El auge y la caída de Andrew Cuomo: de guerrero contra la pandemia a acusado por acosos sexuales

El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, habla en un centro de vacunación en Nueva York
Seth Wenig

NUEVA YORK.- Hace más de un año, cuando la pandemia arrasaba Nueva York, los partes diarios del gobernador Andrew Cuomo por televisión se convirtieron en una cita obligada para muchos norteamericanos. Allí el demócrata hacía gala de autoridad, puntualizando las últimas cifras de contagios, ocupación de camas y fallecimientos.

Pero detrás de escena Cuomo estaba más obsesionado con otro tipo de cifras: sus índices de popularidad. Ni bien se apagaban las cámaras, Cuomo preguntaba qué canales de noticias lo habían transmitido en vivo y en qué momento exacto habían cortado, información que sus colaboradores ya debían tenerle lista y confirmada.

Escándalo: la Justicia confirmó que el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, “acosó sexualmente a varias mujeres”

Para un político obsesionado con su imagen que consume absolutamente todo lo que se dice y escribe de él, era embriagador haberse convertido de la noche a la mañana en un dirigente demócrata con proyección nacional y en la contracara del entonces presidente Donald Trump. “A los 59 millones de espectadores que siguieron diariamente estos informes, muchas gracias”, dijo Cuomo en su 111° y última actualización de datos.

Ese día de junio, Cuomo reunió a su equipo en el patio de la residencia del gobernador en Albany para festejar a cara descubierta, con vino y cerveza, los logros de esos meses (Un colaborador del gobernador dijo que los asistentes se hisoparon previamente). Para algunos de sus aliados, ese momento marcó el clímax del “ascenso de Ícaro” de un político que compró su propio autobombo y se creyó indestructible.

Pasó más de un año y hoy el cargo de Cuomo pende de un hilo: el gobernador enfrenta fuertes presiones para que renuncie, entre ellas las del presidente Joe Biden y otros exaliados demócratas, después de que una investigación determinara que acosó sexualmente a 11 mujeres y actuó para tomar represalias contra una de sus acusadoras.

En esta foto de archivo tomada el 2 de marzo de 2021, personas asisten a una protesta para exigir la renuncia del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, luego de que una tercera mujer lo acusara de acoso sexual
En esta foto de archivo tomada el 2 de marzo de 2021, personas asisten a una protesta para exigir la renuncia del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, luego de que una tercera mujer lo acusara de acoso sexual


En esta foto de archivo tomada el 2 de marzo de 2021, personas asisten a una protesta para exigir la renuncia del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, luego de que una tercera mujer lo acusara de acoso sexual

“Mucha gente hace acusaciones de todo tipo y por muchas razones diferentes”, decía meses atrás Cuomo, que negó haber acosado sexualmente a alguien.

Ya sea por su autoestima, por su desdén hacia sus compañeros demócratas o por su actitud imperativa, en su ascenso en la política Cuomo logró enojar a aliados y adversarios por igual, y ahora rueda cuesta abajo, de héroe a paria, con la pasmosa velocidad de los que no tienen amigos. Es el derrumbe cantado de un reinado de crueldad y gobierno por la fuerza bruta de más de una década, según entrevistas con más de dos docenas de legisladores, funcionarios electos, actuales y exfuncionarios de su gobierno, militantes y estrategas políticos del estado de Nueva York.

Para Cuomo, la política siempre ha sido un juego de suma cero: para que él gane, alguien más debe perder, ya sea el legislador a quien le roba una idea o el alcalde Bill de Blasio, cuyas iniciativas siempre se ocupó de basurear. Ese mismo abordaje dominante que le ganó aplausos en las horas más oscuras de la pandemia es el que arrastró por el piso a toda una generación de sus pares, así que muchos de ellos se afilaban los dientes a la espera del primer signo de vulnerabilidad.

“El problema con Cuomo es que nunca lo quiso nadie”, dice Richard Ravitch, exvicegobernador demócrata. “No es una buena persona y no tiene amigos de verdad. Sin esa base de apoyo, si te metes en problemas vas muerto”.

De hecho, ya lo abandonaron los dos senadores demócratas de Nueva York, Chuck Schumer y Kirsten Gillibrand, junto a la mayor parte de la bancada del estado en el Cámara baja. En la Legislatura del estado, cuyos miembros han sufrido el desdén de Cuomo durante mucho tiempo, la mayoría le ha pedido que renuncie, incluido más del 40% de sus compañeros demócratas.

“No conozco a una sola persona de la política en Nueva York que se lleve bien con Andrew Cuomo”, dice la senadora estatal demócrata Alessandra Biaggi, crítica abierta del gobernador y exfuncionaria de su administración. “Y no hablo siquiera de ‘relación cercana’, sino apenas de ‘buena relación’. Ni siquiera me atrevería a decir que tiene buena relación con sus allegados”.

Como dice un asesor de Cuomo, el gobernador ha volado tantos puentes que casi no le quedan caminos abiertos. Aquellos que lo conocen más, sin embargo, no lo imaginan renunciando, sobre todo porque no cumpliría los tres mandatos completos de su padre, el gobernador Mario Cuomo, y mucho menos lo superaría con un cuarto mandato en 2022.

El nombre de Cuomo padre, fallecido en 2015, acapara cualquier discusión sobre las ambiciones de su hijo Andrew de permanecer en la gobernación. En su tercer discurso de asunción, con el que igualaba a su padre, Andrew Cuomo usó un par de zapatos de Mario, según una fuente al tanto de esos detalles.

Incluso disminuido como ahora, Cuomo conserva fortalezas políticas formidables, incluido un fondo de campaña de casi 17 millones de dólares. Sus principales funcionarios de gobierno están tuiteando insistentemente sobre las cifras del gobernador en las encuestas y Cuomo cree que la buena impresión que causó con sus partes diarios sobre el virus sobrevivirá a cualquier daño momentáneo, según sus allegados. “Los neoyorquinos me conocen”, dijo Cuomo el viernes.

Si existiera un manual moderno para sobrevivir al escándalo, ya sabemos cuál sería su primera regla de oro: no renunciar.

The New York Times

Traducción de Jaime Arrambide