La controvertida seducción del turismo negro

Calaveras, salas de tortura, zonas de desastre, cementerios, campos de batalla… un macabro catálogo de destinos turísticos que mueve a millones de personas alrededor del planeta. El auge del llamado turismo negro –dark tourism, en inglés—intriga desde hace algunos años a académicos y profesionales del viaje, que tratan de comprender por qué nos seducen esos sitios sombríos.

Las visitas a lugares habitados por las huellas del sufrimiento humano pueden tener, en efecto, un gran valor para comprender el pasado y no repetir sur horrores. Pero en esa peregrinación al dolor suelen cruzarse motivos menos elevados. La ligera curiosidad o el morbo que suelen inspirar a algunos, interrogan a los expertos en la industria del ocio sobre la ética de explotar comercialmente los restos de una tragedia, en particular cuando ha ocurrido recientemente.

Una vieja costumbre

Condenados a desandar, los turistas de hoy imitan, quizás sin saberlo, las bárbaras costumbres de nuestros antepasados. El turismo negro no es una invención de la economía globalizada, sino un viejo hábito anclado en muchas tradiciones culturales.

Recordemos el espectáculo máximo de Roma. En el Coliseo de la Ciudad Eterna y en sus reproducciones provincianas a lo largo del vasto Imperio, patricios y plebeyos se juntaban para contemplar el combate de los gladiadores. El público, extático frente a aquel ritual de sangre, decidía la muerte o el perdón de los guerreros heridos.

Durante la Edad Media, en Europa y América, las multitudes asistían a las ejecuciones y sacrificios humanos, con el mismo fervor que hoy presenciamos una competición deportiva. Aún en algunos países como China e Irán las ejecuciones públicas se mantienen como una práctica del sistema judicial para escarmentar los delitos más graves.

Entre la memoria y el morbo

Las razones que justifican los viajes a una región afligida por un desastre natural o un memorial a las víctimas de genocidio son tan variadas como las motivaciones para vacacionar en sentido general. En una serie de artículos sobre el turismo negro, la bloguera australiana especializada en viajes, Amanda Kendle, menciona el deseo de comprender cómo las personas sobreviven a una catástrofe y mostrar simpatía hacia su sufrimiento, el homenaje a quienes murieron por una causa justa, y otras menos loables como el interés por la muerte y la depravación.

La Zona Cero, hoy Museo y Memorial 11 de septiembre, en New York, constituye un ejemplo ilustrativo de estas diferencias. Mientras algunos acuden para cumplir una suerte de terapia personal o intentan comprender la experiencia vivida por las víctimas del ataque terrorista, otros se acercan para saciar su curiosidad y tomarse una fotografía, sonrientes, como si posaran delante de cualquier atracción turística.

Kendle menciona los tours al poblado británico de Soham, donde dos niñas de 10 años fueron asesinadas en 2002, como un caso extremo de esta inclinación morbosa, que irrespeta a los familiares de las víctimas y demuestra una escandalosa falta de sensibilidad.

Más allá de los porqués individuales, el turismo negro en lugares devastados por fenómenos naturales ha estimulado la solidaridad directa con las comunidades afectadas. Observar en directo las consecuencias del huracán Katrina, en New Orleans, o los terremotos que asolaron Haití y Japón en 2011, ha generado oleadas de solidaridad que se materializan en donaciones de dinero o materiales para la reconstrucción, y la participación directa en las obras y en organizaciones de apoyo a los damnificados.

El profesor británico J. John Lennon, quien acuñó el término “dark tourism” en 1996, considera la visita a destinos de turismo negro como una vía fundamental para aprender lecciones del pasado. Además, estos lugares nos revelan la postura de gobiernos y autoridades culturales frente al legado de una nación. “Cuando vemos qué sitios han sido restaurados y mantenidos, y cuáles no, comprendemos qué historias son aceptables o inadmisibles”, dijo al periódico inglés The Telegraph.
 
América Latina está salpicada de testigos de la crueldad, convertidos en imanes para los grupos de turistas europeos y norteamericanos, que no siempre conocen en profundidad la historia. Fort Zeelandia, en Paramaribo, la capital de Surinam, se presenta a los visitantes como un monumento a los horrores de la esclavitud, pero no menciona los asesinatos ocurridos en 1982, durante la dictadura del actual presidente, Dési Bouterse. El Castillo de San Carlos de La Cabaña, en La Habana, recuerda la prisión de los independentistas cubanos, pero ninguna placa hace referencia a los fusilamientos ejecutados en los primeros meses de la Revolución de 1959.

Algunos famosos destinos de turismo negro

El profesor Philip Stone, académico de la University of Central Lancashire, en el Reino Unido, elaboró en 2006 una tipología de los sitios turísticos relacionados con la muerte y otros episodios macabros:

Las sombrías fábricas de divertimento: Estas aluden a hechos más bien ficticios, leyendas urbanas o relatos históricos atravesados por un matiz lúgubre, y tienen un carácter abiertamente comercial. Un ejemplo: El London Dungeon, en la capital británica, donde “resucitan” personajes célebres como Jack el Destripador.

Exhibiciones macabras: Se trata de exposiciones que muestran objetos relacionados con el sufrimiento, la muerte y otros temas tétricos. Pueden compartir el interés económico con la pretensión de educar. La muestra itinerante Body Worlds, que revela los secretos de la anatomía humana, clasifica dentro de esta categoría.

Prisiones: Ocupan centros penitenciarios en desuso, que han sido conservados por su valor histórico y patrimonial. El deceso del líder sudafricano Nelson Mandela ha incrementado el interés de los turistas por conocer la cárcel de Robben Island, un símbolo de la lucha contra la segregación racial.

Oscuros sitios de reposo: O en otras palabras, los cementerios. La necrópolis de Père Lachaise, en París, acoge cada año a más de dos millones de turistas, que se pasean entre las tumbas para admirar la belleza arquitectónica o en busca de sus ídolos: Oscar Wilde, Edith Piaf, Jim Morrison…

Santuarios: El profesor Stone los describe como lugares que materializan el homenaje a personas fallecidas recientemente. El profesor menciona, por ejemplo, el memorial que crearon de manera espontánea los seguidores de Diana de Gales en el Palacio de Kensington, tras la muerte de la princesa en 1997.

Escenarios bélicos: Se refiere a los campos de batalla, cuyo objetivo es esencialmente conmemorativo y educacional. Las dos guerras mundiales que devastaron a Europa sembraron ese continente de accidentes geográficos célebres por la muerte de miles de soldados, como las playas de Normandía, en Francia.

Campos de genocidio: En el extremo más sombrío de esta clase de turismo, las fábricas de muerte construidas por regímenes autoritarios a lo largo de la historia nos impiden olvidar esos crímenes. El Museo Memorial de Auschwitz-Birkenau, en Polonia, recibe cada año alrededor de 1,5 millones de personas.