"Cura bueno" contra "deán malo" entre los indignados de Londres

Hace unas semanas que hay toda una ciudad, habitada por unas 200 personas, de tiendas de campaña frente a la catedral de St. Paul en Londres. Estas personas no están allí para hablar de Dios; quieren hablar de dinero. O, mejor dicho, de la gente que controla el dinero. Según se lee en las pancartas, creen que "la crisis es del capitalismo", que "el capitalismo es la anti-empatía" y que "los banqueros son los Mubaraks de Occidente".

Son los conocidos protesters. Los hombres que, indignados, exigen profundas reformas en las políticas económicas y sociales. En otros países del mundo ocupan Wall Street u otros iconos capitalistas. En Londres han ocupado St. Paul, la turística catedral en la que se casó Lady Di en 1981. Y han desatado una polémica que ha desvelado las relaciones con la corporación (Londres no tiene ayuntamiento) y la mismísima jerarquía eclesiástica. Es como una novela de Dan Brown en tiempos de crisis.

Todo empezó hace unas semanas, con el decano Graeme Knowles, de unos 60 años. En cuanto vio la cantidad de jóvenes que acampaban frente a su catedral, siguió lo que se cree que fueron estrictas órdenes internas de hacer piña con la corporación de Londres. Era lógico. La catedral es mitad propiedad de Londres, mitad de la Iglesia. Enfrentarse a las finanzas de la corporación, como sugerían los protesters, era enfrentarse a sí mismos.

Así que Knowles empezó a trabajar para que la policía echara de ahí a los manifestantes de una forma, digamos, poco cristiana. Antes de recaer en St. Paul, Knowles fue obispo en Sodor and Man, reputado icono de las evasiones de impuestos de los ricos donantes de la Iglesia anglicana.

No debió parecer buena idea que un clérigo se aliara con quienes tienen el dinero. Al poco, Knowles vio cómo sus subalternos se rebelaban contra él. Nadie apoyaba sus mociones y, en cuanto él mismo intentó seguir adelante, empezó una serie de sonoras dimisiones. Al principio eran de gente sin relevancia mediática, pero la semana pasada todo cambió: el canciller de St. Paul, el muy liberal y muy mediático Giles Fraser, decidió dimitir y juntarse con los manifestantes.

La polémica se había convertido en crisis para la Iglesia de Inglaterra. Fraser hacía de vínculo entre las instituciones de la City de Londres y St. Paul. Mientras, los medios lo alababan como "el cura bueno", su histórico enemigo, el arzobispo de Canterbury, supuestamente, ordenó que pagara por su rebeldía. No lo logró. Será condecorado con un ascenso en otra localidad inglesa.

Al final, por presiones internas y tras quedarse sin argumentos más de una vez frente a los medios, Knowles tuvo que dimitir. Sus planes para echar a los protesters habían fracasado estrepitosamente y habían abierto una crisis en la catedral. Esta semana, quince días de polémicas después, la máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra, el arzobispo Rowan Williams, ha decidido resolverla pronunciándose. El consenso general es que iba a maldecir a los manifestantes y defender el orden establecido. Pero lo que pasó fue distinto.

"Las manifestaciones de St. Paul son, para un número inesperado de gente, la expresión de un hartazgo con el establishment financiero que no parece que vaya a desaparecer", empezó Rowan Williams. "Reina la sensación -justa o no- de que la sociedad está pagando por los errores y la irresponsabilidad de los banqueros, de que los mensajes no llegan, de que volver al modelo de negocio tradicional nos impacienta".

Y entonces dio su golpe de efecto: sugirió tres medidas para ayudar a los protesters en detrimento de la City. La más importante fue crear un llamado "impuesto de Robin Hood, porque beneficia a los pobres y no a los ricos". Y otro por cada transacción, incluidas las donaciones de las que depende St. Paul para sobrevivir.

En su habitual lenguaje críptico, y quizá por motivos más subrepticios de lo deseable, el arzobispo de Canterbury se unía a los protesters. Y, de paso, declaraba la guerra a la ciudad de Londres.

Fuente: Daily Mail