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El alto al fuego en Gaza es un parche mal cosido

Cientos de personas celebran en las calles el alto el fuego en Gaza hoy, martes 26 de agosto de 2014. EFE
Cientos de personas celebran en las calles el alto el fuego en Gaza hoy, martes 26 de agosto de 2014. EFE

Desde el primer día estaba claro que la guerra de Gaza iba a acabar así: sin ganador y sin un acuerdo de fondo. El alto al fuego ilimitado propuesto por Egipto y aceptado por Israel y Hamás es casi igual que el que también planteó El Cairo a la semana del conflicto. La situación por ahora queda como tras la operación anterior, Pilar Defensivo, en 2012.

En septiembre deberán negociar un acuerdo con más condiciones. Pero es improbable que lleguen a un pacto. Han muerto más de 2.100 palestinos -más de 500 niños- y 70 israelíes. A pesar de no haber logrado ningún botín, en Gaza había celebración en la noche del martes. Esta es una de las fotos más emblemáticas:

Farah Baker, una joven palestina de 16 años que tuitea en inglés y ha sido una de las voces emblemáticas desde Gaza, definía así la alegría que sentía el martes: “Esta niña no puede creer que vuelva a su pacífica vida ordinaria”.

La celebración es por volver a “la vida ordinaria” y que los misiles dejarán de caer. La vida en Gaza volverá a ser todo lo normal que sea posible tras 50 días de bombardeos casi ininterrumpidos. Hamás obtiene de momento detalles que para Israel no suponen ninguna cesión: uno, la apertura de las fronteras para ayuda humanitaria y de reconstrucción; según Reuters, las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina -y no de Hamás- controlarán las aduanas. Dos, también la simbólica ampliación de faenar para los pescadores de Gaza: de 3 millas a 6.

Durante este mes, Hamás pedirá las otras cosas que quiere: liberar a prisioneros, el final completo del bloqueo israelí y la apertura de la frontera con Egipto, la apertura de un puerto y aeropuerto, y fondos para pagar a sus funcionarios. Israel quiere la desmilitarización de Gaza -que es irrealizable.

Si tengo que apostar, ninguno de los bandos va a ceder sin condiciones para asegurar que se cumpla lo acordado. Pero nadie va a aceptarlas. Así que estamos en una nueva etapa de “calma por calma”, justo lo que había hasta el 8 de julio, inicio de la operación Margen Protector.

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Junto a su pueblo, comprensiblemente alegre por el fin de los ataques, los líderes de Hamás también celebraban su éxito. La rueda de prensa inicial se ha hecho delante del Hospital de Shifa, donde tantos acusan a los dirigentes de Hamás de tener su búnker.

El portavoz Abu Zuhri ha mencionado dos logros de Hamás en este conflicto: cerrar durante dos días el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv y hacer huir a los residentes israelíes cercanos a la frontera cn Gaza. Para una guerrilla o un bando claramente inferior, “resistir”, sobrevivir es vencer.

Es una victoria tan pequeña que desde fuera parece indecoroso alegrarse tras haber visto morir más de 2 mil compatriotas sin poder hacer apenas nada. Pero es el destino palestino. Es de hecho el mismo relato desde hace décadas: “Desde que soy pequeña, grupos declaran la victoria sobre Israel. Por algún motivo: Israel sigue creciendo, más poderoso. Los árabes se dividen cada vez más”, escribe la periodista Jenan Moussa.

En un diálogo interesante, el palestino Youssef Munayyer le responde: “Creo también que Israel se autoaisla y seguirá haciéndolo cada vez más por episodios como éste”.

La estrategia palestina de “resistir” tiene un objetivo a largo plazo: el lento aislamiento y autodestrucción de Israel. Israel quiere ser un país normal. La mayoría de los meses y años logra serlo: vivir por ejemplo en Tel Aviv es parecido a vivir en Berlín o Barcelona. Es una especie de burbuja. Es fácil olvidarse de las condiciones de vida bajo ocupación a 100 kilómetros de allí. Pero, de repente, un secuestro en Cisjordania o cohetes desde Gaza lo recuerdan.

