Juan Caboto, explorador pionero de Norteamérica
A fines del siglo XV, los navegantes italianos se hacían notar en Castilla y Portugal que eran los países que iban a la cabeza de la exploración oceánica. A los ambiciosos monarcas que aspiraban a las mercaderías del Asia, evadiendo las largas y peligrosas travesías de desiertos y tierras de infieles, estos aventureros les proponían rutas y sueños, fabulosas riquezas y evangelización de paganos. Cristóbal Colón fue el más afortunado en obtener el respaldo de Castilla para iniciar su empresa en 1492; Américo Vespucio viajaría (aunque acaso no tanto como afirmó después) con el patrocinio de los portugueses.
Juan Caboto (Giovanni Caboto), que no sabemos a ciencia cierta si era genovés como Colón, o veneciano, no tuvo tanta suerte en las cortes ibéricas y, viendo que sus planes no prosperaban, decidió ofrecerle sus servicios a la corona inglesa, que entonces detentaba Enrique VII, el primero de los Tudor.
Con ese fin, se establece con su familia en Bristol —el segundo puerto del país— en 1494 o 1495 y, no mucho tiempo después, se hace oír del rey, que le concede una patente para armar una expedición y buscar una ruta para llegar al Asia por el norte, que él estimaba más breve que la seguida por Colón. En definitiva, era la misma que medio milenio antes habían seguido los vikingos, de cuyo cruce del Atlántico debe haber quedado alguna memoria ancestral, amén de los relatos que se contaban de marinos que se habían visto arrastrados a tierras desconocidas bastante más allá de la Última Tule (Islandia).
Caboto zarpó de Bristol en un barco con el que no pudo pasar de Islandia. Como en tantos otros viajes de exploración de la época, la tripulación desconfiaba de su capitán y del incierto destino al que éste se proponía llegar. No sería hasta la primavera del año siguiente (mayo de 1497) cuando Caboto —ya para entonces bajo el nombre inglés de John Cabot— logra cruzar el Atlántico Norte en una nave pequeña (de 50 toneladas y apenas una veintena de tripulantes), pero que se desplaza a mayor velocidad. Es en esta embarcación, el Matthew, que llega, cosa de un mes más tarde, el 27 de junio, a un lugar impreciso de la costa americana, que bien puede ser la isla de Terranova, o la península de Labrador o incluso el extremo norte del actual estado de Maine, pero que él, al igual que Colón, confunde con el extremo oriental de Cipango.
Esta primera exploración de la costa de América del Norte —de cuyos vastos y desolados paisajes el marino italiano toma posesión en nombre de Inglaterra— ha de durar menos de un mes. El 20 de julio, el Matthew pone nuevamente proa a Europa para llegar a Bristol —luego de una breve escala en Francia que obedece a un mal rumbo— el 6 de agosto. A diferencia del Descubridor, Caboto no trae consigo indios ni animales exóticos. En verdad, el bosque interminable que ha visto a lo largo de la costa americana no difiere mucho del paisaje europeo: ni ciudades, ni oro, ni especias… Enrique VII, no obstante, le otorga el grado de Almirante y le concede un modestísimo salario, al tiempo que le encomienda un nuevo viaje exploratorio con más hombres y recursos y, sin duda, con el propósito de colonizar. Parte así de nuevo en 1498 (el mismo año en que Colón emprende su tercer viaje) y nunca más volverá a saberse de él. No faltarán relatos que le atribuyen haber llegado tan al norte como Groenlandia y tan al sur como la bahía de Chesapeake; pero casi seguramente eso no pasa de ser una simple leyenda, y Caboto y sus hombres hayan terminado en las profundidades del Atlántico.
No obstante esta breve y malograda carrera, la historia de Juan Caboto y su expedición a Norteamérica habrían de tener una asegurada posteridad. Los ingleses se encargarían de perpetuarla como fundamento para sus reclamos coloniales del otro lado del océano. Cuando España empezaba a extender su influencia por todo un continente y españoles y portugueses se dividían el Nuevo Mundo conforme al Tratado de Tordesillas, un pequeño reino del noroeste de Europa reclamaba su parte en la empresa de América. Aunque habría de pasar más un siglo para la materialización de ese reclamo, la fundación de las Trece Colonias —y la posterior existencia de Estados Unidos— se originan en los sueños de otro navegante italiano que también fue capaz de convencer a un rey.