¿Por qué la guerra en Siria se ha transformado en un callejón sin salida?
El conflicto en Siria es como un raro paciente en estado de coma: por momentos parece salir del letargo, pero luego se hunde nuevamente en una sorda pesadilla. Continúa muriendo. O más bien como esa callejuela que no conduce a ningún sitio. Para abrirla a la circulación sería necesario derribar casas, rehacer todo el trazado urbano, empezar de cero.
Ahora nos preocupan las noticias sobre los refugiados, pero antes la inquietud giraba en torno al Estado Islámico (EI), y antes al uso de armas químicas contra civiles, y antes a la represión del régimen de Bashar al-Assad. Y entre tragedia y tragedia, un paréntesis de negociaciones.
La guerra cumplió cuatro años. Si la paz depende de la acción de Estados Unidos, Rusia, Europa, Turquía, Irán o los países árabes, tardará en llegar. La hipótesis más probable hoy cae como sentencia: Siria ya no existe.
Bashar al-Assad, ¿problema o solución?
El éxodo de refugiados hacia Europa ha despertado a Occidente de su somnolencia frente a la crisis. Sin embargo, la coalición internacional que combate al EI se equivoca al nombrar un culpable. Los sirios huyen, sin dudas, del extremismo islámico, pero la abrumadora mayoría escapa de los bombardeos con las llamadas bombas de barril, que ejecuta el ejército leal a Damasco.
Estados Unidos ha exigido la dimisión de Bashar al-Assad desde 2011. No obstante, cuando Washington pudo aplicar la fuerza militar para acelerar la caída del régimen, Barack Obama prefirió negociar una incompleta eliminación del arsenal químico sirio. Después del caos en Libia, la Casa Blanca temía un vacío de poder en una región tan explosiva.
Rusia afirma que la derrota del Estado Islámico pasa por el apoyo Bashar al-Assad. Vladimir Putin miente. El presidente sirio ha estimulado el auge del grupo terrorista, primero mediante la liberación de yihadistas y luego con la brutal represión contra civiles. El ejército regular ha atacado a los rebeldes con más saña que a las huestes del EI.
La estrategia de Damasco ha sido desviar la atención del conflicto interno y presentarse como aliado contra los extremistas. Putin, por su parte, necesita que el Bashar al-Assad o un régimen afín se mantengan en el poder, porque de ello depende la influencia rusa en el Mediterráneo. El desembarco de nuevos pertrechos rusos en el puerto de Latakia reafirma el respaldo militar de Moscú.
Obama y Putin se observan como dos pistoleros del Lejano Oeste. Desconfían. Si el primero acepta una alianza temporal con los rusos para enfrentar al EI, tendrá que consentir también la presencia de Bashar al-Assad. Ironías de la historia: para detener los desmanes del terrorismo islámico, Occidente pactará con un régimen cuyos crímenes desataron esta crisis. Y deberá aceptar, además, la mediación del presidente ruso, que tampoco ha vacilado en usar la fuerza para alcanzar sus objetivos en Crimea y Ucrania.
La imposible solución militar
Pero aún si Moscú y Washington reúnen sus fuerzas para combatir al EI, ¿lograrán eliminar la semilla terrorista en el Medio Oriente? No.
Obama y Putin lo saben. El primero heredó dos guerras que engendraron caos en lugar de paz y democracia. El segundo recordará seguramente la fracasada intervención soviética en Afganistán.
Los bombardeos de la coalición no han evitado la expansión del EI en Irak y Siria. Un despliegue en el terreno de tropas rusas, estadounidenses y de otros aliados, no borraría las causas que suscitaron el nacimiento del EI. La intervención de Occidente solo ha agudizado la hostilidad entre sunitas y chiíes. El fundamentalismo islámico, como la mítica hidra de Lerna, renace después de cada golpe.
Demasiadas manos sobre el rompecabezas
Los expertos afirman que solo una solución regional pondrá fin al conflicto. Pero, ¿quién pondrá de acuerdo a iraníes, turcos, saudíes, palestinos, qataríes, kurdos, sirios… además de estadounidenses y rusos?
Un resumen de las posiciones anuncia un difícil consenso: Teherán y Moscú apoyan decididamente a Bashar al-Assad, no solo con palabras, sino con armamento y tropas; Ankara mantiene su propia guerra contra los kurdos, un pueblo sin país que se extiende por el oeste de Irán, el norte de Irak y Siria hasta el sureste de Turquía; Riad y Doha han respaldado a grupos rebeldes porque temen a la influencia iraní en la zona; y Washington no quiere poner en riesgo el acuerdo nuclear con Irán, ni incomodar a sus aliados árabes, mientras combate al EI, que es enemigo de su tradicional enemigo, el régimen sirio. ¡Todo un trabalenguas!
Siria es como un rompecabezas, que manos enemigas tratan de armar. Cuando lo consigan, el nuevo estado –dividido probablemente en zonas de influencia según los poderes internacionales—no se parecerá a aquel de 2010.
Y no lo será porque un cuarto de millón de sirios han muerto y otros cuatro millones han huido. El éxodo hacia Europa demuestra que los desplazados perdieron toda esperanza de paz. El país donde vivieron no existe. O sí, pero únicamente en la mesa de políticos y diplomáticos.