Los israelíes ya están acostumbrados y la mayoría seguirá sin más. Pero los extranjeros no están acostumbrados. La falta de turismo e inversión extranjera -dos pilares de cualquier país- en Israel pueden provocar crisis o recesiones. La falta de trabajo provoca emigración. La emigración de judíos en Israel es una amenaza vital para el equilibrio demográfico con los palestinos.

Los cohetes son por tanto una especie de sanciones palestinas contra Israel: le impiden recibir el mismo nivel de ingresos del resto del mundo como haría cualquier otro país.

Un par de niños sostienen armas desde un coche durante las celebraciones por el alto el fuego entre Hamas e Israel en la Franja de Gaza, el 26 de agosto de 2014
Un par de niños sostienen armas desde un coche durante las celebraciones por el alto el fuego entre Hamas e Israel en la Franja de Gaza, el 26 de agosto de 2014

Aunque Israel aguante, los palestinos también han demostrado que no se irán. Otros problemas para Israel es que Estados Unidos deje de ser un aliado incondicional por algún motivo hoy inimaginable o que Hamás logre algún invento revolucionario del que Israel no pueda defenderse. Nada de esto ocurrirá en esta generación, pero nadie iba a resolver este conflicto en los próximos años.

El precio que Hamás hace pagar a la población para resistir es humillante. Pero en Gaza ven como culpable último de su situación a Israel. Hamás deberá gobernar -quizá con la ayuda económica de Fatah-, pero tiene la excusa israelí a mano.

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El portavoz israelí Ofir Gendelman ha aparecido en Al Jazeera tras el anuncio del alto al fuego. Le han preguntado: “En Gaza celebran. ¿Y en Israel?” En Israel nadie celebra, pero Gendelman tenía que responder: “Nosotros también”, ha dicho con cara seria.

En Israel, los dos grandes puntos son estos: no hemos concedido nada que no fuéramos a conceder y Hamás tiene menos cohetes (hasta que Irán envíe más o los fabriquen en Gaza). La esperanza israelí es que Hamás tarde tantos años en recuperarse que no lance más cohetes en mucho tiempo.

 

El sistema de defensa Cúpula de Hierro hace por suerte que los israelíes vean como un alivio menor el fin de los cohetes desde Gaza, que además afectan sobre todo al sur del país. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, igual que Hamás, tenía ganas de salir de este callejón sin salida. En 2009, cuando ganó las elecciones, fue poco después de la operación Plomo Fundido en Gaza, dirigida por el entonces primer ministro Ehud Olmert. Prometió que acabaría con Hamás. Cinco años después, seguimos igual.

Hay otros políticos, en su partido y fuera, que dicen ahora lo mismo que decía Netanyahu en 2009: hay que invadir de nuevo Gaza y destruir Hamás. Pero los militares saben que eso solo se podría hacer con un balance final de cientos de soldados muertos y sin una salida clara: ¿cómo eliminaría a todos los miembros de Hamás sin garantizar que no surgieran nuevos, con nuevas armas o medios o ideas?

Este fin de guerra recuerda a Israel que vive bien, pero sobre un polvorín. Hamás no gana simpatizantes por el mundo con su estrategia, pero Israel tampoco. Es un perfecto círculo vicioso: los cohetes de Hamás permiten a Israel decir que nunca saldrá de Cisjordania para que no le ataquen desde allí. Esto debilita a Fatah, rivales de Hamás y únicos interlocutores de Israel en las negociaciones de paz.

La solución de dos Estados no tiene pues futuro. La presión aumenta, salta la violencia, Hamás aprovecha, muere gente -sobre todo palestinos- y vuelta a empezar.

Es ridículo, es inútil, es incomprensible. El bloqueo y los cohetes seguirán si una sorpresa en las negociaciones este mes no lo evita. Habrá por tanto otra guerra en los próximos años. Ambos bandos esperan que las condiciones cambien a su favor sin hacer nada. Solo esperar. Mientras se espera, se vive. Ya es mucho en Oriente Medio.

Publicado originalmente en World Wide Web.