Un bebé se convierte en símbolo de la tragedia migratoria

PAMPLONA, Colombia.- A Yodángel Alfonso se le acabó la vida cuando apenas la había comenzado, a dos horas de la frontera donde nació, a finales del año pasado. Desde que estaba en el vientre de su madre ya era un emigrante que huía con casi toda su familia en busca de una vida alejada del descalabro de su país. Hoy, cuando cumple sus primeras horas enterrado en el sórdido panteón número 1 del cementerio diocesano de Pamplona, en el departamento colombiano de Norte de Santander, Yodángel ya es el nuevo símbolo de la tragedia migratoria, el Aylan venezolano.

En su nicho figura su nombre, escrito sobre cemento por su propia madre, Mariángel Román, de 18 años. Al menos ahora está cobijado por las flores regaladas por los voluntarios de la Red Humanitaria y regadas con las lágrimas incontenibles de la joven, que quiso poner fin a su vida con unas tijeras nada más conocer su muerte. Un enfermero y un médico se lo impidieron.

El bebé de dos meses murió el miércoles pasado en los brazos de su madre cuando caminaban por la ruta que une Cúcuta con Bucaramanga, la estrecha vía que se hizo famosa en medio planeta gracias a los 15.000 caminantes venezolanos que pelean contra ella cada mes.

El humilde núcleo familiar, compuesto por 10 personas (seis adultos y cuatro niños), emprendió el camino tres días antes desde La Parada, el barrio que ha crecido junto al Puente Internacional Simón Bolívar. Días de caminata, frío, hambre, a la buena de un Dios en el que todavía dicen creer.

"En unas me culpo yo, en otras creo que son cosas que solo Dios sabe", afirma la joven, que alimentaba con su pecho al bebé cuando se dio cuenta de que se ahogaba y comenzaba a sangrar por la nariz. Allá en el sector conocido como La Laguna, en medio de la carretera, muertos de frío (5°C en ese momento) y con la humedad provocada por una llovizna reciente.

Con Reynier, su otro hijo de dos años, y con su tía Rosmary pidieron ayuda de forma desesperada. Atendidos por fin en el ambulatorio cercano de Silos, las maniobras de reanimación de nada sirvieron. El traslado hasta el hospital de Pamplona, el municipio más grande de esa zona, solo sirvió para confirmar la muerte del bebé.

En el acta de defunción de Aylan, el chico sirio de origen kurdo, que contaba con tres años, figuró la palabra "ahogamiento".

"Broncoaspiración", aseguran en el centro médico de Pamplona, pese a que no se realizó autopsia al bebé. "Los grupos humanitarios manejamos varias causas para la muerte de Yodángel, basadas en nuestra experiencia. Por supuesto el frío (la temperatura baja hasta los 0°C en la noche), la deshidratación, la desnutrición, la debilidad pulmonar, el estrés emocional de la madre y el niño y el cansancio", asegura José Luis Muñoz, vocero de la Red Humanitaria.

Si a Aylan lo mató la guerra, a Yodángel la tragedia venezolana le robó la vida. La tragedia que no cesa. Más de cinco millones, camino ya de los seis, huyeron del derrumbe revolucionario en Venezuela.

En cualquier día de este año se producirá el sorpasso y la diáspora venezolana adelantará a la siria como la mayor del planeta en estos tiempos.

En menos de 100 kilómetros, entre Cúcuta y Pamplona, LA NACION contó más de 200 caminantes, al menos diez de ellos con bebés en sus brazos. "Hoy nos pasó a nosotros y mañana le puede pasar a otra venezolana. Con nosotros iba una mujer solita con tres chicos, uno de ellos epiléptico y otro con males en los riñones. Ella los llevaba hasta Cali, donde ya tiene un hermano viviendo", describe la tía Rosmary delante de su sobrina.

Parecidas motivaciones empujaron a los Román a abandonar Naguanagua, municipio a un par de horas de Caracas. La tormenta perfecta: sin comida, con sueldos miserables, sin medicamentos... Que se lo digan a la propia Mariángel, que sufrió cuatro convulsiones desde que el miércoles muriera su bebé.

"Salí hace ocho meses de Venezuela y a Cúcuta llegué embarazada de tres meses de Alfonso. No quiero volver allá, no tenía qué darle de comer a mi hijo. En la frontera me atendieron bien y allí di a luz a mi bebé. Mi sueño ahora era llegar a Cali para vender comida venezolana. Allá ya tenemos familia", describe la joven, que no olvida el frío que pasó en el camino, "como si aquello fuera un congelador".

Nadie recuerda hoy en la frontera la otra historia, la del sirio Aylan. Ni tampoco que cuando murió en 2015, Nicolás Maduro se mostró muy consternado en televisión ante su fotografía en la orilla de la playa. "¿Es que eso no le duele a nadie? ¿No les duele la destrucción de Siria?", clamó entonces el jefe revolucionario.