El argentino que fundó una ONG para ayudar a escuelas rurales en Kenia y se convirtió al islam por amor

Santiago del Giudice se había encariñado mucho con Catherine en su primer viaje a Kenia. La niña había quedado ciega a los dos años por culpa de la malaria y de igual manera, caminaba todos los días largas cuadras en medio del campo agreste de Kangundo para buscar agua.

Santiago conoció a Catherine en 2013 cuando trabajaba como voluntario en una escuela primaria rural integradora en la provincia de Machakos en Kenia. La vida allí era muy diferente a todo lo que él conocía. "La gente vivía como hacía 150 años. No había agua, no había electricidad. Caminaban kilómetros hasta la canilla más cercana, llenaban un balde y así se bañaban", recuerda el argentino de 31 años en diálogo con LA NACION desde Nairobi.

La comunidad rural en la que se encuentra la escuela en la que vivió Santiago es muy precaria. "La pobreza del campo es diferente a la de la ciudad. En la ciudad la gente ve lo que no tiene, en el campo la gente no tiene nada. Tienen muchos hijos y no dan abasto. No tienen trabajo, viven de lo que pueden vender en el mercado. A veces te parece que tienen comida porque son granjeros pero no tienen plata".

Cuando la experiencia terminó luego de un año, Santiago regresó a Buenos Aires pero desconcertado por todos los obstáculos que le tocaba enfrentar a la pequeña Catherine y a su comunidad. Entonces se le ocurrió una idea: pagaría el año escolar de la niña para aliviar la carga de la familia. Entusiasmado, comentó su idea a sus papás, hermanos y amigos. Y pronto todos estaban colaborando con la educación de un niño en Kenia. Esos fueron los inicios de lo que años más tarde se convertiría en la Fundación Avocado.

Después de seis meses en la Argentina, Santiago, trastocado por su primera experiencia en África, se enteró de un posgrado en innovación social en el Amani Institute en Nairobi, que había sido fundado por una argentina. "Apliqué y quedé. Fue una señal. El universo me llevó de nuevo a Kenia".

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Allí, Santiago tuvo su primer contacto con la sustentabilidad. Como parte del posgrado creó su primer proyecto sustentable con fines sociales: "Tambores en la oscuridad". La idea surgió una noche cualquiera en una fiesta en la capital en la que tocaba un grupo percusionista junto al Dj. "Quedé fascinado y pensé: 'nosotros tenemos que hacer esto'". Inspirado por Catherine y los otros niños de la escuela rural de Kangundo, Santiago pensó en formar una banda de percusión de no videntes y tocar en festivales, fiestas y otro tipo de eventos. "La idea era generar empleo y conectar a través de momentos felices y no de la caridad o de la pena", explica.

Y así fue. Junto a un amigo colombiano hicieron un casting, seleccionaron a los músicos y se contactaron con un percusionista muy reconocido en Kenia que se ofreció a enseñar gratuitamente. Tocaron en festivales, fiestas y en el Rotary Club de Nairobi. "No nos pagaban millones pero fue mi primer amor, mi primer emprendimiento".

El sueño era llevar al grupo a Europa, cuenta Santiago. Pero con el tiempo se quedaron sin plata para pagar los viáticos de los músicos, uno de ellos murió de diabetes y el proyecto cesó.

Entretanto, el joven argentino continuaba viajando los fines de semana a su amada escuela. A esta altura había logrado conseguir una bomba de agua, cavar un nuevo pozo y renovar los baños. "Antes había letrinas por donde caminaban las ratas. Los niños, incluso los ciegos, tenían que embocar ahí. No eran buenas condiciones de higiene para nada", recuerda.

Una noche Santiago comenzó a sentirse mal. "Tenía fiebre muy alta y empecé a delirar". Fue a un hospital y se desmayó en la recepción. Lo siguiente que recuerda fue despertarse en una cama rodeado de médicos y enfermeras que lo diagnosticaron con malaria. Luego de unos días se recuperó pero tras esa experiencia, sumado a que no conseguía empleo y que se acercaba el casamiento de su hermano, decidió regresar otra vez a su casa en San Isidro, en Buenos Aires.

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Pero estuvo poco tiempo en el país. Unos meses después ganó la Beca Atlas Corps y viajó a Washington para trabajar en la Cruz Roja norteamericana, a unas cuadras de la Casa Blanca. "Los extremos con los que me manejaba", se ríe Santiago al comparar su experiencia en una capital mundial con el campo keniano.

Su rol en la Cruz Roja era el de coordinar un programa global de capacitación para el uso de una aplicación móvil de primeros auxilios, desastres y pandemias. "¿Para qué tenemos la opción de pandemias?, me preguntaba entonces. Ahora me río", dice Santiago.

