¿Quiénes pertenecen a la clase media? La respuesta depende del país

Ironía: con harta frecuencia los políticos tratan de seducir a una clase a la cual no pertenecen.
Ironía: con harta frecuencia los políticos tratan de seducir a una clase a la cual no pertenecen.

Cuando comienza la enésima temporada de Las Elecciones, esa serie que vemos con frecuencia, muchos políticos recuerdan quiénes sumaron sus votos para elegirlos. Entonces refrescan su vocabulario con términos como “clase media”. En los discursos de campaña se disputan, poco importa el lugar, el derecho a representar a una mayoría de límites imprecisos, tan vagos como la retórica de los candidatos.

¿Quiénes pertenecen a la clase media? La distinción depende, lógicamente, de cada país. Sin embargo, dentro de una misma sociedad las fronteras entre los diversos sectores económicos se difuminan. No basta con fijar un nivel de ingresos o un patrón de consumo. Tampoco alcanzan ciertos símbolos como la posesión de un auto, la propiedad de una casa o la posibilidad de ahorrar e invertir. Al margen de esos indicadores, la decisión de “apuntarse” o no a la clase media refleja los sueños y también las frustraciones.

La decadencia del “American Dream”

Según los observadores de la política estadounidense, los aspirantes a conquistar la Casa Blanca en 2016 hablan de la clase media, pero prefieren llamarla de otra manera. Hillary Clinton se dirige a los “everyday Americans”, el republicano Scott Walker menciona a los “hard-working taxpayers”, una frase cercana a los “hard-working men and women across America” usada por Ted Cruz, mientras su correligionario Rand Paul se refiere a “people who work for people who own businesses” y el senador Bernie Sanders hace alusión a los “ordinary Americans” o a las “working families”.

Desde la crisis de 2008 la clase media estadounidense lucha por mantenerse a flote (AP/Chattanooga Times Free Press, Dan Henry)
Desde la crisis de 2008 la clase media estadounidense lucha por mantenerse a flote (AP/Chattanooga Times Free Press, Dan Henry)

Si hacemos una lectura humorística de esa jerga, podríamos concluir que la clase alta y los pobres no trabajan demasiado. O quizás sí, pero los primeros escuchan otros discursos en las cenas de recaudación de fondos, y más de la mitad de los segundos simplemente no vota.

¿Por qué ese rechazo a pronunciar “middle class”? Eufemismos aparte –esa manía tan cara a los políticos de querer edulcorar la realidad con palabras—el término clase media nunca ha gozado de mucha popularidad en Washington. Después de la Gran Recesión, pertenecer a ese grupo se ha convertido en sinónimo del declive del sueño americano.

Una encuesta de Gallup, publicada en abril pasado, reveló que solo el 51 por ciento de los estadounidenses se identifican con la clase media. Esa cifra representa una caída de nueve por ciento con respecto a los datos anteriores a la crisis de 2008. El 48 por ciento cae en la clase trabajadora o baja, y el uno por ciento…

Las estadísticas reflejan la inquietud de millones de familias norteamericanas ante el deterioro de sus niveles de vida. Si antes un hogar de clase media podía aspirar a la propiedad de una casa, seguros de salud, educación superior para los hijos y cierta seguridad financiera en el retiro, ahora la mayoría se conforma con tener un trabajo estable, no endeudarse demasiado y balancear las cuentas a fin de mes. Y no podría ser de otra manera cuando los salarios de ese grupo se han estancado, mientras el costo de los símbolos de su estatus ha aumentado en miles de dólares.

En México aún el 60 por ciento de la población pertenece a la clase baja.
En México aún el 60 por ciento de la población pertenece a la clase baja.

Desigualdades en el “sueño latinoamericano”

Paradójicamente, la pesadilla de la clase media estadounidense transcurre en tiempos de bonanza para los vecinos del sur. Los titulares describen la euforia: más de la mitad de los peruanos han ascendido a ese estatus; el 55 por ciento de los colombianos ya ha alcanzado la mitad de la pirámide social; el 80 por ciento de los argentinos se sienten en esa clase y hasta la mitad de los nicaragüenses, hondureños y salvadoreños pertenecen a ella, al menos según la opinión de los encuestados por la Cepal.

A pesar del unánime entusiasmo continental, los símbolos de la nueva condición difieren. En Colombia los que salieron de la pobreza aspiran a comprarse una casa, un auto, manejar tarjetas de crédito, usar un teléfono inteligente, invertir en la educación de los hijos y en la seguridad familiar. En Perú, poseer equipos electrodomésticos, habitar una vivienda con materiales más sólidos y disfrutar de cierto bienestar financiero. Mientras, en México, las familias de clase media cuentan con un ordenador, gastan cerca de 100 dólares mensuales en alimentos y bebidas fuera de casa, y poseen una vivienda propia, pagada o adquirida mediante financiamiento.

El problema, de acuerdo con un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, es que tras la consolidación de la clase media latinoamericana se oculta una persistente desigualdad. Las mujeres de la región, cuando encabezan el núcleo familiar, suelen sumergirse en la pobreza. Las familias monoparentales, donde predominan las madres solas, también abundan entre los sectores pobres. Además, quienes no terminan la enseñanza secundaria tienen menos posibilidades de salir de la precariedad.

El crecimiento económico espectacular de América Latina en los últimos años no ha bastado para borrar las inequidades. Y aunque el ascenso a la clase media ilusione a millones, sería mejor conservar cierta prudencia antes de cantar la victoria de la prosperidad para los hombres y las mujeres olvidados (como los llamó el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt). Ya sabemos que el sueño de un país puede terminar en incertidumbre.