Olaf, el santo vikingo que derrotó a los trolls

En el abultado santoral cristiano hay lugar para casi todo: desde mártires que mueren víctimas de las torturas más horribles que uno pueda imaginar (hay decapitaciones, despellejamientos, senos cortados, ojos arrancados, etc.), hasta beatos capaces de los milagros más sorprendentes. Basta hojear La leyenda dorada, de Jacopo della Voragine, para descubrir las insólitas vidas y prodigios atribuidos a multitud de santos.

Sin embargo, puede que incluso las imaginaciones más activas encuentren insólita la historia de uno de estos personajes: San Olaf, un rey vikingo que, coincidiendo con el cambio de milenio, se convirtió al cristianismo y acabó beatificado tras su muerte, en reconocimiento a su defensa de la fe de Cristo en su reino y a sus hazañas, que incluían hechos tan increíbles como batallas frente a monstruosos trolls.

Nacido en el año 984, en las postrimerías del primer milenio de nuestra era, durante su adolescencia el joven Olaf –tataranieto del rey Harald I de Noruega–, participó, como buen vikingo, en numerosas razzias llevadas a cabo en las costas de toda Europa, llegando a lugares tan lejanos como Santiago de Compostela.

Sin embargo, cuando rondaba la treintena, y mientras estaba establecido en Normandía, en la corte del duque Ricardo II, Olaf se convirtió al cristianismo, siendo desde ese instante el más ardiente valedor de aquella fe en las tierras del norte de las que procedía.

Poco después de su conversión a la fe de Cristo, en el año 1015, Olaf regresó a su patria, reunió bajo su mando a todos los clanes hasta entonces dispersos, y se propuso expulsar de Noruega a los terratenientes de influencia sueca y danesa.

Así, tras no pocas batallas –la Heimskringla o Crónica de los Reyes del Norte, no escatima en detalles sobre la violencia y brutalidad del cristiano rey vikingo–, el joven noble se alzó en el trono como Olaf II de Noruega.

Conseguida la corona, el nuevo rey se esforzó en afianzar sus dominios y propagar la fe cristiana, hasta entonces presente en el país, aunque de forma tímida y en un segundo plano en comparación con las creencias y prácticas paganas. Para ello, Olaf mandó construir un buen número de iglesias en todo el territorio bajo su control.

El reinado de Olaf, sin embargo, no duró mucho tiempo. Cuando todavía no se habían cumplido quince años de su ascenso al trono, el rey Canuto II de Dinamarca lanzó una ofensiva contra sus territorios y obligó a Olaf a exiliarse en Kiev. El rey vikingo y cristiano regresó dos años más tarde y se enfrentó a su enemigo, pero fue derrotado y murió en la batalla en el año 1030.

Poco después de su muerte comenzaron a circular rumores que le atribuían la realización de prodigios –los hagiógrafos aseguraban que su fallecimiento había coincidido con un eclipse de Sol, al igual que en el caso de la muerte de Cristo–, y curaciones milagrosas de quienes habían estado en contacto con su sangre durante la batalla.

De hecho, las historias que se decían sobre él poco después de su muerte motivaron el traslado de su cadáver –que se decía desprendía olor a santidad– hasta la iglesia de San Clemente en Trondheim, donde más tarde se construyó una catedral en su honor.

Diez años después, y gracias a la fama alcanzada por los supuestos prodigios obrados por Olaf –relatados oralmente y en poemas como el Glælognskviða–, el sanguinario rey vikingo fue canonizado por la Iglesia en el año 1041.

Fruto de esa fama, hoy es posible encontrar multitud de representaciones suyas en iglesias y catedrales de Noruega, Suecia y Dinamarca. Algunas de estas obras de arte –tanto pinturas como esculturas– resultan realmente sorprendentes por las escenas que muestran al espectador.

Así, en un mural de la iglesia sueca de Dingtuna, encontramos a San Olaf armado con su habitual hacha de doble hoja –es uno de sus atributos–, a punto de enfrentarse, acompañado de sus soldados, a un grupo de diabólicos trolls.

Este singular episodio –relatado en las sagas sobre su vida y milagros– es sólo uno de los que relacionan al monarca vikingo con estas criaturas de la mitología nórdica, pues otra de las leyendas asegura que la torre de la catedral de Trondheim –donde está enterrado el cuerpo del santo–, fue construida por un troll al que Olaf engañó para que la levantara en una noche.

Pero a San Olaf no sólo se le atribuyen curaciones y batallas contra trolls –historias estas últimas que los estudiosos interpretan como un símbolo del triunfo del cristianismo sobre las creencias paganas–, sino también milagros no menos peculiares.

Así, a veces Olaf aparece también en las iglesias representado portando una gran copa. La razón no deja de ser llamativa, pues al santo noruego se le atribuía un portento que seguro era del agrado de los rudos vikingos: había sido capaz de transformar el agua de una copa en sabrosa cerveza.

Fuente: Yahoo! España
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