El estremecedor relato de un condenado a muerte en Irán

Las autoridades llegaron a decirle a la familia que el hombre ya había muerto pese a que no habían realizado la ejecución aún

Dibujo hecho por Mohanna, la hija de Hamed, que plasma la ejecución de su padre (Private)
Dibujo hecho por Mohanna, la hija de Hamed, que plasma la ejecución de su padre (Private)

“La ejecución nos perseguía a mí y a mi familia cada segundo. Mi familia era ejecutada conmigo una y otra vez. Si un solo día no tenían noticias mías, venían inmediatamente a la cárcel pensando que habían terminado con nosotros... Nos mantuvieron en esta situación, en la que cada minuto nos sentíamos con la soga al cuello”.

Y al final la ejecución terminó llegando. Segundos, minutos, horas, días, semanas y meses en los que Hamed Ahmadi, un preso iraní acusado de un delito de “enemistad contra Dios”, pensó que era el día en el que iba a morir y terminó no haciéndolo, mientras que las autoridades le decían a su familia que ya había muerto.

Esa frase no es solo el relato desesperado de un hombre que sabe lo que le espera, pero no sabe cuándo va a ocurrir, es también la atormentada carta que decidió escribir y en la que narra lo duro que fue para él que su familia no supiese qué estaba pasando, también el dolor por no poder despedirse de su pequeña hija a la que apenas ha podido conocer.

Pese a todo, la fecha estaba marcada en el calendario, el 4 de marzo de 2015, y ese fue el día en el que Hamed y otros prisioneros finalmente fueron ajusticiados. Atrás quedaban 5 años en el corredor de la muerte iraní pensando en que cada uno de los días que podía ser el último.

En el año 2012, este hombre y cinco compañeros más fueron condenados a muerte en un juicio manifiestamente injusto, tal y como asegura Amnistía Internacional. Un año después fueron confirmadas sus penas, pese a que la ley iraní obligaba a revisar sus casos. No había escapatoria para ellos.

Desde entonces, la casi seguridad de que su muerte sería inminente y el paso del tiempo que terminó generando en el grupo el peor de los sentimientos posibles en su situación: la creencia casi ciega de que al final iban a terminar siendo liberados.

“Pero pasaron 45 días. Cada día pensábamos que podían ejecutarnos al día siguiente, pero nadie venía a buscarnos. Nos acercamos a la muerte 45 veces. Dijimos adiós a la vida 45 veces”.

Fotografía de la mujer y la hija de Hamed (AI)
Fotografía de la mujer y la hija de Hamed (AI)

45 y al final muchos más, en los que nadie sabía el destino real de estos presos. De cara al exterior el mensaje de que ya habían muerto, pero en el interior de la cárcel estaba oculta la realidad. Seguían vivos y con la incertidumbre de no saber qué iba a ser de ellos.

“Mi familia está preocupada. Permitidme al menos que haga una llamada. Finalmente, me permitieron telefonear. Mi hermana empezó a llorar nada más oír mi voz: "¿Estás vivo? El diputado por Sanandaj, Salar Mohammadi, llamó y nos dijo que los 10 habíais sido ejecutados" . Habían celebrado un funeral en nuestra memoria”.

Al final no hubo salvación y las exhaustas familias que se pasaron la noche entera en las puertas de la cárcel pidiendo clemencia recibieron el frío mensaje de uno de los guardias: “Todo ha terminado”.

Desgraciadamente no es un caso aislado, pero sí excepcional. Las ejecuciones a minorías étnicas y religiosas en juicios injustos en los que se arrancan las confesiones con abusos y tortura son moneda habitual de Irán. Lo que es distinto en esta ocasión es la carta de un hombre que sabe que ya no tiene salida y solo se preocupa por no ver sufrir a sus seres más queridos.

La misiva de Hamed no es solo una despedida, ni el diario de un reo que sabe que está a punto de morir, es también un conmovedor mensaje de amor a sus seres queridos de los que sabía que no se iba a poder despedir.

Empecé a preguntarme si vería de nuevo a mi hija. Cuando nació no pude estar a su lado. Le rogué a Dios que diera paciencia a mi familia y deseé que al menos me dejaran despedirme de ella”, aseguraba en su escrito el hombre. Pero no le dejaron cumplir su deseo.

