Trolls, snerts, haters… ¿por qué tanto odio en Internet?
Como pistoleros solitarios en el Lejano Oeste, los trolls merodean por redes sociales, blogs y otros sitios en Internet en busca de víctimas para sus balaceras verbales. A pesar de la notoriedad que han ganado, estos provocadores virtuales representan solo la versión actual de un viejo fenómeno. El anonimato, facilitado por algunas formas de comunicación, ha engendrado durante siglos esta clase de abusadores de la palabra.
¿Quiénes son los trolls?
De acuerdo con la británica Crocels Trolling Academy, un centro de investigaciones sobre el comportamiento de estos personajes, el uso actual de la palabra troll se deriva de una frase utilizada por los pilotos estadounidenses durante la guerra de Vietnam: "trolling for MiG’s". En el combate aéreo, los aviadores norteamericanos trataban de provocar a sus enemigos para identificar sus debilidades y fortalezas.
Décadas después, con la expansión de las redes informáticas, los medios del Reino Unido comenzaron a catalogar de "Internet trolling" a quienes se dedicaban a cualquier tipo de abuso o acoso online. Estudios posteriores han establecido diferencias entre los que agreden a otros internautas, conocidos como snerts o hater trolls, y los usuarios cuyos comentarios, aunque provocativos, solo buscan entretener o aportar sus puntos de vista al diálogo. Estos últimos serían, simplemente, trolls.
Estos obsesivos comentaristas incursionan en las redes sociales, páginas web personales, medios de prensa, salas de chat y fórums virtuales. La máxima aspiración de los trolls es generar una reacción en otras personas, desatar un alud de comentarios sobre el tema en cuestión o desviar el interés hacia otro objeto. Mientras mayor atención atrae con sus intervenciones, mejor se sentirá pues su personalidad necesita de esta suerte de reconocimiento público, que no suele recibir en el mundo offline.
En el caso de los snerts o hater trolls, el insulto a otros internautas puede derivar en ciberacoso, cuando el atacante utiliza información personal de la víctima para desacreditarla en público. El suicidio de las adolescentes canadienses Amanda Todd y Rehtaeh Parsons, luego de ser acorraladas por algunos de sus compañeros en las redes sociales, demostró el poder de estos abusadores y reabrió el debate sobre cómo la justicia criminal debe lidiar con ellos.
Libres para hacer daño
Expertos en psicología social han apuntado a la desindividualización como la principal causa de la actitud de los trolls y los haters. Ese estado aparece cuando las personas dejan de respetar las normas sociales, interiorizadas para desenvolverse en la vida cotidiana, porque consideran que sus acciones no son evaluadas como individuo. Entonces, en esa situación de virtual anonimato, algunos pierden el autocontrol y se comportan de manera odiosa hacia sus semejantes. La distancia física y la poca probabilidad de ser castigados estimulan la inusual agresividad.
Según Jonathan Bishop, fundador de la Crocels Trolling Academy, los snerts atacan deliberadamente a sus víctimas como una forma de minar su confianza y alcanzar ellos una satisfacción imposible de sentir por otra vía. En este sentido, una reciente investigación de la Universidad de Manitoba, en Canadá, atribuyó al sadismo este placer que experimentan los trolls cuando dañan a otras personas.
Para Bishop, los haters se imponen altos parámetros sobre el éxito en la vida, con frecuencia inalcanzables para ellos mismos. Esta frustración se transforma en odio online, cuando encuentran a otros que han obtenido triunfos en sus carreras profesionales o disfrutan de cierta popularidad en las redes sociales. El especialista británico cree que este comportamiento psicótico es el resultado de una sociedad muy exigente, como ninguna otra en los 200.000 años de historia humana.
“No alimente a los trolls”
Como las conocidas advertencias en los zoológicos, no hay mejor método para alejar a los trolls que ignorarlos. “Don’t feed the troll”, recomiendan los expertos en comunicación online, una sentencia que ha devenido primer mandamiento para muchos managers de comunidades virtuales.
No obstante, la indiferencia de los internautas en un sitio apenas obligará a estos cazadores solitarios a buscar presas en otras regiones de la red de redes. Siempre encontrarán alguna discusión sobre el gobierno, la política, el racismo, la sexualidad o la religión –temas preferidos por muchos de ellos—donde intervenir para generar el caos, aunque sea fugazmente.
Otra forma de combatirlos es hacer pública su verdadera identidad. A nada temen los haters como a esta pérdida de la protección que les brinda el anonimato. La denuncia de su comportamiento puede permanecer durante mucho tiempo online y perjudicar su carrera profesional y relaciones sociales. Sin embargo, esta decisión no carece de riesgos legales en sociedades donde la justicia garantiza la protección de la privacidad y la libertad de expresión.