Aquello que trepa un árbol debe desarrollar la habilidad de bajar de él

Una fotografía sin fecha proporcionada por Jeremy DeSilva en la que un chimpancé trepa un árbol. (Jeremy DeSilva via The New York Times)
Una fotografía sin fecha proporcionada por Jeremy DeSilva en la que un chimpancé trepa un árbol. (Jeremy DeSilva via The New York Times)

Hace millones de años, un simio ancestro de la humanidad decidió trepar un árbol. Quizá buscaba alimento, quería escapar de un depredador o buscaba un lugar con sombra para descansar. Más tarde, como toda creatura que asciende hasta las alturas del dosel de un bosque, nuestro pariente descubrió que bajar en una pieza es menos fácil de lo que parece.

Aunque ese primate ancestral debe haber solucionado el problema, los científicos han tenido que trabajar mucho para descubrir qué pasó para que lo que subió lograra bajar y qué relación tiene con la evolución de nuestra especie.

“Todos se concentran en el acto de trepar, porque es difícil. Todos los seres humanos podemos identificarnos con esa tarea, como, por ejemplo, subir el tubo de una estación de bomberos, que es todo un reto”, comentó Nathaniel Dominy, biólogo evolutivo de la Universidad de Dartmouth. “Pero nadie se molestó en estudiar la acción de bajar, porque a la gravedad no le interesa si vas hacia arriba o hacia abajo”.

En un estudio publicado el miércoles en la revista Royal Society Open Science, Dominy y sus colegas revelaron que es posible que los simios y nuestros ancestros humanos hayan desarrollado articulaciones flexibles en hombros y codos para contrarrestar los efectos de la gravedad en su cuerpo más grande, como una especie de sistema de frenos para controlar con precisión su descenso de los árboles. Los investigadores creen que esta adaptación persistió hasta que los primeros seres humanos cambiaron los árboles por hábitats en las praderas, donde sus versátiles extremidades superiores les permitían buscar comida, cazar y defenderse.

Es posible que este descubrimiento revele más acerca de los pasos progresivos en la evolución que llevaron a que nuestros ancestros humanos caminaran erguidos y sus manos quedaran libres para elaborar y cargar herramientas.

Un hallazgo clave fue el de Mary Joy, coautora del estudio que en ese momento estudiaba la licenciatura en Dartmouth. Había estado viendo videos de chimpancés, que son los parientes vivos más cercanos del ser humano, y de mangabeyes grises, un mono del Viejo Mundo nativo del África occidental y central. Realizaron las grabaciones otros dos autores del estudio, Luke Fannin, estudiante de posgrado, y Jeremy DeSilva, profesor de Paleoantropología en Dartmouth.

Una fotografía sin fecha proporcionada por Luke Fannin en la que aparece un grupo de mangabeyes grises, mono nativo de África occidental y central. (Luke Fannin via The New York Times)
Una fotografía sin fecha proporcionada por Luke Fannin en la que aparece un grupo de mangabeyes grises, mono nativo de África occidental y central. (Luke Fannin via The New York Times)

Joy se percató de que ambos animales trepaban los árboles con el mismo esfuerzo. Sin embargo, sus movimientos para bajar eran distintos.

Con software que por lo regular se utiliza para analizar el movimiento de atletas humanos, Joy observó que, cuando los chimpancés bajaban de un árbol, extendían los hombros y los codos por encima de su cabeza mucho más que los monos más pequeños. En comparación con los mangabeyes grises, los chimpancés flexionaban los hombros aproximadamente 14 grados más y los codos, unos 34 grados más para bajar de un árbol (con respecto a cuando subían).

“El movimiento que exhibían los mangabeyes era similar al de cuando trepaban, una forma muy angulada de sostener sus brazos”, explicó Joy. Para los chimpancés, parecía como una caída controlada, además de que utilizaban distintos movimientos para ir lo más rápido posible.

Este rango de movimientos más libre se ajusta a lo que ya sabían los científicos sobre las variaciones anatómicas entre los chimpancés y los mangabeyes, algo que revisaron los investigadores a partir de muestras de esqueletos. Según explicó DeSilva, la forma de las articulaciones de los simios es más parecida a una cabeza articular, mientras que la de los monos es más semejante a una pera. Además, las articulaciones del codo en los simios permiten una apertura más amplia. Esta combinación de factores hace posible un rango más amplio de movimientos.

La anatomía del hombro y el codo de los humanos es similar a la de los chimpancés, señaló DeSilva, al igual que la de homininos como Ardipithecus y Australopithecus. Dominy calcula que esta adaptación debe haber surgido hace de 15 a 20 millones de años.

Susan Larson, profesora de Ciencias Anatómicas de la Universidad Stony Brook en Nueva York, quien no participó en el estudio, comparó estos hallazgos con una pieza perdida de un rompecabezas que los científicos habían buscado incansablemente y que ofrece información crucial acerca de la evolución de los homínidos de los árboles a la tierra.

“Trepar y bajar de los árboles es muy importante para poder escapar de los depredadores y explotar recursos”, afirmó Larson. “Creo que sí nos da una opción para pensar por qué los primeros seres humanos conservaron estas características mucho tiempo, hasta que abandonaron los árboles y se convirtieron en cazadores bípedos”.

Los investigadores esperan corroborar sus hallazgos en otros simios de mayor tamaño.

“Hay monos grandes como los mandriles y los babuinos que algunas veces trepan a los árboles”, comentó Dominy. “Sería bueno ver qué hacen los monos de mayor tamaño para ‘trepar hacia abajo’”.

c.2023 The New York Times Company