Un bálsamo para las psiques marcadas por la guerra

Nigel McCourry, un infante de la Marina retirado que participó en un ensayo clínico en el que se utilizó la droga psicodélica MDMA, combinada con terapia, para tratar su trastorno de estrés postraumático, con su perro Kiko en su casa de Portland, Oregón, el 21 de febrero de 2022. (Amanda Lucier/The New York Times).
Nigel McCourry, un infante de la Marina retirado que participó en un ensayo clínico en el que se utilizó la droga psicodélica MDMA, combinada con terapia, para tratar su trastorno de estrés postraumático, con su perro Kiko en su casa de Portland, Oregón, el 21 de febrero de 2022. (Amanda Lucier/The New York Times).

Nigel McCourry se quitó los zapatos y se acomodó en el diván del consultorio de Michael Mithoefer, psiquiatra de Charleston, Carolina del Sur.

“De hecho, no me había sentido ansioso en absoluto, pero creo que esta mañana empecé a sentirme un poco inquieto”, afirmó McCourry mientras Annie Mithoefer, enfermera certificada, colega y esposa de Michael Mithoefer, le colocaba un brazalete para tomar la presión arterial en el brazo. “Me pregunto en qué me estoy metiendo”.

McCourry, infante retirado de la Marina estadounidense, sufría un trastorno de estrés postraumático (TEPT) desde que regresó de Irak en 2004. No podía dormir, se alejó de sus amigos y familiares, y desarrolló un problema de alcoholismo. El adormecimiento que sentía solo se veía interrumpido por ataques de rabia y paranoia. Había pensado en suicidarse, pero entonces, su hermana se enteró de un novedoso ensayo clínico que utilizaba la droga psicodélica MDMA, combinada con terapia, para tratar el TEPT. Desesperado, se inscribió en 2012. “Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa”, recordó hace poco.

El TEPT es un importante problema de salud pública en todo el mundo y se asocia especialmente con la guerra. En Estados Unidos, se estima que al 13 por ciento de los veteranos de combate y hasta al 20 o 25 por ciento de los desplegados en Irak y Afganistán se les ha diagnosticado TEPT en algún momento de su vida, en comparación con el 7 por ciento de la población general.

Aunque el TEPT comenzó a diagnosticarse de manera oficial a partir de 1980, los médicos aún no han encontrado una cura eficaz. “Algunos tratamientos no ayudan en absoluto a algunos veteranos y soldados”, afirmó Stephen Xenakis, psiquiatra y general brigadier retirado del Ejército estadounidense. La mitad de los veteranos que buscan ayuda no experimentan una disminución significativa de los síntomas y dos terceras partes continúan con su diagnóstico después del tratamiento.

Pero cada vez hay más pruebas de que la MDMA (la droga ilegal conocida como éxtasis o Molly) puede disminuir de manera importante o incluso eliminar los síntomas del TEPT cuando el tratamiento se combina con la terapia hablada.

El año pasado, un grupo de científicos publicó en Nature Medicine los resultados más alentadores hasta la fecha, procedentes del primero de dos ensayos clínicos de fase 3. En promedio, los 90 participantes del estudio habían padecido un TEPT grave durante más de 14 años. Cada uno de los participantes recibió tres sesiones de terapia con MDMA o con un placebo, con un intervalo de un mes, supervisadas por un equipo de dos terapeutas. Dos meses después del tratamiento, el 67 por ciento de los que recibieron MDMA ya no cumplían los requisitos para recibir un diagnóstico de TEPT, en comparación con el 32 por ciento que recibió el placebo. Al igual que en los ensayos anteriores, la MDMA no causó efectos secundarios graves.

Michael Mithoefer, psiquiatra, y su esposa, Annie Mithoefer, enfermera certificada, quienes utilizan la droga psicodélica MDMA en sesiones terapéuticas, en su consultorio de Charleston, Carolina del Sur, el 29 de mayo de 2022. (Travis Dove/The New York Times).
Michael Mithoefer, psiquiatra, y su esposa, Annie Mithoefer, enfermera certificada, quienes utilizan la droga psicodélica MDMA en sesiones terapéuticas, en su consultorio de Charleston, Carolina del Sur, el 29 de mayo de 2022. (Travis Dove/The New York Times).

McCourry se encontraba entre los 107 participantes de ensayos anteriores de fase 2 de la terapia asistida con MDMA, los cuales se llevaron a cabo entre 2004 y 2017 y fueron patrocinados por la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos (MAPS, por su sigla en inglés), un grupo de investigación que ha dirigido este tipo de estudios en Estados Unidos y en el extranjero. El 56 por ciento de los participantes de la fase 2 ya no cumplían los criterios del TEPT tras someterse a varias sesiones terapéuticas con MDMA. Al menos un año después de la participación, esa cifra aumentó al 67 por ciento.

Diez años después, McCourry sigue siendo parte de los casos de éxito. Su primera sesión de MDMA fue en 2012 bajo la supervisión del matrimonio Mithoefer, que ha trabajado con MAPS para desarrollar el tratamiento desde el año 2000. McCourry compartió el video de esa sesión con The New York Times. “Mi sufrimiento era tal que ya tenía muy pocas esperanzas y no podía concebir que tomar MDMA con los terapeutas pudiera de verdad cambiar todo aquello”, dijo.

