La segunda guerra contra el terrorismo ya ha empezado

Combatientes kurdos iraquíes (peshmerga) saludan a la cámara en una camioneta que se dirige a la presa de Mosul recuperada a los yihadistas, el domingo 17 de agosto al norte de Irak
Combatientes kurdos iraquíes (peshmerga) saludan a la cámara en una camioneta que se dirige a la presa de Mosul recuperada a los yihadistas, el domingo 17 de agosto al norte de Irak

Estados Unidos ha lanzado 68 ataques aéreos desde hace unos diez días contra el grupo Estado Islámico en Irak. El presidente Obama anunció el 7 de agosto que autorizaba estos ataques por dos motivos: proteger a refugiados de la minoría yazidí y defender a ciudadanos americanos en Erbil -hacia donde avanzaba Estado Islámico.

Pero los más de 30 bombardeos selectivos de los últimos dos días han sido para un motivo nuevo: ayudar al ejército iraquí y combatientes kurdos a retomar la presa de Mosul, que acaba de ser recuperada. Este es uno de los ataques, contra un Humvee de fabricación americana del ejército iraquí que Estado Islámico había capturado:

Obama dijo que todo esto no implica una nueva guerra en Irak. Pero sí que parece una nueva guerra contra el terrorismo -o el regreso de la que Obama quiso concluir tras la muerte de Osama bin Laden. La primera fue -aún sigue a menor escala- contra Al Qaeda en, sobre todo, Afganistán, Pakistán y Yemen.

Estado Islámico es un nuevo tipo de amenaza. Estados Unidos quiso echar a los talibanes de Afganistán para que Al Qaeda u otros grupos no tuvieran un santuario desde donde organizar ataques contra Occidente. Ahora Estado Islámico ha conquistado -e incluso ha declarado un califato- su propio santuario gracias a la inestabilidad provocada por la guerra de Siria y al conflicto entre suníes y chiíes en Irak. Es una amenaza seria.

Por qué Irak sí y Siria no

En su autorización de bombardeos en Irak, Obama dijo: “Hace unos días, un iraquí clamaba que nadie iba a ayudarles. Bien, hoy Estados Unidos va a ayudarles”. Es curioso que Obama use una fórmula así: desde hace tres años, miles de sirios claman para que alguien les ayude. Estados Unidos les ha dado siempre largas. Han muerto más de 170 mil personas.

La diferencia es escandalosa, pero tiene la lógica cínica de las relaciones internacionales. En Irak hay unas condiciones y Estados Unidos tiene unos intereses que no existen en Siria: primero, Estado Islámico amenaza a todos los vecinos de Irak y Siria, algunos aliados de Estados Unidos, con seguir avanzando; esperar para frenarle solo puede complicar la situación.

Segundo, Estado Islámico tiene a cientos de combatientes con pasaportes occidentales y puede intentar atacar en Europa o Estados Unidos cuando quiera; tercero, un ataque contra Siria significaba entrar en una guerra junto a un grupo de militantes desorganizados contra un Estado apoyado por Irán y Rusia. La versión oficial del Departamento de Estado es que el gobierno de Irak ha pedido ayuda y el de Siria, no. Era un riesgo largo y evidente.

Obama está tan convencido de su decisión en Siria que dijo en una reunión privada que las críticas son “m&*% de caballo” y en público que armar a los rebeldes, y que funcionara era, es “una fantasía”. Pero de Hillary Clinton ha sido estos días la crítica principal de la decisión de Obama en 2012 de no apoyar con armas a la oposición siria para defenderse. Clinton cree que todo podría haber sido diferente.

Es obvio que cuando algo no sale bien, lo que no se hizo puede parecer una solución. Pero también podría haber acabado peor. Por ejemplo, con más tuits como este de un miembro de Estado Islámico:

El pecado original de Obama

El error crucial de la administración Obama no es la falta de apoyo a la oposición siria, sino el apoyo tácito al pucherazo del ya ex primer ministro iraquí Nuri al Maliki en las elecciones de 2010.

“Ahora vemos cómo fue de ignorante la política americana de confiar en Maliki”, ha escrito el general Jim Jones, asesor de Seguridad Nacional de Obama entre 2009 y 2010. Maliki ha convertido Irak en un gobierno sectario donde los chiíes se reparten cargos y poder.

Son esos errores que pocos intuyen en el momento, pero que luego son trágicos. Uno de los que lo percibió fue Ali Khedery, funcionario americano que trabajó casi una década en Irak tras la invasión de 2003. Es estos días uno de los comentaristas más precisos sobre el desastre sectario en el que se ha convertido el país (he intentado contectar con él pero a esta hora aún no he tenido noticias):

Durante años, los asesores [del presidente Obama] me insistieron que el gobierno [de Maliki] en Bagdad no era sectario -quizá porque no eran capaces de encender una televisión y ver el canal estatal iraquí y escuchar su programación abiertamente sectaria.

Los gobiernos poderosos cometen en el fondo errores parecidos a los de cualquier empresa, pero con fines más trágicos:

Un ex asesor de la Casa Blanca me dijo hace poco: “No es que no lo entiendan [lo que ocurre en Irak]. Es que no quieren entender lo que está pasando en Oriente Medio. Solo quieren que desaparezca. Pero solo está yendo a peor”.

Obama tiene ahora la oportunidad tardía de reparar ese error. De momento la presión diplomática ha logrado que Maliki desaparezca de la escena. Su sustituto, Haider al-Abadi, tiene un panorama desolador: un tercio del país está en manos de un grupo terrorista que amenaza la capital y en menos de un mes debe lograr un gobierno que reúna a miembros suníes para que se separen y hagan frente a Estado Islámico. (El apoyo de iraquíes suníes a Estado Islámico es una de las grandes claves de su éxito.) Es improbable pero necesario. Sería un milagro político.

Como dice su asesor, Obama preferiría no tener este problema, cuyo origen está en una guerra que no declaró. También preferiría que Rusia no creara problemas en Ucrania. Pero la vida en las relaciones internacionales es difícil.

La estrategia parece que por ahora será acorde con los discursos de Obama: primero, los ataques serán limitados contra una organización que amenaza intereses americanos y, segundo, otros con más intereses vitales [los iraquíes] se encargarán de los combates por tierra y pondrán por tanto sus vidas en peligro.

La presidencia de la primera potencia del mundo viene con estos retos: hay veces que la única solución es militar, aunque el presidente no lo quiera. La guerra acaba de empezar.

Publicado originalmente en World Wide Web.