Asturias no arde, la queman
Asturias aparece desde hace décadas, junto con Galicia y Cantabria, entre los territorios de España que acumulan el mayor número de incendios forestales y la mayor extensión de monte quemado anualmente. Tal y como estamos sufriendo desde hace semanas, estos incendios aparecen por oleadas a finales de otoño y de invierno, coincidiendo con eventos de temperaturas suaves y fuerte viento sur.
Desde una perspectiva científica ecológica esta situación es, cuando menos, paradójica, ya que se trata de una región de clima templado oceánico con abundantes lluvias y temperaturas suaves. Aquí, lo esperable es una muy baja frecuencia de incendios de baja intensidad, causados por los rayos de tormentas. ¿Cómo es posible, entonces, esta situación?
Cambio climático e incendios
Puede argumentarse que la causa es el cambio climático global, que acarrea calentamiento –incremento de temperatura promedio– y un aumento de la frecuencia de eventos meteorológicos extremos (por ejemplo, las grandes tormentas eléctricas). Esta asociación causal entre cambio climático e incendios es un titular ya casi de manual en la prensa local.
Sin embargo, el calentamiento en sí no es una causa directa de incendios, y menos en otoño e invierno. La zarza ardiente, que combustiona de forma espontánea, es una eficaz metáfora bíblica pero no es una realidad física. Sí es cierto que el calentamiento disminuye la humedad de la vegetación, aumentando la probabilidad de que, por ejemplo, la caída de un rayo devenga en un incendio, y también de que ese incendio tenga luego mayor intensidad y extensión. Pero, estrictamente, el calor no provoca incendios. Por otra parte, tampoco existen evidencias claras de que la frecuencia y la magnitud de las tormentas eléctricas esté incrementando en Asturias debido al cambio climático.
¿Arde? ¿O la queman?
Descartado el clima como mecanismo relevante, sólo nos queda la acción humana como causa principal de los incendios. De hecho, la práctica totalidad de los incendios invernales asturianos son provocados, accidental o deliberadamente, por personas. Bajo las causas deliberadas subyace la denominada cultura del fuego, que fomentaría la quema de vegetación leñosa (matorrales y bosques) como medida de gestión agroganadera.
El conocimiento tradicional rural considera el fuego como una herramienta para mantener y mejorar la producción pecuaria, al abrir espacio para prados con hierba de mayor calidad nutricional para el ganado.
Esta creencia tradicional genera un trasfondo social que empuja a usar el fuego como única forma efectiva de “limpiar el monte”. Así, se justifica la eliminación de la vegetación leñosa para conseguir pastos, limpiar caminos y rodales agrícolas o, simplemente, para mantener un paisaje cultural donde dominan los espacios abiertos.
Desgraciadamente, las oleadas masivas de incendios suponen un desbordamiento de la cultura del fuego para entrar, con motivaciones adicionales de descontento social, en el vandalismo.
Bajo un esquema de uso tradicional, se asume de forma paradigmática que el fuego incrementa la rentabilidad ganadera extensiva. Sin embargo, las pruebas empíricas de que este paradigma funcione a escala espacial amplia son escasas. Se considera que el fuego mejora el pasto cuando afecta a superficies reducidas y de poca pendiente, y cuando tras el fuego se fomenta un pastoreo controlado y rotatorio con animales que, como las cabras, se alimentan ramoneando los rebrotes de matorrales que tienen una alta capacidad de recuperarse rápidamente tras el fuego. Este control del matorral posibilitaría la expansión de hierbas diversas y ricas en nutrientes, que pueden ser aprovechadas por ganado de dieta más selectiva como el vacuno.
Esto es la teoría. En la práctica, las condiciones agropecuarias en Asturias distan mucho de ser las adecuadas para un supuesto binomio fuego-rentabilidad ganadera.
Así, la cabaña regional está dominada por vacas, poco efectivas para aplacar el rebrote del matorral quemado, y cuyos rebaños se mueven poco y tienden a concentrarse en extensiones reducidas del monte (los llamados puertos).
El resultado paradójico es que, bajo el actual modelo de uso ganadero extensivo, el fuego es el mejor aliado del matorral.
El impacto ambiental de los incendios
Cualquier valoración agronómica o social de los incendios en Asturias debe tener en cuenta el balance entre los posibles beneficios y los perjuicios ambientales.
Oleadas de incendios como la vivida en Asturias este mes de marzo son un verdadero desastre ecológico.
En el ambiente de la montaña cantábrica, estas altas frecuencias y extensiones de incendio conllevan la pérdida de biodiversidad debido a que, como ocurre en otros ambientes templados, muchas especies apenas tienen capacidad para enfrentarse al fuego.
No deberíamos aplicar aquí los esquemas de los ecosistemas mediterráneos, donde la vegetación ha evolucionado en un ambiente de fuego frecuente que selecciona rasgos para resistir al fuego o recuperarse del mismo (como tener semillas que soportan las altas temperaturas, o mostrar una gran capacidad de rebrote).
La consecuencia de la pérdida de vegetación tras los incendios es el arrastre de los nutrientes minerales del suelo por el agua de escorrentía, un efecto especialmente intenso en áreas de mucha pendiente y con frecuentes lluvias. Así son, precisamente, las montañas asturianas. Este lavado y la alteración de la estructura del suelo tras los incendios recurrentes fomentan la erosión.
Además, la combustión y el humo de los incendios suponen una importante fuente de emisión de partículas contaminantes perjudiciales para la salud y de CO₂ que contribuye al efecto invernadero.
Dicha liberación de carbono es especialmente gravosa si tenemos en cuenta que, por clima, tipo de suelo y características biológicas, los bosques y los matorrales de Asturias están entre los ecosistemas con mayor potencial para acumular carbono de España, tanto en la biomasa como en el suelo.
Finalmente, es necesario tener en cuenta que, tal y como la sociedad rural valora culturalmente los espacios abiertos por el fuego, otra gran parte de la sociedad asturiana valora positivamente las contribuciones que bosques y matorrales aportan al bienestar humano de múltiples formas.
¿Merece la pena?
Visto lo expuesto, los incendios en Asturias aportan poco y perjudican mucho. Deberíamos entonces plantearnos, con urgencia, cómo evitarlos.
Solucionar esta problemática requiere, aparte de perseguir y penalizar los delitos, convencer a los que encienden el fuego de que no merece la pena. Este es un trabajo de toda la sociedad asturiana que, para ello, necesita un conocimiento básico de las causas y las circunstancias ambientales y sociales de los incendios.