El auge y la caída de un senador: la carrera de Robert Menendez

Antes de llegar al Senado, Robert Menendez, en una foto de 1992, se convirtió en el primer cubanoestadounidense y latino en representar a Nueva Jersey en la Cámara de Representantes. (William E. Sauro/The New York Times)
Antes de llegar al Senado, Robert Menendez, en una foto de 1992, se convirtió en el primer cubanoestadounidense y latino en representar a Nueva Jersey en la Cámara de Representantes. (William E. Sauro/The New York Times)

El legislador demócrata por Nueva Jersey rompió barreras para los latinos. Pero los fiscales lo rondaron durante décadas antes de acusarlo de una nueva y explosiva trama de sobornos.

La formación de Robert Menendez en corrupción política llegó inusualmente pronto. En 1982, se rebeló contra su mentor, el alcalde William V. Musto de Union City, Nueva Jersey, el popular líder de su dura ciudad natal.

Menendez subió al estrado como testigo y declaró que los funcionarios municipales habían cobrado comisiones ilegales en proyectos de construcción, lo que contribuyó a poner entre rejas a un hombre considerado como su figura paterna. Menendez, que en ese entonces tenía 28 años, usó un chaleco antibalas durante un mes.

El episodio, que Menendez ha utilizado para presentarse como un valiente reformista demócrata, contribuyó a impulsar su notable ascenso desde una humilde vivienda en Jersey hasta las cumbres del poder en Washington como senador principal del estado. Hijo de inmigrantes cubanos, Menendez rompió barreras para los latinos y ha usado su posición como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado para influir en presidentes y primeros ministros.

Pero quienes han seguido de cerca su carrera dicen que los años que pasó enredado en la maquinaria de Musto también marcaron la pauta para otra corriente subterránea, más siniestra, que ahora amenaza con engullirlo: una en la que Menendez se convirtió en un agente de poder cuyos propios vínculos con intereses adinerados han generado el escrutinio de los fiscales federales en repetidas oportunidades.

Esas dos facetas de su vida chocaron el miércoles en el tribunal federal de Manhattan, donde Menendez, de 69 años, se entregó para enfrentarse a su segunda acusación de soborno en menos de una década.

Damian Williams, fiscal federal de Manhattan, presentó un documento inculpatorio en el que acusa a Menendez y a su esposa de aceptar cientos de miles de dólares en sobornos. (Jefferson Siegel/The New York Times)
Damian Williams, fiscal federal de Manhattan, presentó un documento inculpatorio en el que acusa a Menendez y a su esposa de aceptar cientos de miles de dólares en sobornos. (Jefferson Siegel/The New York Times)

Los escandalosos cargos, revelados el viernes, acusan al senador y a su esposa de aceptar cientos de miles de dólares en sobornos a cambio de colaborar para aumentar la ayuda estadounidense a Egipto y tratar de ralentizar un par de investigaciones criminales que implicaban a empresarios de Nueva Jersey. Los investigadores que registraron su casa de los suburbios encontraron escondites con montones de dinero en efectivo, lingotes de oro valorados en 100.000 dólares y lo que describieron como un Mercedes-Benz mal habido.

Menendez se declaró no culpable el miércoles y se niega a renunciar. Ya ha empezado a acusar al gobierno de tergiversar los hechos para tratar de criminalizar la actividad legítima del Congreso, la misma defensa que le ayudó a controlar los últimos cargos con un jurado en desacuerdo.

Pero las entrevistas con casi dos decenas de figuras políticas de Nueva Jersey que trabajaron con él, lo observaron y lucharon en su contra, así como una revisión de los expedientes judiciales que se remontan a dos décadas, pintan un retrato mucho más complicado de un hombre que ha sido tanto un legislador pionero de inteligencia inusual, como un político vengativo con propensión a aceptar lujosos regalos que nunca podría haberse permitido con un sueldo del gobierno.

