Después del ataque ruso en Ucrania, cristales rotos y nervios destrozados en Rumanía

Vista desde Plauru, Rumanía, de Izmaíl, un puerto de carga situado al otro lado del río Danubio, en Ucrania, el 5 de agosto de 2023. (Andreea Campeanu/The New York Times)
Vista desde Plauru, Rumanía, de Izmaíl, un puerto de carga situado al otro lado del río Danubio, en Ucrania, el 5 de agosto de 2023. (Andreea Campeanu/The New York Times)

PLAURU, Romania — His thatched-roof shack on the bank of the Danube River just 200 yards from Ukraine has no running water, and getting to it involves waiting for a ferry and a bumpy ride on dirt roads.

Last week, however, the farmyard home of Gheorge Puflea, 71, became a piece of attention-grabbing real estate thanks to its unwanted status as the first property in NATO territory damaged in a Russian attack aimed at Ukraine.

The drone missile assault, carried out before dawn on Aug. 2, hit a Ukrainian cargo port across the river, but it was so close that shock waves from the explosions shattered windows in Plauru, a tiny hamlet with just a dozen tumbledown homes on the Romanian side of the Danube.

The sound of the blasts and breaking glass woke Puflea from his sleep and sent him rushing outside in a panic to see what was going on.

PLAURU, Rumanía — Su choza de techo de paja a orillas del Danubio, a solo 180 metros de Ucrania, carece de agua corriente y para llegar a ella hay que esperar un ferri y un accidentado viaje por caminos de terracería.

Sin embargo, la semana pasada, el corral de Gheorge Puflea, de 71 años, se convirtió en una pieza inmobiliaria que acaparó la atención gracias a su indeseada condición de la primera propiedad en territorio de la OTAN dañada por un ataque ruso dirigido contra Ucrania.

El humo se eleva en la distancia de Izmaíl, un puerto de carga en Ucrania en el río Danubio, por encima de un campo de ovejas cerca de Plauru, Rumanía, el 5 de agosto de 2023. (Andreea Campeanu/The New York Times)
El humo se eleva en la distancia de Izmaíl, un puerto de carga en Ucrania en el río Danubio, por encima de un campo de ovejas cerca de Plauru, Rumanía, el 5 de agosto de 2023. (Andreea Campeanu/The New York Times)

El ataque con misiles teledirigidos, llevado a cabo antes del amanecer del 2 de agosto, alcanzó un puerto de carga ucraniano al otro lado del río, pero estaba tan cerca que las ondas de choque de las explosiones hicieron añicos las ventanas de Plauru, una diminuta aldea con apenas una decena de casas derruidas en la orilla rumana del Danubio.

El ruido de las explosiones y la rotura de cristales despertaron a Puflea de su sueño y lo hicieron salir corriendo, presa del pánico, para ver qué ocurría.

“Al principio pensé que era una tormenta”, relató, recordando que se había refugiado bajo un peral en su jardín y, luego, vio horrorizado “lo que parecía una película bélica en la puerta de mi casa”.

El cielo nocturno crepitaba con fuego antiaéreo ucraniano y enormes bolas de fuego se elevaban desde tres edificios portuarios ucranianos alcanzados por drones rusos. Una semana antes, Rusia había atacado Reni, otro puerto ucraniano situado al otro lado del Danubio, frente a Rumanía.

El objetivo de los ataques rusos era cortar lo que ha sido un salvavidas marítimo para Ucrania gracias a los puertos fluviales, desde la ruptura el mes pasado de un acuerdo que había permitido a Ucrania exportar su grano a través del mar Negro a pesar del bloqueo naval de Rusia. Dado que los puertos marítimos ucranianos son demasiado peligrosos para los buques que transportan grano con destino a Oriente Medio y África, sus puertos en el Danubio se han convertido en la última salida marítima para millones de toneladas de grano.

Sus principales puertos del Danubio —Izmaíl y Reni— se han convertido también en una trampa potencialmente peligrosa, al encontrarse tan cerca de Rumanía, miembro de la OTAN, y por tanto del territorio cubierto por el compromiso de seguridad colectiva de la alianza. Un dron o misil ruso que volara unos metros fuera de su trayectoria podría arrastrar a Estados Unidos y sus aliados a una confrontación militar directa con Rusia.

La última vez que se temió que la OTAN fuera objeto de un ataque ruso fue en noviembre, cuando un misil que Ucrania insistió en que era ruso cayó en un pueblo polaco a pocos kilómetros de la frontera ucraniana y mató a dos polacos. Pero resultó ser un misil de defensa antiaérea ucraniano, por lo que los temores de una guerra más amplia se disiparon rápidamente.

