‘Bienvenida la sombra’, lectura del escritor y poeta cubano Ramón Fernández-Larrea

Como parte del ciclo de lecturas organizadas por la Fundación Cuatrogatos, con el apoyo de Artefactus Cultural Center y con la colaboración de Florida Arts & Culture, tendrá lugar el recital poético “Bienvenida la sombra”, con el poeta y escritor cubano Ramón Fernández-Larrea.

Fernández-Larrea nació en Bayamo, Cuba, en 1958. Es poeta, ensayista y guionista de radio y televisión. Como poeta ha publicado varios libros: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, El libro de las instrucciones, Manual de pasión y Terneros que nunca mueran de rodillas, publicado por Ediciones Furtivas.

Eras muy famoso en tu país cuando liderabas “El programa de Ramón”. ¿Qué piensas de la fama y la notoriedad?

Han pasado los años y mi vida ha cambiado mucho. Dices que era conocido en todo el país, pero desde hace mucho no tengo país, como muchísimos otros cubanos. Incluso viviendo en Cuba en los últimos años, ya no tenía país. Conocí lo que se llama “la muerte civil”. Vivir encerrado, sabiendo que nadie me daría trabajo, que era una presencia no deseada. Luego salí y me extrañaba tanto que decidí reencontrarme a mí mismo. Te confieso que tenía fama, pero no era famoso. No me gustaba y sigue sin gustarme. La notoriedad es una carga, una molestia.

En Cuba, con “El programa de Ramón”, la gente me conocía, y eso me ayudó con las autoridades. Me salvó más de una vez con la policía. El programa batió récords de audiencia sin proponérmelo. En aquel momento creía, ingenuamente, que mi generación podía cambiar las cosas desde adentro. Después, en mi exilio español, hui muchos años de aquel programa, porque quería que la gente juzgara y conociera otras cosas que hacía. La poesía, el humor escrito, el rescate de nuestra historia musical.

“Atrás quedó la negra boca el odio…” * ¿Sientes nostalgia de lo que quedó atrás?

Siento la dulce nostalgia, como todos, de los tiempos en los que fui feliz. De la niñez, de mi pueblo, Bayamo. De vivir en familia, de aquellos primeros amigos, de la vida sencilla, de no haber sentido la garra de la muerte con las personas que uno quiere.

Siento nostalgia de lugares, sobre todo de lo que sentí, vi o pensé en esos lugares, en el momento en el que estuve en ellos. Y también una nostalgia dolorosa por amigos que se han marchado muy temprano. Al principio el dolor no me dejaba avanzar, hasta que comprendí que la única manera de que no murieran cada día era pensar en ellos y mantenerlos vivos. De que vayan en mí.

“Invita porque el pasado no cesa…” ¿Cuál es la peor cicatriz de tu pasado?

La temprana muerte de mi madre. Se fue de pronto, cuando mi hermano y yo éramos adolescentes. Me costó muchos años reponerme de eso y entender la vida sin tener a nadie cerca para preguntarle. Había pasado mi adolescencia lejos de casa: tres años en una escuela militar, los camilitos. Y tras dos años en la calle, volvimos a estar becados cuando entramos en el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, la única manera de escapar del Servicio Militar.

Hasta ese momento veía la vida con muchas luces, con miles de ilusiones. Con su pérdida me sentí más solo, pero me salvó el humor. Durante el primer mes en que ella ya no estaba, resolvimos el siguiente esquema para el almuerzo y la comida. Vivíamos en El Vedado, ciudad de La Habana. Almorzábamos en la pizzería de 12 y 23, y en la noche tocaba comida china en el restaurante Pekín. Al día siguiente tocaba chino en el almuerzo y comida italiana en la comida. Así, alternando italiano y chino, todo un mes. El día 30 mi hermano y yo nos miramos, hastiados de aquellos sabores: ni un día más de queso o de salsa china, y tocamos en la puerta de una vecina: queríamos aprender a hacer arroz y freír huevos. Ya estábamos preparados para lo desconocido.

Todavía hoy converso en silencio con ella. Me alegra pensar que habría sido feliz con algunos de mis logros y que se preocupa por mis constantes meteduras de pata. Derrotas alegres, pero derrotas, al fin y al cabo.

¿Qué ha aportado a tu vida y obra los países donde has estado?

