Si avergüenzo a mi bebé en TikTok, ¿seguirá siendo mi bebé para siempre?

Con el “truco de la rebanada de queso” y el “desafío del huevo roto”, los padres compiten por el reconocimiento viral y la ilusión de control sobre sus hijos. (Liana Finck/The New York Times)
Con el “truco de la rebanada de queso” y el “desafío del huevo roto”, los padres compiten por el reconocimiento viral y la ilusión de control sobre sus hijos. (Liana Finck/The New York Times)

El otro día, miraba a mi bebé y pensé: ¿debería lanzarle una rebanada de queso? Había visto algunos videos en mi teléfono de lo que parecían ser rebanadas de queso Kraft abofeteando las caras de bebés que lloraban, dejándolos atónitos y desconcertados. Los videos se habían juntado en una mezcla que vi en Instagram como un carrusel en bucle de cuadrados naranjas que golpeaban y ridiculizaban a los bebés. Mi bebé no lloraba, pero eso me daría tiempo para prepararme: abrir el refrigerador, desenvolver la loncha, posicionar la cámara y apuntar.

El fenómeno del “truco de la rebanada de queso” (o el “desafío del queso para bebés”) es ligeramente irrespetuoso, pero no es nuevo. La primera vez que vi circular estos videos fue hace varios años. Sentí que habían regresado a mi “feed” porque había visto otra tendencia en las redes sociales que involucraba a niños, un alimento básico de la despensa y el elemento sorpresa: el “desafío del huevo roto”, una broma viral reciente en la que los padres se graban a sí mismos cocinando con sus hijos pequeños, solo para —¡sorpresa!— romper con fuerza huevos en sus cabezas y capturar las consecuencias emocionales.

La tendencia comenzó con personas rompiendo huevos en la frente de adultos desprevenidos. Luego, empezaron a apuntar a cabezas más pequeñas y a producir reacciones más grandes. Muchos de los niños lloraban y, por alguna razón, eso hacía reír a los padres. Las imágenes eran inquietantes, lo que solo ayudó a ampliar su alcance. Los expertos en cuidado infantil de internet se unieron a la guerra de comida con sus propios videos expresando su desaprobación. Cuando los clips con las rebanadas de queso resurgieron, se sintió como si el algoritmo estuviera preparando una refutación. Algo como: ¿ves? ¡Es totalmente aceptable golpear a tus hijos con comida y publicarlo en línea! El queso, de hecho, los hace dejar de llorar.

Huevo o queso, bebé o niño pequeño, lágrimas o silencio: la humillación resuena en todas estas escenas. ¿Por qué querrían los padres degradar públicamente a sus propios hijos? Obtener influencia en las redes sociales es una explicación, pero no creo que sea la única. Al ver una recopilación de la tendencia con huevos rotos en TikTok, me di cuenta de algo: mientras una madre se grababa a sí misma con su hija pequeña, los ojos de la madre vagaban sin descanso entre la niña (a la que acababa de romperle un huevo en la cara) y el teléfono (el cual reflejaba la escena para ella). La mujer intentaba ofrecer consuelo –“Todo está bien, tú estás bien”– incluso cuando regresaba a la pantalla y se reía ante el espectáculo de su hija enrojecida por la ira.

Esa es la parte más inquietante de estos videos: los padres apenas interactúan con sus hijos. Más bien, se relacionan con una imagen reflejada de sus hijos que están difundiendo en línea. Y se deleitan con su poder sobre esa imagen.

Los niños en crisis han sido una fascinación en la pantalla desde la creación de las pantallas. En el corto mudo de los hermanos Lumière de 1896, “Querelle Enfantine”, dos elegantes bebés con gorros de encaje forcejean por una cuchara de plata desde sillas altas adyacentes, abofeteándose, llorando y, luego, consolándose mutuamente mientras los cineastas, se ha de suponer, observan. Más recientemente, este tipo de imágenes igualmente vergonzosas eran enviadas a “America’s Funniest Home Videos”, propagadas en cadenas de correos electrónicos y subidas a YouTube.

Pero TikTok y su competidor de Instagram, Reels, han hecho que este tipo de contenido sea omnipresente. No necesitas ser cineasta ni siquiera un dedicado creador de contenido familiar para ofrecer despreocupadamente a los dioses virales tu descendencia. Las aplicaciones siempre están fluyendo con alguna instrucción nueva que invita a los padres a mostrar a sus bebés grandes, sus bebés feos, al embellecimiento de sus otrora bebés feos. Se siente muy fácil: tienes tu teléfono, tienes a tu hijo y, debido al niño, no tienes nada más que hacer excepto mirar tu teléfono. No creo que haya sido una coincidencia que el desafío de romper huevos despegara a finales de agosto, en los desesperados últimos días de las vacaciones de verano.

Es tentador para los padres nuevos pensar en nuestros hijos como extensiones de nosotros mismos, y las redes sociales hacen que esa fantasía sea visceral. Los perfiles que antes presentaban fotografías de nuestros propios rostros ahora se centran en fotografías de nuestros hijos. Los bebés son lindos (incluso aquellos que sus padres anuncian como feos) y sus emociones son arrolladoras y operísticas. Además, mientras envejecemos y somos menos favorecidos algorítmicamente, nuestros hijos rebosan belleza y energía. Cuando son bebés, cosificarlos parece sencillo: los paseamos, los vestimos y los alimentamos, coreografiamos sus vidas. Los bebés al menos parecieran estar bajo nuestro control. Es bien sabido que los niños pequeños no lo están.

Si el truco de la rebanada de queso imagina al bebé como una especie de figura benigna tipo el Señor Cara de Papa, el desafío del huevo roto percibe al niño como un juego de “pégale al topo”, un astuto adversario al que hay que someter. Ambas tendencias imaginan que el niño funciona como un dispositivo, con un “interruptor dócil” o un “interruptor gruñón” que podemos accionar para nuestra propia comodidad o diversión. Dentro del teléfono, un niño puede ser entrenado, grabado, regrabado, editado y filtrado. Un niño puede guardarse o borrarse.

No le lancé queso a mi bebé, ya que es una persona digna. Tampoco rompí un huevo en la frente de mi pequeño porque, como bien lo expresó una joven víctima de TikTok a sus cuidadores: “Oye, eso no fue muy agradable”. Sin embargo, sí fotografío y grabo a mis hijos de forma obsesiva. Hago esto porque aunque sé que se están convirtiendo en sus propias personas, quiero conservar un rastro de ellos para mí.

D. W. Winnicott escribió sobre el objeto transitorio, un pequeño animal de peluche o un trozo de manta que un bebé usa para calmarse cuando comienza a separarse de sus cuidadores. Los padres también tenemos objetos transitorios: nuestros teléfonos, los cuales utilizamos para aliviar nuestra propia ansiedad por separación. A veces, mi niño pequeño se ríe cuando está nervioso o abrumado y me pregunto si esos sentimientos también impulsan la risa de los padres. Nuestros bebés no siempre serán bebés. Nuestros hijos están creciendo. Se están alejando cada vez más de nosotros. Y si les arrojamos huevos, quizás no regresen a visitarnos.

c.2023 The New York Times Company