Como muestra de lo condenatoria que parece la acusación, nadie —ni siquiera un antiguo aliado recomendado por la oficina de Menendez— aceptó defenderlo públicamente por la conducta descrita por los fiscales.

“Lo que estamos presenciando es un patrón que se desarrolló pronto y se descontroló”, dijo Robert Torricelli, exsenador demócrata por Nueva Jersey que trabajó junto a Menendez en Washington. “La gente no suele cambiar. En muchos sentidos, Bob Menendez sigue siendo un comisario de Union City de finales de la década de 1970”.

La omnipresencia de la corrupción en el condado de Hudson, en Nueva Jersey, una densa extensión de ciudades de obreros al otro lado del río Hudson desde la ciudad de Nueva York, se extiende mucho más allá de la década de 1970. De Bayonne a North Bergen, alcaldes, un ejecutivo del condado, legisladores estatales y concejales por igual han caído acusados de corrupción.

Nadie parece haber aprendido la lección, especialmente en Union City: el sucesor inmediato de Musto, Robert C. Botti, fue acusado siete semanas después de tomar posesión de su cargo y condenado a 18 meses de prisión.

Mientras los cargos de corrupción llovían a su alrededor, Menendez prosperaba convirtiéndose en un maestro de los acuerdos entre bastidores que estaban desapareciendo en otras partes del país, a medida que ascendía en los cargos de elección popular.

Los fiscales se han pasado la mayor parte de los 18 años que Menendez lleva en el Senado investigando las difusas líneas que separan su cargo de intereses especiales. Ningún otro senador moderno tiene esa sospechosa distinción en el caso de las investigaciones.

Muchas de las sospechas que atrajeron su atención nunca llegaron a convertirse en acusaciones, pero otros hechos seguían suscitando preocupación. Aceptó viajes en aviones privados, vacaciones de lujo y otras prebendas de amigos adinerados mientras utilizaba libremente su cargo para promover sus intereses, lo que le valió una severa reprimenda del Comité de Ética del Senado bipartidista en 2018. Ayudó a impulsar las carreras de viejos amigos e intereses amorosos que le fueron leales. Y cuando se cruzaron en su camino, no dudó en usar su enorme red de contactos para vengarse.

Torricelli, que se jubiló en medio de su propio escándalo ético, dijo que durante años tuvo preocupaciones sobre el senador. Sin embargo, al igual que otros demócratas, miró hacia otro lado, dispuesto a pasar por alto las sospechas por lealtad personal, incredulidad o aprecio por las políticas liberales que Menendez defendió en el Congreso, desde la reforma migratoria hasta el derecho al aborto.

En los últimos años, eso ha permitido que el senador consolidara su legado, incluso en medio de un aluvión de filtraciones perjudiciales sobre la última investigación. Su hija, Alicia Menendez, consiguió su propio programa de fin de semana en MSNBC. Ayudó a su hijo, Robert Menendez Jr., a ganar su antiguo escaño en la Cámara de Representantes en 2022. Y había dado pasos para presentarse a un cuarto mandato.

Ahora, tras 49 años en la vida pública, todo eso corre el riesgo de desintegrarse.

“Esta será la mayor lucha hasta ahora”, dijo Menendez en una conferencia de prensa en Union City a principios de esta semana, mientras se atrincheraba. “Recuerden que los fiscales a veces se equivocan. Tristemente, lo sé”.

‘Más un jefe que un político’

Incluso para el Senado, lleno de triunfadores y estrellas ascendentes, Menendez había puesto sus miras en los cargos de elección popular desde una edad inusualmente temprana. Ganó su primer cargo, un puesto en el consejo escolar de Union City, con solo 20 años, después de que en la secundaria le dijeran que tendría que pagarse sus propios libros si quería asistir a clases avanzadas.

Union City, un denso nudo de fábricas y viviendas baratas, había sido durante mucho tiempo un imán para los inmigrantes, y en la época en que Menendez estaba alcanzando la mayoría de edad, los refugiados que huían de la Revolución cubana la estaban convirtiendo en una pequeña Habana. Sus propios padres, costurera y carpintero, habían llegado antes.