Fue bueno haber vivido en las Islas Canarias, en Santa Cruz de Tenerife, me sirvió para tratar de volver a ser quien soy, allí nadie me conocía, ni le importaba lo que hubiera hecho en la vida. Era aprender a nacer de nuevo. Luego fuimos a vivir a Barcelona, y allí encontré la ciudad donde me gustaría vivir mis últimos años. Comprendí porqué en mis juegos de niño, allá en Bayamo, decíamos tantas palabras catalanas, casi todos mis amigos eran descendientes de catalanes. Aprendí algo muy sencillo: hay todo un mundo fuera de la isla de Cuba. Un montón de cielos tan azules como mi cielo. Otras puertas y otras luces, y gente buena que hubiera sido una lástima no conocer. Allí encontré amigos para toda la vida.

“Soñamos pese a todos los vidrios…” La libertad es una muletilla oculta en tus metáforas. ¿Sigues necesitándola después de ser libre?

La libertad nunca termina. Cada día hay que respirarla y medirla. Y saber para qué sirve o en qué o en quiénes, puede usarse. La libertad, al menos para mí, es una profunda alegría, y también una responsabilidad muy seria. Por eso la libertad para mí es también tristeza, por ver a quienes la maltratan, la usan mal, o intentan matarla. En la poesía que escribí en Cuba era un desafío y una advertencia. La libertad es algo que anhela y necesita hasta tu verdugo.

¿Existe una catarsis entre tu poesía y el humor, y viceversa?

Las dos me ayudan a hacer catarsis. Son diferentes formas, dos caminos distintos, pero tienen algo en común: son algo muy serio, algo que respeto. Son dos oficios que se prestan cosas y que se ayudan, y me ayudan.

Te cuento un momento terrible de mi vida: a los tres años de morir mi madre, acompañé a mi tía, su hermana, al cementerio de Colón, a la exhumación del cuerpo. Los trabajadores del lugar sacaron el ataúd bastante deshecho. Ese era un momento profundamente triste. Y más cuando vi lo que quedaba de aquella persona que me había dado todo. Pero uno de los empleados, el más joven, fue sacando los huesos y acomodándolos en una caja más pequeña. Enseguida intuí lo que iba a pasar y me acerqué a mi tía por la espalda. Y no me defraudó aquel muchacho. Probó guardar la tibia, el hueso largo de la pierna, y no cabía. Lo intentó de varias formas, y nada. Y al final lo agarró por cada punta y lo rompió en dos contra su muslo. Yo tuve que aguantar la carcajada, por lo absurdo de aquello. Era puro humor negro porque el tipo no se inmutó, ni entendió el horror de lo que había hecho. Pero mi tía casi se desmaya y la aguanté con mis brazos y la saqué de allí.

Pienso siempre en aquel momento. A veces con tristeza y otras con una sonrisa. En ese momento se mezclaron la poesía y el humor. Y eso han hecho siempre en mi vida.

Ramón Fernández-Larrea leyendo sus versos en la galería y centro cultural Imago x las Artes, en Miami, el viernes 19 de abril de 2024.
Ramón Fernández-Larrea leyendo sus versos en la galería y centro cultural Imago x las Artes, en Miami, el viernes 19 de abril de 2024.

Dice Magdalena, tu esposa, que ella es feliz con tu humor constante, que a veces te quiere matar, pero se lo borras rápido y vuelve a ser feliz. ¿Es esa la fórmula para mantener vivo el amor, el humor?

Si ella lo dice ha de ser verdad. Y ahí sí hay un secreto: no contradecirla nunca. El humor siempre ha sido para mí una defensa. En la realidad soy muy solitario y bastante antisocial. Creo que el humor es mi manera de abrir la puerta del mundo y salir a ver rostros. Y me salva como un escudo, y es mi manera de relacionarme con la gente.

¿Con qué nuevo libro vas a sorprendernos?

Desde hace años voy echando en una especie de cajón virtual poemas que van saliendo. Hay algunos empezados, otros que sé que nunca terminaré. Incluso hubo otro manuscrito que recuperé aquí en Miami. Voy armando un cuaderno con los poemas viejos y con los nuevos. El poemario ha tenido varios títulos. Y hay otros títulos en el baúl. He recuperado uno que nunca usé: “Bienvenida la sombra”, que tiene que ver con este momento en mi vida: 66 años, una visión más bien triste de quien mira hacia atrás en el camino, y del que escucha unos pasos y piensa que pudiera ser el final. Es mi manera de decir al mundo que estoy preparado para lo que venga: he podido hacer muchas cosas, he sido feliz y he sido desgraciado. Me gusta la luz, pero soy feliz en un rincón, tranquilo, en la penumbra.

* Todos los versos citados en las preguntas son del autor.

Ramón estará leyendo para sus amigos y todos los que quieran escucharlo, el viernes 10 de mayo a las 8:30 p.m. en Artefactus Cultural Center, 12302 SW 133rd CT. Miami, FL., 33186. Teléfono: (786) 704-5715 info@artefactus.us, más información: www.artefactus.us