Al atardecer: el planeta de atmósfera bestial donde un día dura más que un año y que se puede ver desde la Tierra
El infierno está brillando sobre el cielo al atardecer. El planeta Venus por estos días puede observarse a simple vista luego del ocaso. Ese punto brillante que se destaca más que cualquier estrella, que solo es superado en el brillo nocturno por la Luna: es el planeta más abrasador y destructivo de nuestro vecindario cósmico. Es fácil encontrarlo mirando hacia el oeste cuando cae la tarde. Su intenso brillo oculta varios misterios. “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”, proclama la puerta del infierno creado por Dante para La Divina Comedia: “Abandone toda esperanza, quien entre aquí”. No la abandonaremos.
A poco que la oscuridad comienza a avanzar sobre los últimos rayos del Sol, un destello brillante comienza a nacer sobre el oeste en la dirección por la que se ocultó el astro rey, a unos 30° de altitud; muy tenue al principio, pero ganando brillo y presencia a medida que la noche toma cuerpo. Es un bello desafío buscar el punto sobre el cielo del ocaso, con los naranjas, amarillos, celestes, aún fundiéndose sobre el horizonte y, en algún lugar, un nuevo resplandor apareciendo. Antes que cualquier estrella sea visible, Venus empieza a lucir su majestuosidad. Surge entre el celeste que sube del horizonte y el azul oscuro que empieza a extender el firmamento. Y así como Dante bajó con Virgilio al infierno, Venus desciende por el firmamento hasta ocultarse, poco después de las 22, tras el horizonte.
El planeta atravesó días atrás la constelación de Escorpio y ahora se encuentra en Ofiuco para, a mediados de noviembre, verse entre las estrellas de Sagitario.
Por ser, en algunos aspectos, tan similar a la Tierra, a Venus se lo ha llamado nuestro planeta hermano. Casi el mismo tamaño y densidad, y por ende una gravedad muy parecida, se encuentra un 30% más cerca del Sol que nosotros. Antes de llegar con naves espaciales y aparatos de medición, estas similitudes hacían pensar en un mundo semejante, incluso quizá con vida. Se imaginaron civilizaciones venusianas bajo las densas nubes que cubren por completo al planeta y producen su brillo llamativo. Pero una vez que pudimos superar esas espesas capas de gas, descubrimos que allí terminan las similitudes; el resto es el infierno.
El plomo se derrite a temperatura ambiente en su superficie. El termómetro no baja de los 460°C en Venus. El efecto invernadero de su atmósfera, casi toda de dióxido de carbono, es tan bestial que conserva esa temperatura incluso en las extensas noches venusianas. La descomunal presión atmosférica es 90 veces la terrestre, como si en la uña de nuestro pulgar sintiéramos el peso de un auto mediano. Vientos huracanados de hasta 350 km/h arrastran las nubes más altas, desde las que llueve dióxido de azufre y ácido sulfúrico. El séptimo círculo del infierno de Dante castiga la violencia: allí los homicidas, los criminales, los tiranos, los violadores y los bandidos se encuentran inmersos en el Flegetonte, un río de sangre hirviente que simboliza la que derramaron en vida. Venus pudo haber tenido ríos hace millones de años, quizá de agua, quizá de roca ardiente. Hoy solo se ven los canales vacíos sobre un planeta desolado.
La existencia en Venus trastoca la concepción del tiempo terrestre. Una vuelta al Sol, lo que entendemos por un año, le lleva al planeta hermano casi 225 días terrestres. Mientras que un día en Venus, tomando como día el tiempo que le lleva girar sobre sí mismo, necesita 243 días de la Tierra. Es decir, Venus tarda más en girar sobre su eje que en dar una vuelta al sol; se podría decir que dura más un día que un año. Y para sumar desconcierto, la rotación la realiza en el sentido inverso a todos los otros planetas del sistema solar: en Venus, el Sol asoma por el oeste y se pone por el este. Un infierno en el transcurrir del tiempo como lo entendemos.
Treinta y tres son los cantos que relatan el infierno en La Divina Comedia. Un poco menos, entre treinta y veintinueve son los días que le lleva a la Luna pasar por todas sus fases. Y en ese transcurrir, en algunas noches se encuentra con Venus. El segundo planeta en distancia al Sol, siempre se verá cerca de él en el cielo, es decir, o al atardecer (como estos días) o al amanecer (lo que sucederá para mayo próximo). Mañana, lunes 4 de noviembre, una Luna con apenas el 8% de su superficie iluminada, se observará a la izquierda, casi enganchando con su “C” creciente al planeta. Venus es un faro de referencia para ver avanzar la Luna, que busca cada noche mostrar su cara más iluminada.
Afrodita la llamaron los antiguos griegos, Venus la rebautizaron los romanos. La diosa del amor, de la belleza, de la fertilidad. Amante del dios Marte, le dio dos hijos, Deimos y Fobos (cuyos nombres también tomaron las dos pequeñas lunas del planeta Marte). Todas estas representaciones mitológicas nos conducen al poeta Virgilio. Este aseguró que Venus era el ancestro femenino del pueblo romano. Y Virgilio, como personaje de La Divina Comedia, guía a Dante a salir del infierno escalando sobre Lucifer, que se encuentra enterrado en el hielo hasta la cintura, llorando y babeando, en el último círculo del averno, el de los traidores a Dios.
Dante y Virgilio atraviesan el centro de la tierra y empiezan a ascender, llegan al Purgatorio y pueden ver las estrellas. Para Dante las estrellas son el destino natural del hombre y de sus ansias de conocimiento, a través del esfuerzo para subir a ver hacia arriba. Allí donde nos está esperando Venus.
Dante tuvo que atravesar los nueve círculos del infierno, someterse al Purgatorio, para finalmente encontrarse en el Paraíso con Beatriz, su amada. En el camino por el inframundo fue escribiendo: “La peor maldición del infierno es la soledad”. Venus está esperando cada atardecer que lo contemplemos en compañía, incluso si al mirar su brillo solo nos acompaña el recuerdo de quienes más queremos. El universo es demasiado grande y frío como para no compartirlo. Dante nos dijo: “El infierno es saber que podías haber sido feliz y no lo fuiste”. Venus nos brinda su luz para salir a disfrutar de un atardecer y, por qué no, elegir ser feliz.