Pero para Menendez era el momento oportuno. La población latina de la región, en rápido crecimiento, proporcionó al demócrata bilingüe una base confiable —que en ocasiones le proporcionó el 75 por ciento o más de los votos— para impulsar un ascenso constante.

La elección de Menendez al consejo escolar lo puso en contacto con Musto, que lo contrató como ayudante mientras terminaba la universidad y la carrera de Derecho. Acabaría rompiendo con Musto, testificando en un juicio y postulándose en su contra en 1982; Musto se impuso de alguna manera en esas elecciones, celebradas justo después de que fuera condenado a prisión. Cuatro años después, Menendez fue elegido alcalde, y poco después ocupó escaños en la Asamblea, el Senado estatal y el Congreso, en 1993.

En Washington, prosperó en los pasillos del Senado, que tiene el espíritu de un club. En los cumpleaños, daba serenatas a colegas y viejos simpatizantes con su voz de barítono y rápidamente aprendió los complejos procedimientos que podían frenar nominaciones y torpedear proyectos de ley hasta que se incluyeran sus prioridades.

Por la noche, frecuentaba el asador Morton’s, cerca de la Casa Blanca, donde facturaba a las cuentas de su campaña un promedio de 16.000 dólares al año, según escribió una vez The New York Post, disfrutando de un puro en el balcón.

Con dinero de Washington, a Menendez se le atribuye haber ayudado a hacer realidad una red de metro ligero en el condado de Hudson que mueve a decenas de miles de personas al día, haber conseguido miles de millones de dólares en ayudas federales para la reconstrucción después de que el huracán Sandy asolara el estado en 2012 y, más recientemente, haber sacado adelante un nuevo túnel ferroviario bajo el Hudson, el mayor proyecto de obras públicas del país.

A menudo se enfrentó a presidentes de su propio partido en temas de política exterior. Criticó duramente la retirada de Afganistán del gobierno de Joe Biden en 2021, luchó contra el acuerdo nuclear del presidente Barack Obama con Irán y se convirtió en un gran contrincante de Obama al tratar de impedir que normalizara las relaciones con Cuba.

“Bob trabajaba intensamente para dominar los detalles”, dijo James E. McGreevey, exgobernador de Nueva Jersey que renunció hace dos décadas envuelto en un escándalo. “Disfrutaba tanto del tema como del proceso, y solía estar entre los líderes más fuertes”.

Pero en su estado, su popularidad también se veía reforzada por el miedo.

“Al principio, sí, nos hacíamos bromas pesadas; nos divertíamos mucho con él”, dijo Richard J. Codey, otro exgobernador y legislador estatal de larga trayectoria. “Con el tiempo, empezó a ser más un jefe que un político”.

En 1999, cuando estaba en el Congreso, Menendez destituyó a un antiguo protegido, Rudy Garcia, como alcalde de Union City después de que Garcia despidiera a Donald Scarinci, un abogado que ejercía como procurador de la ciudad y que era amigo del entonces congresista desde la infancia. Menendez comenzó a ver a García como una posible amenaza política.

“A Bob le molestaba, y Rudy se negaba a convertirse totalmente en su álterego, como otros”, dijo Joseph Doria, un demócrata del condado de Hudson que fue presidente de la Asamblea. “Tuvieron una gran guerra”.

Otra pelea estalló en 2004, cuando el alcalde de Jersey City reclutó a Steven Fulop para intentar presentarse a las primarias contra Menendez. Fulop, un veterano de la guerra de Irak y analista de Goldman Sachs veinteañero, no tenía ninguna posibilidad de ganar, pero el alcalde de Jersey City quería enviarle un mensaje a Menendez, su rival político.

