no creo que valgan ya como estrategias para el género humano", contestó.
La pregunta es legítima porque la ciencia a veces lame las orillas de la religión. Hace años que Hans Moravec, director del Laboratorio de Robots Móviles del centro de Robótica de Carnegie-Mellon, piensa en que llegará el día en que podremos "descargar" la memoria de las redes neuronales al disco rígido de una computadora, y al hacer correr el programa asistiremos a una suerte de alegoría Silicon Valley de la reencarnación.
El ideal tecno-orgánico de Stelarc debe tolerar contrariedades adaptativas propias de una carrera que no solo rechaza por morosa la evolución natural a través de generaciones y generaciones, sino que pretende desafiar el futuro y abrir un camino paralelo. Una ramificación nueva de la humanidad, que trascienda al ser humano y glorifique a la ciencia y la tecnología.
Si para el cristianismo hay un Dios creador del Hombre a su imagen y semejanza, en la utopía transhumanista, se recrea a sí mismo como dios secular.
La idea de una superespecie que derrota a la muerte y la necesidad gracias a un salto cuántico hipertecnológico no es nueva. Ya en 1937 el físico John D. Bernal imaginaba al hombre del siglo XXI como los cerebros encerrados en una campana de vidrio como las de "Futurama", migrando a planetas artificiales parecidos al Paraíso. En ese futuro no habrá religión, o por lo menos no como la que conocemos, ya que la única religión será la de la ciencia y la tecnología transhumanista. Uno de sus grandes gurúes, el inventor Ray Kurzweil, proclama el fin de la evolución biológica del hombre, desde ahora artífice de su propia, vertiginosa evolución tecnológica.
En su crítica a teología de la transformación humana, Mark Dery dice que Stelarc también sueña con una evolución controlada tecnológicamente. Que ignore la mutación progresiva propuesta por Darwin y apure el salto evolutivo mediante transplantes, nanotecnologías y microchips biocompatibles que "harán algún día de cada individuo una nueva especie singular". Esta filosofía no piensa en una mutación colectiva. La tecnología tiene un costo al alcance de una elite, no hay espacio para marginados, débiles o pauperizados.
Cosiéndose la boca y los párpados para ser ciborg sin grandes sacrificios, inyectándose una réplica cartilaginosa de su oreja izquierda o enfundado en sistemas robóticos de alta tecnología, el australiano pretende prolongar su cuerpo hasta donde su imaginación alcance. Pero Stelarc es, a la vez, una prolongación orgánica de esa misma tecnología.
¿Y entonces? ¿Es cierto que sueñan los androides con ovejas eléctricas? Tal vez no hará falta esperar otra generación para contestar a la pregunta de Dick.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4