Sin embargo, los episodios rumanos siguen teniendo los nervios a flor de piel. El sábado, tres días después del ataque con drones a Izmaíl, las sirenas antiaéreas volvieron a sonar en el lado ucraniano del río. No se produjo ningún ataque, pero el estruendo de las sirenas, audible con claridad al otro lado del Danubio en Plauru, convenció a algunos aldeanos rumanos de que estaban viviendo en una zona de guerra.

Daniela Tanase, de 44 años, que vive con su hijo y su marido al final del pueblo, dijo que las sirenas habían despertado a su familia a las 6 de la mañana. El pueblo es indiscutiblemente parte de Rumanía, afirmó, pero el ataque de los drones la dejó con la sensación de “como si estuviéramos allí”, en Ucrania.

Los habitantes de la aldea no creen que Rusia tenga intención de atacar su aislado rincón de Rumanía, entre otras cosas porque el pueblo tiene muy pocas cosas que Rusia pueda codiciar. “Aquí parece la Edad Media: no hay agua potable ni tiendas ni carreteras”, explicó Marin Stoian, un jubilado que se trasladó a Plauru en verano para estar con su pareja, una lugareña de 71 años. “Aquí no hay nada para Rusia ni para la OTAN”, añadió.

Pero sean cuales sean las intenciones de ambas partes, el riesgo de un error de cálculo es aterrador.

La preparación para posibles problemas en el Danubio forma parte desde hace tiempo de los ejercicios militares anuales de la OTAN en Rumanía. En su iteración más reciente, en junio, soldados estadounidenses y rumanos cruzaron una sección del río para poner a prueba lo que la alianza describió como “su capacidad para moverse rápidamente a través de terreno difícil durante operaciones militares”.

“Formamos parte de la OTAN y no deberíamos correr ningún peligro por parte de Rusia, pero podría producirse fácilmente un accidente en cualquier momento. Nuestra orilla del río está a pocos metros de Ucrania”, declaró Teodosie Gabriel Marinov, gobernador de la Autoridad de la Reserva de la Biosfera del Delta del Danubio, organismo gubernamental responsable de la parte rumana de una vasta zona húmeda situada a caballo entre Rumanía y Ucrania.

Durante unas horas de tensión el 2 de agosto, pareció como si Rusia hubiera cruzado una línea roja hasta entonces inviolable entre el territorio ucraniano y el de la OTAN. El hijo de Tanase, Marius, pescador, dijo al alcalde de un grupo de aldeas del delta del Danubio que había visto al menos una aeronave no tripulada rusa sobrevolar directamente la casa familiar antes de desviarse del espacio aéreo rumano para atacar Izmaíl. Otro aldeano informó que un dron había aterrizado en un bosque de Rumanía.

El alcalde Tudor Cernega transmitió la historia del pescador a una cadena de televisión rumana, que no tardó en informar que drones rusos habían entrado en Rumanía. Por la tarde, expertos y comentaristas de los medios de comunicación discutían con ansiedad si Rumanía y, por tanto, la OTAN, estaban siendo atacadas.

Según Cernega, el estado de alarma era tan intenso que el sacerdote ortodoxo local huyó con su familia en ferri a la ciudad más cercana.

“Ahora resulta divertido, pero en aquel momento era aterrador”, afirmó. “Todos teníamos la impresión de que nos habían abandonado”.

Las fuerzas aéreas rumanas enviaron un equipo de expertos a Plauru para investigar. Mediante un comunicado, el Ministerio de Defensa informó que no había encontrado indicios de que ningún dron ruso hubiera aterrizado en el bosque ni de que se hubiera violado el espacio aéreo rumano.

Eso y el conocimiento de que la OTAN tiene una gran base aérea a solo 80 kilómetros de distancia, cerca del puerto del mar Negro de Constanza, ha calmado en gran medida las preocupaciones en Plauru y otros pueblos de que Rusia podría arriesgarse a lanzar un ataque deliberado.

En algunos lugares a lo largo del Danubio, la distancia es incluso menor, pero es difícil de calcular porque la frontera se ha desplazado al cambiar el curso del río.

En la computadora de su oficina, Cernega, el jefe del distrito, descargó un mapa oficial que identificaba bosques y tierras de cultivo que siempre consideró parte de su distrito como pertenecientes a Ucrania.

“Necesito saber dónde está realmente la frontera”, comentó. “El Ministerio de Defensa debería decírmelo. Si no, 2 + 2 no son 4, sino 6. Es muy peligroso si no sabemos en qué país estamos”.

c.2023 The New York Times Company