La mítica fuente de la juventud
En San Agustín de la Florida, la fundación europea más antigua de América del Norte, un parque nacional tiene como su principal atracción turística la llamada Fuente de la Juventud (Fountain of Youth National Archeological Park). Conforme a la leyenda, sobre la que hay abundantes aportes literarios, quien beba de sus aguas disfrutará de una vigorosa longevidad o incluso de una juventud sempiterna. La presencia de este sitio en San Agustín se asocia con Juan Ponce de León, el explorador y conquistador español, de cuya llegada a la Florida se cumplen este año cinco siglos.
El descubrimiento de un “Nuevo Mundo” del otro lado del Atlántico revivió para los europeos algunos mitos fundacionales vinculados a la presunta inocencia original de los seres humanos que el pecado (la Caída) había venido aquebrantar. La enfermedad, la decrepitud y la muerte eran las consecuencias directas de la desobediencia de la primera pareja que todos sus descendientes heredábamos.
Para cualquier cristiano medianamente instruido de fines del siglo XV y principios del XVI (aunque estos no eran muchos), el paraíso terrenal, del cual Adán y Eva habían sido expulsados, estaba en Mesopotamia (¿no decía claramente la Biblia que el Éufrates era uno de los ríos del Paraíso?). Pero hacía siglos que el Oriente Medio era una tierra agotada, donde la práctica consuetudinaria de los regadíos, durante milenios, había traído como consecuencia una creciente e irreversible desertificación. ¿Cómo podía ser un mero oasis en tierras del Islam el espléndido Edén de los orígenes?
Por eso, cuando aparece este gigantesco territorio virgen —muchos de cuyos naturales (sobre todo en las Antillas y en el norte de América del Sur) andaban “en cueros vivos”, al decir de los cronistas españoles— no es difícil para los europeos hacer la transferencia. En verdad, el auténtico “paraíso perdido” era ese continente con inmensas regiones que aún parecían intocadas por los seres humanos. De ahí a suponer que la inmortalidad original —que nuestros primeros padres perdieron al pecar— se recuperara en aquellas selvas inexploradas mediaba sólo un paso. En alguna parte del vasto territorio americano manaba el agua que devolvía la juventud.
Sin embargo, no existen pruebas de que alguno de los conquistadores españoles y portugueses (los primeros en llegar a las nuevas tierras) vinieran seducidos por esas fábulas. Aquellos hombres rudos cruzaron el mar deslumbrados por la visión del oro y del poder (la ambición de convertirse en los señores que la mayoría no era en sus pueblos de origen). Y entre ellos puede contarse al mismísimo Ponce de León, que llegó a La Florida en la Pascua de Resurrección de 1513 con el propósito de engrandecer sus dominios y bienes, no con la intención de rejuvenecerse.
Los cronistas de Indias y los primeros que intentaron registrar la historia de América, no pudieron sustraerse a la utopía que proponía la existencia de este Nuevo Mundo por la sola razón de estar ahí. Los antiguos mitos que, por su parte, el Renacimiento desempolvaba, encontraban de pronto eco y asidero en la aventura de la exploración. La Fuente de la Juventud no escaparía a ello.
Gonzalo Fernández de Oviedo (Historia General y Natural de las Indias, 1535), Francisco López de Gómara (Historia General de las Indias,1551) y Fernando de Escalante y Fontaneda (Historia de España en el Nuevo Mundo,1575) fueron los primeros responsables de la propagación de esta leyenda, en la que se contaba que Sequene, un cacique de la Cuba taína, había abandonado alguna vez su tribu para dirigirse a Beimeni (o Bímini) una isla mítica donde encontró la eterna juventud y de la cual jamás regresaría.
Los seguidores de esta narración fabulosa nunca se pusieron de acuerdo respecto al punto de la geografía americana donde brotaba el manantial extraordinario: desde Bímini, una isla de las Bahamas (famosa en la actualidad por sus casinos) hasta un sitio impreciso del Yucatán maya; desde el Golfo de Honduras hasta el floridano San Agustín. Este último, asociado a la exploración de Ponce de León, ha contado con un mayor aval propagandístico.
El mito de la Fuente de la Juventud sirve para ilustrar, no obstante, la renovadora conmoción intelectual que significó para Europa el hallazgo de América. Del otro lado del mar volvían a adquirir cuerpo y notoriedad los gastados sueños del Viejo Mundo; allá reverdecía lo que en Europa había decrepitado. El primer fruto del “descubrimiento” en el plano de las ideas era, pues, brindar inspiración y escenario al pensamiento utópico.