Dime si corres y te diré quién eres

Cuando la primavera, al fin, trae de vuelta el calor, los aficionados al jogging reaparecen como un enjambre en torno a los parques, a lo largo de los ríos y en cualquier lugar apropiado para el ejercicio. Algunas aplicaciones de teléfonos móviles permiten monitorear estas rutas y trazar mapas citadinos de las carreras. La exploración de esta cartografía nos revela datos interesantes sobre quiénes pueden dedicarse a esa actividad física.

Ricos y atléticos

En su sitio Flowing Data, el experto en estadísticas Nathan Yau ha compilado información sobre dónde corren los habitantes de varias ciudades estadounidenses y europeas, junto a Sídney y Tokio. Además de trazar un singular retrato de urbes como Miami, New York y Washington D.C., el proyecto permite especular sobre la relación entre el bienestar material de los barrios y los hábitos de sus residentes.

Como señala The Washington Post, los mapas destacan claramente los vecindarios acomodados, donde abundan los sitios ideales para hacer jogging porque ofrecen senderos para correr, vías exclusivas para bicicletas y paisajes que estimulan un modo de vida sano. Los grupos con mayores ingresos, que pueden pagar elevadas rentas o acceder a propiedades en estas zonas, también utilizan con más frecuencia teléfonos inteligentes y aplicaciones para seguir su entrenamiento.

Por el contrario, en los barrios pobres confluyen factores de lo que se conoce como “ambiente obesogénico”: proliferación de negocios de comida rápida, reducida oferta de frutas y vegetales en los mercados, limitado acceso a clubes e instalaciones deportivas, y escasez de esos escenarios urbanos que invitan a practicar ejercicios físicos. Los pobres no disponen, en resumen, del tiempo ni las condiciones para consagrarse a semejantes lujos.

Pobreza y obesidad, no siempre sinónimos

Los mapas de Yau visualizan uno de los aspectos más controversiales del debate sobre la obesidad en Estados Unidos y otros países desarrollados. ¿La obesidad afecta en especial a los grupos sociales de bajos ingresos? ¿Cómo se relacionan la salud, la pobreza y el sobrepeso?

La respuesta a la primera pregunta es sí… y no. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), el 68 por ciento de los norteamericanos mantiene un peso corporal por encima de lo recomendable y más de un tercio se considera obeso. Sin embargo, la diferencia entre hombres y mujeres, y al interior de los diversos grupos étnicos, no permite establecer un vínculo directo entre el estatus socioeconómico y el sobrepeso.

Por una parte las mujeres adultas con ingresos cercanos o por debajo del umbral de la pobreza tienen más probabilidades de ser obesas que sus similares de clase alta. Esa correspondencia resulta dramática entre las afroamericanas y las de origen mexicano, con 54,7 por ciento y 44,9 por ciento de obesidad, respectivamente.

Pero entre los hombres ocurre lo contrario. La riqueza entre blancos, negros y mexicano-estadounidenses genera sobrepeso, en lugar de reducir su impacto, como sucede en todos los grupos de mujeres estudiados. La tendencia se acentúa entre los grupos no blancos investigados por CDC: 44,5 por ciento de los afronorteamericanos y 40,8 por ciento de los adultos de origen mexicano pertenecientes al sector de altos ingresos padecen obesidad.

Hasta el momento los investigadores no se han puesto de acuerdo sobre la influencia precisa de la pobreza sobre la obesidad y viceversa. No obstante, las estadísticas indican que el sobrepeso provoca costos al sistema de salud de Estados Unidos estimados en alrededor de 190.000 millones de dólares, es decir, la quinta parte del gasto anual en cuidados médicos.

El hábito de hacer ejercicios debería atravesar todas las capas sociales. Pocos dudan de los beneficios de caminar, correr, montar bicicleta o asistir con frecuencia a un gimnasio, bajo un régimen de entrenamiento moderado.

Entonces, ¿quiénes corren entorno al Silver Lake de Los Ángeles, o junto al mar en Miami, o a lo largo del río Potomac en Washington? Al margen de cómo la respuesta marque la distribución desigual del bienestar en esas ciudades, esos mapas deberían estimular a otros corredores a dejar su huella en una nueva geografía de la plenitud física.