Esta es la carta completa:

Una fría mañana de otoño, en noviembre de 2012, me despertaron y me dijeron que iba a ser trasladado a la cárcel de Sanandaj [en la provincia de Kordestan]. La práctica habitual era trasladar a los condenados a pena de muerte solo para llevar a cabo la sentencia. Sentí sobre la cabeza la sombra de la ejecución. Todos los del módulo nos acercamos los unos a los otros. En aquel entonces eran 10 en el corredor de la muerte. Algunos lloraban, otros estaban sumidos en sus pensamientos. Pensamos que quizás solo nos estaban transfiriendo a otra cárcel, pero las humillantes miradas de los guardias decían otra cosa. Nos vendaron los ojos y nos esposaron a los 10, y nos metieron a empujones en un autobús mientras nos insultaban.

Intenté pensar en los buenos recuerdos para levantarme el ánimo, pero es difícil pensar en la felicidad cuando estás a solo un paso de la muerte. Cuando llegamos, nos sacaron del autobús y tiraron nuestras pertenencias al suelo. Estaba lloviendo y el suelo estaba embarrado. Sustituyeron nuestras esposas metálicas por otras de plástico; las ataron tan fuerte que las manos de algunos compañeros comenzaron a sangrar. Nos quitaron la venda de los ojos y nos llevaron a una habitación cuyas paredes estaban llenas de notas escritas a mano por personas del corredor de la muerte que habían sido llevadas a este mismo lugar antes de su ejecución. Nos lavamos para la oración y empezamos a rezar buscando paz y consuelo.

Empecé a preguntarme si vería de nuevo a mi hija. Cuando nació no pude estar a su lado. Le rogué a Dios que diera paciencia a mi familia y deseé que al menos me dejaran despedirme de ella.

La puerta se abrió. Nuestros corazones empezaron a latir muy fuerte. La pesadilla de la muerte se estaba haciendo realidad. Nos separaron a unos de otros. Nuestro ánimo se hundía y crecía nuestro miedo. El tiempo pasaba más lento que nunca antes en nuestras vidas. La noche anterior, la televisión había emitido un documental sobre nosotros. Todo el mundo opinaba que era una señal de que nuestra sentencia se ejecutaría pronto.

Pero pasaron 45 días. Cada día pensábamos que podían ejecutarnos al día siguiente, pero nadie venía a buscarnos. Nos acercamos a la muerte 45 veces. Dijimos adiós a la vida 45 veces.

Y justo cuando empezábamos a tener esperanzas de que no iban a ejecutarnos, cuando empezábamos a pensar otra vez en la vida, anunciaron que nuestros nombres constaban en la lista de transferidos a la cárcel de Raja'i Shahr. De nuevo la pesadilla de la muerte. Otra vez se repetía la imagen de un hombre colocándonos una soga alrededor del cuello. Nos dieron unas ropas azul claro, que son para quienes van a ser ejecutados. La imagen de la escena de la ejecución no me abandonó ni un segundo. Pasaron tres días.

Estaba completamente desorientado. Mi cerebro ya no funcionaba.

Golpeé la puerta sin parar, pidiendo a gritos que alguien viniera a responder a mis preguntas: ¿Por qué estamos aquí? Mi familia está preocupada. Permitidme al menos que haga una llamada. Finalmente, me permitieron telefonear. Mi hermana empezó a llorar nada más oír mi voz: "¿Estás vivo? El diputado por Sanandaj, Salar Mohammadi, llamó y nos dijo que los 10 habíais sido ejecutados" . Habían celebrado un funeral en nuestra memoria.

Entonces llamé a mi hermano. Estaba delante de la cárcel. Le pregunté si había oído algo de las otras seis personas que no estaban con nosotros. Lloró y dijo: Los han colgado hoy y no han entregado los cuerpos. Perdí el control y empecé a llorar y a gritar. Los hombres con quien había compartido celda durante tres años y medio ya no estaban en este mundo. No podía creerlo. Me sentí hundido y destrozado. Ninguno de ellos pudo ni siquiera decir adiós a su familia.

La ejecución nos perseguía a mí y a mi familia cada segundo. Mi familia era ejecutada conmigo una y otra vez. Si un solo día no tenían noticias mías, venían inmediatamente a la cárcel pensando que habían terminado con nosotros... Nos mantuvieron en esta situación, en la que cada minuto nos sentíamos con la soga al cuello.