Argentina - Uruguay: vacío de fútbol, al campeón del mundo se le desacomodó la corona en la Bombonera
Hacía falta un rival guerrero, pero también valiente y desacomplejado, para que al campeón del mundo se le desacomodara la corona por primera vez. Hacía falta encadenar rendimientos muy por debajo del promedio, también, para que ese oponente viera una hendija por la cual meterse, plantarse y escribir una noticia que da la vuelta al planeta. Porque llegó el día de la primera derrota de Argentina después de Qatar, que es como se mide el tiempo desde el 18 de diciembre de 2022. Y fue a manos de este renovado Uruguay del maestro Bielsa, el primero en abandonar -cabizbajo, pasitos rápidos- el césped de la Bombonera una vez consumado el golpe charrúa. Entonces, más que revolver en el tarro de las excusas, conviene ver la película completa de una noche rara.
No resulta habitual ver que Argentina no encuentra soluciones a los problemas que le plantea el rival de turno. Ocurrió en buena parte porque este no era uno cualquiera, y también porque el campeón jugó… como si fuera cualquiera. El invencible dejó de serlo, mientras el fútbol le ofrece un guiño hermoso: tendrá la oportunidad de sacarse de encima el sabor agrio el martes que viene en el Maracaná, contra el otro gigante del continente. Antes, claro, deberá recuperar el fútbol que extravió aquí.
A Uruguay le tomó cinco minutos, los primeros, acomodar el partido al plan que había diseñado Bielsa en Montevideo. El inicio fue más Scaloni style: la selección salió decidida a asfixiar a los volantes visitantes, con el equipo bien adelante, y merodeó el gol en la primera jugada. Pasado ese sofocón, Uruguay se encontró de repente con agua en el desierto: un pelotazo puso a Darwin Núñez mano a mano con un dubitativo Dibu Martínez -retrocedió en lugar de achicar-, pero el 9 de Liverpool no le acertó al arco y desperdició una oportunidad de la que podría redimirse más tarde.
El partido tuvo siempre el tono que se puede esperar en cada clásico del Río de la Plata: pierna al límite en cada cruce, la boca también. Ya a los 19 minutos se armó un pelotón entre la mitad de los jugadores, propiciado por un cruce entre De Paul y Maximiliano Araujo, los dos más picantes de la cancha. Para entonces, Uruguay ya peleaba por la pelota en una zona menos caliente y se desplegaba a favor de una idea clara: ser bien ancho para que Darwin Núñez y De la Cruz tomaran por asalto los pasillos interiores.
A la selección no le fluía el juego. Todo era más bien espeso, la pelota se empujaba más de lo que se la tocaba. Messi buscaba, forcejeaba, jugaba cuando podía. Y las bajas más pronunciadas estaban allí donde se cocina todo: el mediocampo. Alexis Mac Allister (amonestado) y Enzo Fernández no se parecían en nada a la versión habitual de ellos mismos. Un precio muy caro para el juego del campeón del mundo. Y la noche de una Bombonera que observaba el partido en calma se hizo más oscura cuando Matías Viña cobró en pesos uruguayos (valen bastante más que los nuestros, sí) su obstinación: le ganó un duelo a Nahuel Molina por la banda, tiró el centro rasante y por el otro lado apareció Ronald Araújo para cruzar el remate y gritar gol. El primero que recibía Argentina desde que se consagró en Qatar, además. Ensimismado, Bielsa se habrá sentido íntimamente satisfecho: pase de un lateral, gol del otro. De visitante y ante el campeón del mundo.
A Scaloni se le presentaba el desafío de jugar en desventaja, algo que no le pasaba a la selección desde el debut en el Mundial, ante Arabia Saudita. Tocó teclas en el entretiempo: entró Lautaro Martínez, Álvarez pasó a jugar por izquierda, Nicolás González fue a la derecha y De Paul se paró de volante central por Mac Allister, que salió. El esquema pasó a ser 4-2-3-1, con Messi flotando por el medio. Todo ese reacomodamiento le permitió a Uruguay disponer de unos primeros minutos de control -tuvo una acción clara de gol en la primera jugada-, pero enseguida el guion giró hacia lo previsible: Argentina volvió a hacerse de la pelota y machacar contra el área de Rochet, aunque la perforaba entre poco y nada.
La rueda de los cambios en Argentina siguió girando, sin que apareciera nunca la llave que abriera el cerrojo: adentro Di María, afuera un flojísimo González; adentro Exequiel Palacios, afuera De Paul. Bielsa tenía desde el comienzo de la etapa a Josema Giménez en el centro de la defensa para resistir, pero nunca renunció a jugar. Pasaban los minutos y los visitantes no sufrían el desarrollo como podía esperarse, entre otras cosas porque Argentina no encontraba el pase filtrado que desatara el nudo. Aquel tiro libre de Messi que besó el travesaño era ya una imagen lejana, ya el equipo había perdido cualquier atisbo de compostura. Y en ese trámite, con la selección empujando, llegó la estocada charrúa que terminaría con la discusión: Núñez tuvo tiempo de recordar su jugada del primer tiempo mientras corría otra vez libre contra Dibu, pero esta vez no falló. Un gol de esos que no se olvidan. Como no olvidará Uruguay su nueva proeza.