El dispar destino de los pueblos fantasma

Detroit sufrió como ninguna otra ciudad la decadencia de la industria automotriz estadounidense (Albert Duce - Wikimedia Commons)
Detroit sufrió como ninguna otra ciudad la decadencia de la industria automotriz estadounidense (Albert Duce - Wikimedia Commons)

La proliferación de ciudades desiertas es un fenómeno sin fronteras. Desde el Cinturón Industrial en Estados Unidos hasta la ciudad fantasma de Ordos, en la Mongolia Interior china, desoladas urbanizaciones e incontables poblados rurales agonizan bajo los efectos de la crisis económica, el desarrollo inmobiliario descontrolado o los cambios demográficos.

Un artículo del semanario alemán Der Spiegel alertó a inicios de mes sobre el despoblamiento de varias regiones en ese país europeo. Esa tendencia a la concentración en grandes centros urbanos ha alcanzado también a otras naciones de la Unión Europea como España, donde cientos de aldeas deshabitadas se venden en Internet por precios a veces irrisorios. Mientras, Beijing anuncia que las ciudades chinas recibirán más 250 millones de nuevos residentes para el 2030.

Detrás de estos grandes movimientos de personas mueren modos de vida que sostuvieron la existencia de generaciones durante decenios o siglos. En ese trágico espejo, la decadencia de la manufactura estadounidense en Detroit proyecta la misma mueca que la destrucción de la milenaria cultura rural en China.

El inevitable declive alemán

La población de Alemania se reducirá en 17 millones de habitantes hacia la segunda mitad de este siglo. Esa cifra representa alrededor de la cuarta parte de los residentes en el país europeo en la actualidad. A pesar de la entrada sostenida de inmigrantes –unos 200.000 cada año—, el envejecimiento y la insuficiente natalidad –una de las más bajas del mundo—terminarán por hundir a la locomotora europea en una crisis demográfica.

En zonas del este alemán conocen bien los efectos del éxodo y el despoblamiento. En esos estados de la antigua República Democrática Alemana (RDA) la reunificación significó una transformación socioeconómica radical, que se tradujo en movimientos masivos hacia la vecina República Federal en busca de mejores oportunidades de trabajo.

Pero la decadencia de las regiones rurales ha alcanzado ahora algunas áreas del oeste como Baja Sajonia y Renania del Norte-Westfalia. Según estudios del Instituto de Investigaciones Económicas de Colonia, el abandono de poblados y pequeñas ciudades se convertirá en un fenómeno de alcance nacional en las próximas décadas. Mientras, la demanda de habitación crecerá en torno a las grandes ciudades, en particular Múnich, Hamburgo, Fráncfort y Berlín.

Aunque muchos pobladores de las localidades amenazadas se empeñan en conservar sus costumbres, la presión de la nueva economía basada en la informática y las comunicaciones, además del desinterés de las autoridades centrales por rescatar esas poblaciones aisladas, auguran un amargo final. Los jóvenes, seducidos por las comodidades de la ciudad, solo regresan al campo, si acaso, durante las vacaciones.

Como ha concluido el Instituto para la Población y el Desarrollo de Berlín, esas regiones rurales apartadas no son viables desde el punto de vista financiero y ambiental, y por tanto el gobierno debería estimular la emigración hacia los centros urbanos. A pesar de la resistencia local al cambio, los pequeños poblados del interior morirán tarde o temprano.

Ciudades frenéticas y vacías

Hace algunos años el mundo conoció la imagen de las ciudades fantasma chinas. La más famosa de todas es el distrito de Kangbashi, en Ordos, una gigantesca urbanización que debía acoger más de un millón de habitantes y ha atraído a unos pocos miles. Según reportes de la prensa local, el vertiginoso desarrollo inmobiliario en esa ciudad ha desembocado en un marasmo de construcciones paralizadas y deudas.

Ese paisaje se repite en otros lugares de la vasta geografía china. En opinión del arquitecto estadounidense Peter Calthorpe, las autoridades citadinas han apostado por la expansión como fuente de financiamiento. Los ingresos provenientes del alquiler de los terrenos sustituyen los impuestos sobre la propiedad, inexistentes en China.

Por otra parte, buena parte de la clase media emergente considera la inversión en bienes raíces como una garantía para el futuro. Sin deudas por la compra de las casas en efectivo y exentos de impuestos, los dueños de apartamentos no se apuran en habitar sus nuevas residencias, a la espera de que las urbanizaciones concluyan y la mudanza ofrezca una vida más confortable para las familias.

El boom inmobiliario chino responde, más que a la especulación, a un plan del gobierno para sostener el crecimiento económico a largo plazo. Beijing espera incrementar la población urbana en unos 250 millones de personas en las próximas décadas y con ello estabilizar una masa de consumidores que reduzcan la dependencia de las exportaciones. Desde 1980 las ciudades del país asiático han casi triplicado el número de habitantes.

A pesar de los evidentes fracasos de algunas “ciudades fantasma”, el profesor Stephen Roach, catedrático en la Universidad de Yale y especialista en Asia, recuerda el ejemplo del barrio de Pudong, en Shanghái. Lo que parecía condenado a convertirse en un paraje desolado, devino una impresionante zona comercial donde viven más de cinco millones de personas, símbolo del auge económico chino.

Edificios en Seseña, una de las ciudades fantasma del boom inmobiliario español (Grupo Francisco Hernando - Flickr)
Edificios en Seseña, una de las ciudades fantasma del boom inmobiliario español (Grupo Francisco Hernando - Flickr)

Tras la explosión de la burbuja

A medio camino entre la crisis demográfica alemana y el boom inmobiliario chino, España representa lo peor de ambos escenarios.

Cuando estalló la burbuja inmobiliaria en 2008 miles de viviendas se quedaron a medio construir en prometedoras urbanizaciones como la célebre Seseña, que aspiraba a convertirse en una fabulosa zona residencial para jóvenes familias cerca de Madrid. En otros sitios, más que edificios y calles desiertas, la crisis dejó un rastro de tierras desmontadas y vallas que prometían un futuro confortable. La economía española aún pena por salir del abismo al cual fue lanzada por esta “fiebre del bloque”.

En el campo español la situación tampoco marcha mejor. El Instituto Nacional de Estadística ha contabilizado más de 3.000 aldeas deshabitadas. Los jóvenes que podían sostener la vida en esos poblados rurales emigraron a las ciudades, y ahora continúan su éxodo hacia otros países de la Unión Europea menos tocados por la crisis.

No obstante, algunos observadores han señalado una incipiente tendencia al retorno hacia las localidades pequeñas. Por el momento los principales compradores de las aldeas son extranjeros: profesionales de las tecnologías de la información que pueden trabajar desde cualquier sitio con Internet, inversionistas del sector turístico o simplemente personas en busca de tranquilidad para el retiro.

Según las ofertas del sitio Aldeas Abandonadas, un pequeño caserío en Galicia puede adquirirse por el increíble precio de 62.000 euros. Las más costosas superan los tres millones de euros en Cataluña. Una de ellas, cerca de la localidad de Igualada, al noroeste de Barcelona, incluye una iglesia del siglo XI.