Extranjeros secuestrados por Corea del Norte, un drama inconcluso

Se cree que Kim Jong-il ordenó las operaciones para raptar a ciudadanos extranjeros (Foto AP/Kyodo News)
Se cree que Kim Jong-il ordenó las operaciones para raptar a ciudadanos extranjeros (Foto AP/Kyodo News)

Megumi Yokota tenía 13 años. El día de su secuestro regresaba de unas prácticas de bádminton en su escuela, en la prefectura de Niigata. Casi 40 años después de su desaparición, los japoneses la consideran un símbolo de las docenas de personas que presuntamente fueron llevadas a la fuerza a Corea del Norte por comandos de inteligencia del país comunista.

Un reporte de Naciones Unidas sobre las violaciones de los derechos humanos cometidas por Pyongyang describe estas operaciones encubiertas. "Los agentes se acercaban a Japón por mar y desembarcaban. Las mujeres caminando solas por el litoral era un objetivo fácil. Un ex funcionario citó métodos usados para someter a las víctimas: rodearlas, asfixiarlas o atar un vendaje mojado con una sustancia anestésica sobre su boca antes de colocarlos en una bolsa para transportarlos a la embarcación".

La mayoría de las infiltraciones norcoreanas sucedieron entre las décadas de 1970 y 1980. Fuentes de inteligencia occidentales afirman que Kim Jong-il, padre del actual presidente Kim Jong-un, las coordinó personalmente. Pero el régimen niega esas acusaciones. No obstante, el tema de los ciudadanos japoneses secuestrados ha regresado con fuerza en los últimos años, como un asunto en el tope de la agenda del primer ministro nipón Shinzo Abe.

Shinzo Abe, ha presionado a Pyongyang para conocer el destino de sus compatriotas (AP/Eugene Hoshiko)
Shinzo Abe, ha presionado a Pyongyang para conocer el destino de sus compatriotas (AP/Eugene Hoshiko)

Diecisiete japoneses, un número impreciso

Corea del Norte negó durante tres décadas que sus servicios de inteligencia hubiesen ejecutado secuestros más allá de sus fronteras. La propaganda oficial norcoreana acusaba a sus enemigos del sur de la península de orquestar una campaña difamatoria. En Japón muchos tampoco creían en los rumores sobre los raptos de personas ordinarias en la costa del archipiélago. ¿Qué interés podía tener una misión para capturar a una simple oficinista o a una empleada de un bar?

Hasta el 17 de septiembre de 2002. Ese día Kim Jong-il confesó al primer ministro Junichiro Koizumi, que efectivos del ejército norcoreano habían secuestrado, por iniciativa propia, a una docena de ciudadanos nipones. Pyongyang no reconoció sus actos en un raro exceso de honestidad. Detrás del gesto diplomático se ocultaba la urgente necesidad de restablecer la cooperación económica con el vecino asiático, de quien el régimen aspiraba a conseguir una compensación por los años de dominación japonesa (1910-1945).

La revelación provocó estupefacción y cólera en la sociedad japonesa. Durante dos años ambas partes mantuvieron contactos para esclarecer el destino de los secuestrados, de los cuales cinco pudieron regresar a su tierra natal. Los demás, según Pyongyang, murieron de causas naturales, una teoría que rechazan las autoridades niponas. De hecho, Tokio ha presentado una lista mínima de 17 personas capturadas, un número que podría incrementarse a decenas o cientos.

En octubre y febrero pasados representantes de los dos países se encontraron oficialmente para reanudar las negociaciones. Japón exige un reporte exhaustivo y creíble sobre el paradero de sus ciudadanos. Pero las posibilidades de obtener información verosímil en este tema son más bien escasas. Los secuestros no se ejecutaron por puro capricho de los Kim, sino con fines militares. La revelación de esas historias dejaría al descubierto una de las políticas más sombrías del régimen norcoreano durante la Guerra Fría.

Los secuestrados debían trabajar como profesores de agentes de inteligencia norcoreanos (EFE/KCNA)
Los secuestrados debían trabajar como profesores de agentes de inteligencia norcoreanos (EFE/KCNA)

De gente ordinaria a entrenadores de espías

Por lo general los comandos norcoreanos no buscaban personas notables por su perfil político o su estatus económico, salvo casos excepcionales como el director de cine surcoreano Shin Sang-ok en 1978. Este carácter totalmente aleatorio de los secuestros desconcierta. Sin embargo, el azar perseguía un objetivo muy claro para los servicios de inteligencia del país comunista.

Se estima que durante las décadas de 1970 y 1980 Corea del Norte secuestró a decenas de ciudadanos de Japón, China, Malasia, Corea del Sur y varios países europeos. Las víctimas eran obligadas luego a trabajar como profesores de lenguas y culturas extranjeras en centros de entrenamiento de los servicios de inteligencia, infiltrarse en sus países para obtener información o, en el caso de las mujeres, servir como esposas de agentes.

La suerte de la mayoría se oculta tras las herméticas fronteras del régimen de los Kim. La preocupación del gobierno de Japón contrasta con la actitud de otros, como el de Corea del Sur, que ha hecho muy poco por repatriar a más de 500 civiles supuestamente secuestrados. Seúl ha dado escaso apoyo a los familiares de las personas desaparecidas, a quienes por momentos ha considerado simpatizantes del Norte comunista. Un diálogo al respecto parece remoto entre dos naciones que técnicamente aún están en guerra.

Otro capítulo absurdo, en fin, de la interminable saga iniciada por Kim Il-sung en 1950.