Búsqueda de Loan: un dolor que no tiene palabra que lo nombre y los riesgos de la masificación del estado de terror

Loan, en el caballo con el que fueron al campo
Loan, en el caballo con el que fueron al campo

La desaparición de Loan Peña tiene ribetes escalofriantes y misteriosos. No extraña que concite tanta atención dado que la desaparición de personas, y, en particular, la de niños es, sin dudas, una de las pesadillas más recurrentes y angustiosas de padres y madres.

Antaño era “el hombre de la bolsa” el personaje que daba entidad mítica a esa siniestra posibilidad de que un niño sea llevado hacia algún lugar oscuro y mortal, tan terrible que no podía nombrarse desde la literalidad por sus implicancias. Aquello ominoso que permitía entrever peligros superlativos tenía la imagen de ese hombre tenebroso con bolsa al hombro, del que había que cuidarse, y mucho.

Para nuestra fortuna, estadísticamente la posibilidad de vivir la pesadilla de la desaparición de un hijo es pequeña, pero eso no significa que sea pequeño el efecto emocional por parte de toda la sociedad al ver, con nombre y apellido, cómo esa remota posibilidad se hace carne en situaciones como la que viven los padres de Loan, o, entre otros, la que vivieron los padres de Sofía Herrera, desaparecida ya hace años en Tierra del Fuego.

A su vez, incrementa la atención del caso el afán de desentrañar otro misterio que se suma al del destino del niño o niña desaparecido, o el de las circunstancias que rodearon esas desapariciones. Nos referimos al misterio acerca de qué habita la interioridad de aquellos capaces hacer ese tipo de daño en los niños, algo tan alejado a una sensibilidad humana que damos por obvia, pero no lo es.

Un ejemplo es el caso de Madeleine McCann, la niña desaparecida en Portugal hace ya 17 años. En el caso puntual de la niña británica, que fue secuestrada cuando los padres comían a metros de donde ella dormía, apareció, investigación mediante, un sospechoso: un hombre que reúne todos los atributos del “hombre de la bolsa”, un perverso que genera escalofríos tan solo al ver su foto. Ver el rostro del perpetrador es, al menos, un alivio dentro de la situación insoportable de incertidumbre.

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La solidaridad frente a los padres de Loan es mucha en estos días. Son innumerables los padres que alguna vez han perdido a sus hijos por un rato en una playa concurrida o en un lugar similar, y saben el abismo de angustia que se abre en ese tiempo que transcurre entre la toma de conciencia de que el hijo no está a la vista y el momento, lleno de alivio, en el que se recupera el contacto con él. No vamos a revolver en el tenor de la congoja que ese tipo de situaciones genera, pero el sentimiento es conocido por una gran mayoría de quienes han criado o crían hijos y de allí, entonces, la enorme empatía que el caso ha generado.

A su vez, la masividad mediática de la desaparición de Loan propicia un estado de alarma que, sin dudas, afecta a muchos chicos que se asustan y angustian al tomar conciencia de que estas cosas pasan.

Miles de padres y madres hoy se angustian frente al televisor o leyendo diarios y comentan los avatares de la situación frente a sus hijos que, también, ven y escuchan la noticia.

Esta situación requiere alguna reflexión, porque una cosa es la prudencia y cuidado que requiere la vida y sus peligros, y otra es la masificación de un estado de terror ante peligros que, si bien claramente existen, no requieren una actitud paranoide para ser soslayados. Es importante acompañar a los chicos con buen criterio ante este tipo de noticias. Conviene que padres y educadores no descarguen sin más su angustia frente a los chicos, llenándolos de datos que no pueden entender del todo. Es importante no mentir, pero sí administrar la verdad para no arrasar el psiquismo infantil con una información sin procesar que genere un terror que luego perturbe su cotidianidad.

Tener un hijo o ser querido desaparecido implica una búsqueda perpetua. Cerrar esa situación, en caso de que no se dilucide el misterio, es mucho más difícil que el duelo por causa de muerte. Por eso es habitual que aquellos que han vivido situaciones semejantes se dediquen, como por ejemplo la madre de Sofía Herrera, a ayudar a quienes viven situaciones semejantes. Es una forma de elaboración de la herida que permite soportarla. Frente a la pesadilla tan temida, el ser humano encuentra sentido solidariamente, y es así que ese dolor sigue existiendo, pero lo hace puesto al servicio de los que también sufren aquello que duele tanto que no tiene palabra que lo pueda nombrar.