Basta

Seguidores del presidente Donald Trump se reúnen en la entrada del Centro Médico Walter Reed en Bethesda, Maryland, el domingo 4 de octubre de 2020. (Damon Winter/The New York Times)
Seguidores del presidente Donald Trump se reúnen en la entrada del Centro Médico Walter Reed en Bethesda, Maryland, el domingo 4 de octubre de 2020. (Damon Winter/The New York Times)

Durante la última década, a medida que Donald Trump ha ido ascendiendo en estatura política, he esperado ese momento precario pero inevitable en el que los actos bien documentados de los que se le ha hallado responsable pondrían fin a su ascenso político, cuando todo acabaría por ser demasiado. He esperado a lo largo de acusaciones escandalosas sobre amoríos y sobornos, así como conversaciones misóginas y violentas sobre manosear a las mujeres. Hubo acusaciones de abusos sexuales de las que fue declarado responsable en un caso, decenas de condenas por delitos graves y aún más acusaciones pendientes, declaraciones flagrantemente racistas y una xenofobia recalcitrante.

Ha habido tantas ocasiones en las que he pensado que, por fin, habíamos llegado al colmo, que con eso había revelado demasiado de lo que se esconde tras la máscara. Por fin, este país se levantará y trazará una línea infranqueable en la arena. Por fin, los estadounidenses dirán que esto no es lo que somos y lo dirán en serio.

Ese momento no ha llegado.

La elección de Trump demuestra que la tolerancia de los estadounidenses a lo inaceptable es casi infinita. Hay cientos de cosas absolutamente alucinantes que podría señalar de la última década: la sugerencia de que inyectarse cloro serviría como tratamiento contra el coronavirus y las descabelladas teorías conspirativas de QAnon que infectan a millones de estadounidenses, incluidos políticos, además de los insultos a los veteranos y las burlas contra los discapacitados. Pero durante tres elecciones seguidas, Trump ha sido un candidato presidencial viable y nuestra democracia tiene pocas salvaguardas para proteger al país de los peligros claros y presentes que él y sus designaciones políticas seguirán confiriéndonos.

Está claro que Trump ha tenido éxito gracias a sus defectos, no a pesar de ellos, porque no vivimos en un mundo justo.

Antes de que terminara el ciclo electoral de 2024, los candidatos expusieron sus argumentos finales. Kamala Harris articuló una visión esperanzadora, un camino a seguir para un país fracturado. Se posicionó como moderada, una líder dispuesta a trabajar con sus opositores políticos, que acepta la diversidad y se preocupa por la clase media y reconoce que muchas personas están luchando de un modo u otro y quieren que se reconozcan esas luchas. Quieren soluciones para sus problemas y Harris prometió que ella y su gobierno trabajarían con el Congreso para mejorar la vida de todos nosotros. Está claro que esas promesas no convencieron.

Trump pintó a Estados Unidos como un lugar oscuro y premonitorio, repleto de inmigrantes y delincuencia. Un lugar donde los estadounidenses buenos y “normales” han quedado en el olvido, mientras el progreso desenfrenado remodela el mundo que quieren (un mundo blanco, de clase media y heterosexual) para volverlo inhóspito e irreconocible. Trump carece de visión porque carece de imaginación y empatía. Solo se preocupa por sí mismo y así es como gobierna, rodeándose de gente que ensalzará con entusiasmo su ego y lo hará sentirse como el rey que claramente desea ser.

En los momentos finales y críticos del ciclo electoral ─durante un mitin en el Madison Square Garden que presentaba toda la intolerancia a la que nos hemos acostumbrado─ necesitaba creer que, por fin, habíamos llegado a un punto más allá del cual podríamos escapar del agujero negro de la terrible política de Trump. Porque si volviera a ser elegido a pesar de todo esto, si suficientes estadounidenses siguieran obcecados en su voluntad de aceptar el extremismo republicano, sería catastrófico.