Cuando terminó su contrato le ofrecieron extender cuatro meses más pero de forma remota, por lo que podía elegir cualquier lugar del mundo para trabajar. Sin dudarlo eligió Kenia una vez más. Lo que no imaginaba es que en este último viaje conocería al amor de su vida.

Aisha y la conversión al Islam

En julio de 2018 conoció a Aisha en una fiesta. Comenzaron a salir, se pusieron de novios y al poco tiempo se mudaron juntos. Pero todo en secreto. La joven keniata es musulmana y proviene de una familia religiosa de Mombasa, la ciudad costera más importante del país, por lo que su amor no era bien visto. Se había escapado de su casa y se había instalado en la capital, lejos de los mandatos familiares.

Estuvieron juntos dos años yen ese tiempo Santiagoaprendió mucho sobre el Islam. "Las costumbres más opresoras tienen que ver con la cultura y no con la religión. El Islam no avala el desprecio ni la violencia por la mujer, al contrario. Hay mucho prejuicio en Occidente", opina.

Pero llegó un momento en que se cansaron de esconderse y decidieron tomar el próximo paso. "Yo sabía que para estar con ella tenía que casarme, y para casarme tenía que convertirme al Islam", explica el argentino, quien para ese entonces había estudiado sobre la religión junto a Aisha. "Ella me habló sobre el profeta Mahoma, me leyó versos del Corán y a mi me intrigaba desde el punto de vista filosófico. Aunque vengo de una familia católica, me había alejado de la religión hace años; estaba más interesado por el budismo, el mindfulness y mantener mi mente abierta a cosas nuevas".

Para la conversión la pareja viajó a la isla de Lamu, donde está uno de los asentamientos swahili más antiguos y mejor conservados en África oriental. Lamu también ha sido anfitrión de grandes festivales religiosos musulmanes desde el siglo XIX, y se ha convertido en un importante centro para el estudio de las culturas islámica y swahili. Al llegar se contactaron con un imán que llevó a cabo la ceremonia en una mezquita del siglo XVI, donde tuvo que repetir unas oraciones en árabe. "Por una cuestión religiosa Aisha se quería casar con alguien musulmán, pero no le importaba que sea un converso por amor. Ella no espera que ayune en ramadán ni que rece tantas veces por semana", dice Santiago.

De Lamu volaron directamente a Mombasa, donde Santiago finalmente conocería a la familia y pediría la mano a la madre. Los padres de Aisha están separados, su papá vive en otra ciudad y su mamá, directora de una escuela, es la cabeza de la familia. "Como en una película, me citó en su oficina, me senté, me presenté, le dije que me había convertido al Islam y que me quería casar con su hija".

Después de un breve interrogatorio, la madre de Aisha le pidió que se retirara y fue a consultar con un imán. Ese mismo día aceptó la propuesta. Pero había que pagar una dote. "Le expliqué mi situación a la mamá, que era la negociadora, y llegamos a un número, nada exorbitante".

Un mes después, Santiago y Aisha se casaron en Mombasa. La familia de éste no pudo viajar por el coronavirus pero vieron toda la ceremonia por Zoom. "Fue de película", dice Santiago, quien vistió un traje tradicional.

Fundación Avocado

En todo ese tiempo en África, Santiago consiguió trabajo en Ashoka, una organización internacional que promueve el emprendimiento social, pero jamás abandonó su escuela de Kangundo. El proyecto comenzó a crecer y se sumaron otras escuelas rurales de la zona. Para seguir recibiendo donaciones tuvo que crear su propia ONG, la Fundación Avocado, un nombre que eligió por su fanatismo por las paltas, abundantes en la región.

"Hicimos tres pozos de agua en otras escuelas, construimos cuatro clases en otro colegio donde estaban dando las clases debajo de un árbol porque el Ministerio de Salud había clausurado las aulas porque no cumplían con las condiciones mínimas de seguridad. Montamos un kiosko para que la escuela pueda vender agua a la comunidad y buscamos otras formas de que puedan generar plata para seguir mejorando", cuenta Santiago.

"Así fui tejiendo mi red de contactos en Kangundo. Esto no es mi trabajo, lo hago para devolver un poco de lo que me dio el universo", reflexiona.

Por el momento, Santiago no piensa volver a la Argentina, solo para visitar a su familia y amigos, quienes lo han apoyado en toda su aventura. Su sueño es construir una casa en la playa en Kenia, adoptar un perro y mudarse ahí con Aisha.

Para ayudar a la Fundación Avocado:

Web: www.avocadofoundation.orgInstagram: @avocadofoundationkenyaMail: avocadofoundationkenya@gmail.comDonaciones: para donar desde Argentina, enviar un mensaje a través de email, web o por privado en Instagram.Para donaciones desde otros países, se puede donar desde la pagina web a través de PayPal