Menendez estaba furioso. Llamó al teléfono de la residencia del director gerente de Goldman que en ese momento se ocupaba de las relaciones gubernamentales para la construcción de la nueva y enorme torre del banco en su distrito de Jersey City. El directivo, que insistió en mantener su anonimato para poder hablar del episodio, del que no se había informado hasta ahora, recordó los gritos de Menendez. Dijo que más tarde volvió a llamar a Menendez para asegurarle que el banco no estaba al corriente de la campaña de Fulop.

Un portavoz de Menendez negó el martes que esa llamada hubiera ocurrido.

En una entrevista, Fulop dijo que el jefe del departamento de recursos humanos de Goldman lo llamó de inmediato y le dijo: “No organizamos primarias contra congresistas en activo”. Le preocupaba perder su trabajo, pero no fue así, siguió en la elección y perdió. Ahora es alcalde de Jersey City y se postula para ser gobernador.

“No creo que nadie considere a Bob Menendez como un ejemplo de moral y ética”, dijo Fulop, que más tarde se reconcilió con Menendez y luego volvió a pelearse con él. “Nunca fue así como construyó su carrera”.

Un nuevo senador, una acusación y una ‘resurrección’

El ascenso de Menendez al Senado en 2006 fue la culminación de un sueño que había albergado desde que era adolescente. Pero nada más mudarse al frente del Capitolio, los fiscales federales de Nueva Jersey empezaron a investigarlo.

Al principio, su interés se centró en North Hudson Community Action Corporation, una organización sin fines de lucro que le pagó a Menendez unos 300.000 dólares durante nueve años en concepto de alquiler, al mismo tiempo, el senador ayudaba a que el grupo consiguiera millones de dólares en subvenciones federales. Los fiscales querían saber si los pagos eran a precio de mercado.

Menendez fue nombrado inicialmente senador para ocupar el escaño que dejó vacante Jon Corzine cuando se convirtió en gobernador, y se presentaba como candidato a un mandato completo ese otoño cuando se filtró la noticia de la citación judicial a la organización sin fines de lucro. El senador negó cualquier irregularidad y acusó al fiscal federal de Nueva Jersey, Chris Christie, de maniobras políticas para ayudar a su oponente republicano.

Pero la investigación abrió la puerta a un escrutinio federal que seguiría a Menendez casi continuamente en el Senado, mientras los fiscales examinaban los negocios sospechosos en los que estaban implicados una mezcla de intereses románticos, promotores inmobiliarios del condado de Hudson y nuevos amigos con vastos recursos.

Muchos de los antiguos aliados políticos de Menendez dijeron que solo les sorprendía lo escabroso de las acusaciones más recientes, pero no la idea de que aceptara regalos de amigos más ricos. A pesar de su creciente influencia política, Menendez sigue siendo uno de los miembros más pobres del Senado, ya que nunca ha ganado oficialmente mucho más que un sueldo del gobierno.

“Estás tratando con gente a tu alrededor que te necesita y te quiere que son multimillonarios”, dijo Codey. Y añadió: “La tentación es muy grande”.

En 2007, la atención se centró en su relación con Kay LiCausi, una antigua ayudante casi dos décadas más joven que él con la que, según muchos informes, salía. (Se había divorciado de su esposa, una profesora, en 2005). Después de que ella dejara su oficina, Menendez ayudó a LiCausi a conseguir lucrativos contratos de consultoría con grupos demócratas. También empezó a trabajar para empresas y organizaciones vinculadas al senador que necesitaban su ayuda en Washington. Volvió a negar cualquier conducta indebida.

Un ejecutivo de una empresa que pretendía construir un centro comercial y un complejo de entretenimiento de mil millones de dólares en Meadowlands declaró después ante un gran jurado que contrató a LiCausi para hacer labores de cabildeo debido a sus conexiones con Menendez. Luego de que el senador ayudara con un permiso del Cuerpo de Ingenieros del Ejército para el proyecto, testificó el ejecutivo, se le pidió que recaudara 50.000 dólares para la campaña de Menendez, informó Bloomberg News en 2015, basándose en documentos judiciales.

