La Basílica de San Pedro, corazón espiritual de la Iglesia Católica

Los fieles católicos del mundo saben que han llegado a su Santa Sede, destino final de su peregrinación, cuando al cruzar el puente de San Ángelo, justo donde comienza la Avenida de la Conciliación, pueden ver la imponente Plaza de San Pedro antecediendo la Basílica, corazón espiritual de su Iglesia.

Desde allí, por abarcadora, la vista es impresionante. Y es que al final de esa avenida las columnatas de Bernini, con su marmóreo resplandor, son un anticipo de la grandiosidad que aguarda por ellos bajo los abovedados espacios de la Basílica que, a lo lejos, se levanta donde fue enterrado San Pedro.

Su estructura original, que se mantuvo intacta por más de mil años, comenzó a reconstruirse en los años 1400 por órdenes del Papa Nicolas V. Al morir este, los trabajos fueron suspendidos y no comenzaron otra vez hasta 1506 cuando Donato de Ángelo diseñó los nuevos planos basándose en la figura de una cruz griega. Pero De Ángelo no pudo terminar su obra porque murió repentinamente en 1514. Le siguieron Raphael, Antonio de Sangallo, Peruzzi y Miguel Ángel, quien concibió la gigantesca cúpula tomando como modelo la de la Catedral de Florencia.

El papa Francisco se asoma para saludar a la gente presente en la plaza de San Pedro. Wikimedia Commons
El papa Francisco se asoma para saludar a la gente presente en la plaza de San Pedro. Wikimedia Commons

Más tarde, ya en el siglo XVII, Carlo Maderno fue comisionado para agrandar la iglesia, lo cual hizo alargando la nave principal, que tomó entonces la forma de una Cruz Latina. Los trabajos terminaron en 1614, ya con su imponente fachada actual que consta de cinco puertas, siendo la más importante de ellas la Puerta Santa, situada a la derecha y que solo se abre en ocasiones especiales. En el centro está la Puerta Filareta o Puerta Central, con sus impresionantes relieves de bronce. A su lado, la Puerta de los Sacramentos, en la que aparece un ángel anunciándolos. Está también la Puerta del Bien y el Mal, reconstruida recientemente. Y la Puerta de la Muerte, llamada así por ser utilizada para la salida de los cortejos fúnebres de los Papas.

Puente de Sant’Angelo, y al fondo la Basílica de San Pedro. Jebulon/Wikimedia Commons
Puente de Sant’Angelo, y al fondo la Basílica de San Pedro. Jebulon/Wikimedia Commons

Pero si la Plaza y la fachada de la Basílica impresionan por la amplitud de la primera y la magnificencia renacentista y barroca de la segunda, el interior de la iglesia sobrecoge el ánimo. Quizás ese sea el propósito de su desmesura. No en balde es la iglesia más grande del mundo. La amplitud arquitectónica de sus espacios, la elaborada decoración de sus mármoles y los detalles en oro de sus mosaicos, abruman al visitante. Sin embargo, lo que realmente asombra es la inexplicable sensación de paz que se siente al entrar en ella. No hay que ser un creyente para sentirla. Es como tener un nudo en el corazón y muchas ganas de llorar. Es así de catártica.

Uno de los grandes tesoros de la Basílica es la famosa obra de Miguel Ángel, la Pietá. Wikimedia Commons
Uno de los grandes tesoros de la Basílica es la famosa obra de Miguel Ángel, la Pietá. Wikimedia Commons

Al entrar, a la derecha, está uno de los grandes tesoros de la Basílica: la famosa obra de Miguel Ángel, la Pietá. No hay que ser un crítico de arte para poder admirarla. La perfección de sus formas es asombrosa. Los dobleces en los pliegues de la manta de la Virgen María alcanzan un realismo nunca visto en una escultura. Y aunque la pureza de su rostro es conmovedora, es el cuerpo exánime de Jesús, sobre el regazo de la madre lo que convierte esta pieza en una obra de inspiración casi divina.

Cátedra de San Pedro. Diego Delso/Wikimedia Commons
Cátedra de San Pedro. Diego Delso/Wikimedia Commons

Justo antes de llegar al confesionario, se encuentra una estatua de bronce de San Pedro, atribuida al genio de Arnolfo di Cambio y que data del siglo XIII. Es fácil de identificar porque siempre está rodeada de fieles devotos que tratan de besar sus pies. O, al menos, tocarlos. El pie derecho, que sobresale el pedestal de mármol sobre el que descansa la efigie, refulge por el roce de millones de manos. Muchos le piden milagros; otros se arrodillan frente a él y rezan en silencio.

El papa Francisco Jeffrey Bruno from New York City, United States/Wikimedia Commons
El papa Francisco Jeffrey Bruno from New York City, United States/Wikimedia Commons

En el centro del crucero está el altar papal, cubierto por el dosel de bronce negro de Bernini con sus famosas columnas torcidas bajo el cual se asienta, refulgente, el Trono de San Pedro. A su derecha se encuentra la entrada a la Gruta del Vaticano donde, junto a la de San Pedro, se halla la tumba de Juan Pablo II. Comparada a las de los otros sesenta Papas que también están enterrados allí, la de Juan Pablo impresiona por su propia sencillez. Frente a ella pasan, diariamente, entre quince y veinte mil visitantes. Sin embargo, a pesar de la estrechez del pasillo de la cripta, las personas que lo recorren se comportan con solemnidad. Un respetuoso silencio parece asentarse en la cavernosidad de la gruta.

Vista general de la Basílica de San Pedro, en Roma. Wolfgang Stuck/Wikimedia Commons
Vista general de la Basílica de San Pedro, en Roma. Wolfgang Stuck/Wikimedia Commons

Al salir, la mayoría de los fieles sube a la cúpula. Desde allí no solo pueden verse los hermosos jardines del Vaticano y los apartamentos papales, sino uno de los paisajes más espectaculares de Roma. Al otro lado del Tíber, en un triple contraste de tonalidades, es posible contemplar el verdor de Villa Borghese, la pétrea oquedad del Panteón y la blancura marmórea del monumento a Víctor Manuel II. Hacia el sur, donde el río bordea el Monte Aventino, la terracota de los techos de las casas del Trastévere es un extendido zócalo de múltiples matices. Son vistas que abarcan a Roma en toda su grandiosidad multicolor.

La visita a la Basílica no es solo una experiencia inolvidable. Es, más que nada, la inquebrantable reafirmación de su fe. Wikimedia Commons
La visita a la Basílica no es solo una experiencia inolvidable. Es, más que nada, la inquebrantable reafirmación de su fe. Wikimedia Commons

Al bajar y salir a la plaza, no hay aliento para más. La visita a la Basílica no es solo una experiencia inolvidable. Es, más que nada, la inquebrantable reafirmación de su fe. Tal vez por eso, al emprender el camino de regreso, se detienen por última vez en la Avenida de la Conciliación y miran hacia un edificio carmelita que se alza detrás de las columnatas de la derecha, donde se encuentran los apartamentos papales. Y aunque no lo dicen, lo hacen con la esperanza de ver al Papa Francisco, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro. Todos saben cuál es la ventana desde la cual bendice a los fieles. Hoy esa ventana está cerrada. Pero todos saben que volverá abrirse mañana.

El papa Francisco Jeffrey Bruno from New York City, United States/Wikimedia Commons
El papa Francisco Jeffrey Bruno from New York City, United States/Wikimedia Commons