Se planea que el segundo ensayo de fase 3 se complete para octubre de este año y se espera que la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) apruebe este tratamiento para el segundo semestre de 2023.

“En la actualidad, tratamos el TEPT como algo que hay que gestionar de manera permanente, pero esta metodología representa una esperanza real de curación a largo plazo”, afirmó Rachel Yehuda, profesora de Psiquiatría y Neurociencia en la Escuela Icahn de Medicina en Monte Sinaí de Nueva York.

“Lo que hace que este momento sea diferente al de hace 20 años es el reconocimiento generalizado de que no debemos escatimar esfuerzos en la identificación de nuevos tratamientos para el TEPT”, afirmó John Krystal, catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, que no participó en la investigación. Aunque aún se necesitan más datos del segundo ensayo de fase 3, en su opinión, los resultados hasta ahora son “muy alentadores”.

McCourry, de 40 años, vive en Portland, Oregón, y proviene de una familia de militares. Se alistó en la Marina en 2003 porque quería marcar una diferencia positiva; al respecto, dijo: “Cuando fui a Irak, sentí que estábamos allí por el bien general”.

Pero pronto se desilusionó. En lugar de luchar por la libertad, vigilaba los convoyes de petróleo. Veía con frecuencia cómo mataban a civiles. Sobrevivió a una explosión que lo dejó inconsciente y sospecha que pudo haberle causado una lesión cerebral traumática duradera. Nunca recibió un diagnóstico porque los síntomas de la lesión cerebral traumática (dificultad para pensar y comprender, insomnio y problemas con el estado de ánimo) coinciden con los del trastorno de estrés postraumático y el Ejército carece de pruebas que puedan distinguir con objetividad entre estos dos trastornos, comentó Xenakis.

“Sentí que había arriesgado mi vida en vano”, dijo McCourry. “Vi morir a amigos realmente por nada”.

A los dos meses de su despliegue, McCourry se vio envuelto en un tiroteo. En medio de una lluvia de balas y rondas de mortero, vio un camión blanco que se acercaba en dirección contraria. A pesar de indicarle que se detuviera y de disparar un tiro de advertencia, el camión siguió su curso.

McCourry comenzó a dispararle. Más tarde, se enteró de que las personas que iban en el camión eran un padre y sus dos hijas. El padre sobrevivió, pero las niñas no. “La muerte de esas niñas me atormentó”, relató McCourry.

En 2005, entre dos periodos de servicio, McCourry buscó ayuda de un oficial médico del batallón para sus problemas de insomnio y ansiedad. McCourry dijo que, cuando el médico desestimó sus preocupaciones, “perdí la calma y comencé a gritarle”. Poco después, fue dado de baja con honores debido a un trastorno de la personalidad, un diagnóstico que no era motivo legítimo de baja y que McCourry impugnó con insistencia.

El infante retirado probó ir a terapia, pero “no ayudó en absoluto”, concluyó. Los medicamentos que le recetaron solo complicaban sus síntomas con graves efectos secundarios, como desorientación y somnolencia, que suelen ser habituales.

Cuando McCourry escuchó hablar por primera vez de la terapia asistida con MDMA, dudó que fuera a ayudarle. Se reunió con los Mithoefer en tres sesiones preparatorias de 90 minutos diseñadas para crear confianza y orientar a los pacientes sobre cómo responder a los recuerdos y sentimientos difíciles que pueden surgir durante el tratamiento.

Los científicos aún no comprenden del todo cómo la MDMA cataliza la curación. Las pruebas obtenidas en ratones indican que la droga abre lo que los neurocientíficos denominan un “periodo crítico”, una ventana que suele producirse durante la infancia en la que el cerebro es más maleable y tiene mayor capacidad de aprendizaje.

“Esta explicación del periodo crítico nos ofrece sin duda una reflexión diferente”, comentó Gül Dölen, neurocientífica de la Universidad Johns Hopkins y autora principal de los hallazgos, que se publicaron en Nature en 2019. “La MDMA te permite hacer una reevaluación cognitiva y reformular toda la narrativa personal que has escrito alrededor del trauma”.

McCourry salió de su primera sesión de terapia asistida con MDMA con lo que describió como un mapa aéreo de su mente. “Estaba tan enredado que no sabía ni por dónde empezar”, dijo a los Mithoefer.

Esa noche durmió a pierna suelta y sus problemas de sueño desaparecieron para siempre.

En una de sus últimas sesiones con MDMA, volvió a recordar a las dos niñas que había matado por error y se dio cuenta de que había estado albergando un enorme autodesprecio por la persona en la que se había convertido en Irak. Fue capaz de sustituir el desprecio que sentía por “Nigel, el infante de Marina”, como él mismo lo llamó, con compasión.

McCourry acaba de ser padre y, tras una larga batalla burocrática de casi 10 años, logró convencer a la Marina de que el motivo de su baja había sido un TEPT relacionado con el combate, en lugar de un trastorno pasivo-agresivo de la personalidad.

Dice que a veces sigue sintiéndose abrumado en situaciones de estrés y “empieza a desconectarse mentalmente”. Pero ahora es capaz de reconocer cuando eso sucede y gestionar mejor sus sentimientos.

“Para mí es muy importante que estas experiencias que estoy compartiendo sirvan para mostrarle a la gente que hay esperanza”, comentó McCourry. “Seguiré haciendo lo que pueda para apoyar esta terapia hasta que se legalice”.

© 2022 The New York Times Company