Los fiscales cerraron la investigación en 2011 sin presentar cargos. Al año siguiente, el senador generó revuelo cuando se opuso al nombramiento de una jueza de las cortes de apelaciones cuya pareja trabajaba en la investigación. Dijo que no era un asunto político y, presionado por la Casa Blanca, acabó cediendo.

Después de que salió ileso de la saga, que duró años, Menendez ganó con facilidad un segundo periodo ese otoño y llegó a la presidencia del Comité de Relaciones Exteriores.

Pero la calma duraría poco: solo unos días antes de que Menendez ocupara el puesto, el FBI allanó la oficina de Salomon Melgen, un cirujano oftalmólogo de Florida a quien el senador consideraba como uno de sus amigos más cercanos.

Se demoraron dos años en presentar cargos, pero en 2015, Menendez se convirtió en el primer senador activo en una generación en ser acusado de soborno a nivel federal.

La acusación trazó un retrato profundamente desagradable de su oficina en el Senado, en la que su jefe de personal ayudó a solicitar regalos y darle seguimiento a lo que Melgen necesitaba. Los fiscales dijeron que Menendez hizo todo lo posible, al presionar a otros altos funcionarios del gobierno para ayudar a resolver una disputa multimillonaria de facturación de Medicare y para proteger los intereses comerciales del cirujano en República Dominicana. El senador también ayudó a las novias extranjeras de su amigo a obtener visados para viajar a Estados Unidos, aseguraron los fiscales.

Por su parte, Melgen fue generoso, hizo donaciones por un monto de 700.000 dólares para apoyar las campañas del senador y el tipo de viajes de lujo que Menendez apenas podría haber imaginado cuando era más joven: trayectos en avión privado, estancias en una villa dominicana y en un hotel en París.

Los abogados de Menendez no pusieron en duda la mayoría de las acciones, y no las presentaron como corrupción, sino como fruto de una amistad de décadas y de los intereses políticos del senador. Los fiscales se enfrentaban a otro desafío inesperado: entre el tiempo que pasó de la acusación y el juicio en 2017, la Corte Suprema emitió una decisión histórica que elevaba los requisitos que debía cumplir el gobierno para probar casos de corrupción política.

Justo antes del Día de Acción de Gracias de 2017, el juicio terminó con un jurado que no llegó a un veredicto. Cuando Menendez salió del tribunal federal de Newark, declaró que era su “día de resurrección”, y de venganza.

En ese momento, los demócratas le restaron importancia a la gravedad de los cargos y, en buena medida, le dieron la razón, en parte porque Christie, republicano, era gobernador y podría haber nombrado a alguien de su partido para ocupar un escaño vacante. Menendez trastabilló en la reelección en 2018, en gran parte por la fuerza de la reacción anti-Trump, según los demócratas involucrados en las contiendas del partido.

“En Nueva Jersey, hemos estado dispuestos a pasar por alto muchas cosas por personas que creen en los mismos valores que nosotros”, dijo Loretta Weinberg, quien fue lideresa de la mayoría del Senado estatal.

Para Menendez, las victorias taparon lo que había sido un periodo muy doloroso de su vida. Su prometida, Alicia Mucci, rompió su compromiso poco antes del juicio por soborno, unos años después de que él le propusiera matrimonio en la Rotonda del Capitolio, dijo Mucci en una breve entrevista. Él se mudó y, soltero de nuevo a sus 60 años, era un cliente habitual de Fornos of Spain, a pocas cuadras del tribunal.

Según los fiscales, solo unos meses después, Menendez empezó a salir con Nadine Arslanian, la mujer que se convertiría en su esposa y que pronto le presentaría a figuras clave cuyos destinos ahora están entrelazados con el suyo en los tribunales.

Jack Begg y Kitty Bennett colaboraron con la investigación.

Nicholas Fandos es un reportero de la sección Metro que cubre la política del estado de Nueva York, centrándose en el dinero, el cabildeo y la influencia política. Antes fue corresponsal del Congreso en Washington. Más de Nicholas Fandos

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