Anne-Sophie Mutter, emperatriz del violín y sus espléndidos virtuosos

Donde quiera se presente Anne-Sophie Mutter convoca multitudes, es imán incluso si lo hace interpretando obras tan trilladas como “Las Cuatro Estaciones” de Vivaldi, anzuelo para un sector del público pero también opción remanida que puede disuadir a muchos.

En este caso ganó lo primero y el Knight Hall del Adrienne Arsht Center estaba casi colmado para la actuación de la gran violinista alemana y su conjunto de catorce jóvenes instrumentistas, los Mutter-Virtuosi, que guía, apadrina, lleva de gira desde el 2011, en esta temporada por los Estados Unidos, Miami afortunadamente incluida. A decir verdad el clásico de Vivaldi resultó un astuto anzuelo para presentar un programa que excedió las expectativas y que resultó un banquete musical multifacético capaz de satisfacer tanto a neófitos como a conocedores.

La velada se sintió impregnada por el goce de interpretar de músicos haciendo música con entusiasmo contagioso, detalle importante que conviene recalcar frente a tantos artistas de hoy perfectos pero helados. En esta ocasión primó una perfección de rara calidez irradiando desde la solista hacia el conjunto que generó una sensación de intimidad reconfortante, en todo caso un testimonio del poder de renovación de la música interpretada con inteligencia, entrega y talento superlativos.

La innegable “star quality” de Mutter campeó durante todo el programa que comenzó con el “Concierto en si menor para cuatro violines” del “monje rojo” veneciano en una lectura vigorosa, aterciopelada, impecable. Con “Gran Cadenza” del surcoreano Unsuk Chin, a quien Mutter comisionó la obra, se entró sin vuelta de hoja en el espinoso repertorio contemporáneo. Un feroz duelo para dos violines que puso a prueba el virtuosismo de la estrella y su joven colega Samuel Nebyu, literalmente sacándose chispas.

La gran violinista alemana y su conjunto de catorce jóvenes instrumentistas.
La gran violinista alemana y su conjunto de catorce jóvenes instrumentistas.

Quizás haciendo honor a la celebración del mes, Mutter presentó, según sus palabras, el estreno americano del “Concierto para violín en La mayor” de Joseph Bologne, caballero de Saint-Georges, el célebre violinista, compositor y espadachín franco-caribeño tan admirado por Mozart – en su época fue apodado “El Mozart Negro”, dicho sea de paso para abril se estrena en cines su biopic “Chevalier” – cuyo nombre va revalorizándose a medida que intérpretes de su talla lo añaden a su repertorio estándar. El concierto, una endiablada delicia clásica, propone un reto a un violín transformado en vehículo para una suerte de soprano coloratura capaz de fuegos de artificios vocales casi imposibles, obstáculos que Mutter sorteó despachándose con evidente placer y gracia ante el asombro del público mantenido al borde del asiento.

Algo parecido sucedió en la segunda mitad con “Las cuatro estaciones”, objeto de una versión inolvidable. Así como la semana anterior la joven directora neozelandesa Gemma New con la NWS había probado con la “Quinta Sinfonía” de Tchaikovsky que no hay obras “viejas” si se las recrea cómo se debe, desde un enfoque fresco y renovador pero respetando la tradición, Mutter y sus virtuosos regalaron un Vivaldi tan reverdecido que fue como escucharlo por primera vez, una auténtica hazaña al tratarse de una de las composiciones más populares del repertorio. Sin alardes ni poses aunque dentro de los cánones más estrictos del período, Mutter se permitió regalar un viaje por la historia de la música: fue barroca, tuvo momentos historicistas pero también plasmó insinuaciones y evocaciones al romanticismo más apasionado de Tchaikovsky y Brahms llegando hasta Alban Berg e incluso lo contemporáneo. Que no suene descabellado, en secuencias quasi cinematográficas fueron sucediéndose cuatro estaciones, provocando y evocando recuerdos y vivencias. El grupo y su capitana funcionaron como un formidable, veloz, aceitado auto de carrera, también cálido, humano, “vivo” en la mejor acepción del término.

El generoso programa tuvo un bis de corte cinematográfico que llegó como esperado postre, “The Long Goodbye” de John Williams, uno de los grandes colaboradores de la violinista, fue broche de oro a una velada musicalmente perfecta. Sólo una mácula y debe mencionarse por antipático que resulte: el irritante sector de la audiencia que aplaudió entre movimientos desconcentrando a músicos y público. Quizás ya sea hora de incluir en el anuncio preconcierto pedir abstenerse de aplaudir entre movimientos. Mientras tanto, una paciente Anne-Sophie Mutter miraba a sus músicos, sonriendo con elegante resignación, digna de una emperatriz hacia sus paisanos. Magistral en todo sentido.

La Serie Clásica del Arsht prosigue con otra fenomenal entrega, Brahms y Dvorak por la venerable Orquesta de Filadelfia dirigida por Nathalie Stutzmann y como solista estelar Gil Shaham, el próximo 15 de febrero a las 8 de la noche. Para adquirir entradas, visite https://www.arshtcenter.org/tickets/2022-2023/classical-series/the-philadelphia-orchestra-with-gil-shaham/

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