Y ahora los republicanos controlarán el poder ejecutivo, el Senado y la Cámara de Representantes. Habrá pocos pesos y contrapesos.

Se cometieron errores en la campaña de Harris porque siempre se cometen errores en las campañas presidenciales. Ahora los demócratas reflexionan sobre esos errores y tratan de buscar la manera de manifestar un resultado diferente la próxima vez, si es que hay una próxima vez. Ha habido recriminaciones de sobra: demasiados famosos, cámaras de eco, ignorar la economía, ninguna alternativa al ecosistema mediático conservador, demasiada aceptación de los políticos conservadores, demasiada política de identidad, una carpa demasiado grande, el precio de los huevos.

Pero sugerir que debemos ceder aunque sea un poco a la política del odio de Trump, sugerir que debemos transigir en los derechos de las personas transgénero, por ejemplo, y en todas las demás cuestiones críticas que más nos preocupan, es inaceptable. Es vergonzoso y cobarde. No podemos abandonar a las comunidades más vulnerables para calmar a los más poderosos. Aunque lo hiciéramos, nunca sería suficiente. La meta final seguiría moviéndose hasta que la política progresista se volviera indistinguible de la política conservadora. Ya estamos a mitad de camino.

A los votantes de Trump se les concede un nivel de atención y mimos que desafía la credulidad y que no se concede a ningún otro bloque de votantes. Muchos de ellos creen las cosas más ridículas: que se abortan bebés después de nacer y que los niños van a la escuela de un género y vuelven a casa quirúrgicamente alterados de otro género, aunque estas cosas sencillamente no ocurren. Una y otra vez, oímos las disparatadas mentiras que creen estos votantes y actuamos como si compartieran la misma realidad que nosotros, como si tomaran decisiones informadas sobre cuestiones legítimas. Actuamos como si pudieran dictar los términos del compromiso político sobre una base de febril mendacidad.

Debemos negarnos a participar en un engaño masivo. Debemos negarnos a aceptar que la ignorancia que se exhibe es una condición congénita y no una elección. Todos nosotros debemos negarnos a fingir que todo esto es normal y que estos votantes, por desgracia, son incomprendidos y que si tan solo los demócratas atendieran su ansiedad económica, podrían votar de otra manera. Aunque son numerosos, eso no les da la razón.

Son adultos, así que tratémosles como tales. Reconozcamos que quieren creer tonterías y conjeturas. Quieren creer cualquier cosa que reafirme su visión del mundo. Quieren celebrar a un líder que les permite alimentar sus creencias más bajas sobre los demás. El mayor reto de nuestra vida será averiguar cómo combatir la disposición de los estadounidenses a aceptar la desinformación flagrante y la intolerancia.

Mientras Trump reúne a su gabinete de leales y esboza las alarmantes políticas que pretende promulgar, es difícil no imaginarse lo peor, no por paranoia, sino como medio de preparación. El presidente entrante ha dejado claro que podría desmantelar el Departamento de Educación y parece que dará al hombre más rico del mundo acceso sin restricciones al Despacho Oval. Planea iniciar de inmediato las deportaciones masivas y ha anunciado la elección de un presentador de Fox News como secretario de Defensa; la lista continúa, cada promesa más espantosa que la anterior.

Nos gustaría creer que muchas de las ideas de la descabellada lista de deseos de Trump no se harán realidad y que nuestra democracia podrá resistir una vez más al nuevo presidente y a la gente de la que se rodea. Pero eso no son más que castillos en el aire motivados por la desesperación. Por el momento, no hay nada que pueda romper el férreo control que Trump ejerce sobre su base, y el vicepresidente electo JD Vance es lo suficientemente joven como para llevar la batuta durante los próximos ciclos políticos.

Absolutamente todo es posible, y debemos reconocerlo, no porque nos demos por vencidos, sino a fin de prepararnos para las luchas imposibles que nos esperan.

Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.

c.2024 The New York Times Company