Un aniversario más de la muerte de Celia Cruz, la guarachera de Cuba

Hoy, 16 de julio, se cumplen 20 años de la muerte de Celia Cruz. Desde que debutó con la orquesta Sonora Matancera en 1950, fue conocida como “La Guarachera de Cuba”. Pero solo cuando triunfó en Nueva York la prensa la bautizó como “The Queen of Salsa”. Ese día, dejó de ser solamente de los cubanos para convertirse en la reina de todos.

Los reinos de Celia fueron varios: la vida, los escenarios y los estudios de grabación. En todos resultó ser una intachable soberana; sobre todo en el de la vida, donde reinó por más tiempo y en el que nunca dejó de comportarse con una humilde majestuosidad. Primero, como hija y hermana amantísima; después como esposa ejemplar; y, por último, como la respetuosa artista que jamás defraudó a su público.

Celia Cruz en un programa de la televisión cubana en la década de 1950.
Celia Cruz en un programa de la televisión cubana en la década de 1950.

Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alfonso, que fue su nombre completo, nació el 21 de octubre de 1925, en el habanero barrio de Santos Suárez. Su padre, Simón Cruz, nunca quiso que fuese cantante sino profesora. Para complacerlo, Celia matriculó en la Escuela Normal para Maestros de La Habana y cuando estaba a punto de graduarse abandonó su carrera para enseguida, en contra de la voluntad de su progenitor, matricular en el Conservatorio Nacional de Música.

El 14 de julio de 1962, se casa con Pedro Knight, primer trompetista de la orquesta, quien, en 1965, cuando Celia decide comenzar una carrera como solista, se convierte en su representante artístico.
El 14 de julio de 1962, se casa con Pedro Knight, primer trompetista de la orquesta, quien, en 1965, cuando Celia decide comenzar una carrera como solista, se convierte en su representante artístico.

Sus primeras actuaciones fueron como aficionada en los populares programas “La hora del té” y “La corte suprema del arte”, donde obtuvo los primeros premios. Hasta que, en 1948, Roderico Neyra, un destacado director musical de aquella época, la contrató como cantante para que formara parte de su grupo, “Las mulatas de Fuego”, con el que viajó a México y Venezuela, donde alcanzaron un gran éxito.

Los reinos de Celia fueron varios: la vida, los escenarios y los estudios de grabación.
Los reinos de Celia fueron varios: la vida, los escenarios y los estudios de grabación.

Sin embargo, la legendaria carrera de Celia Cruz no comenzó realmente hasta que, en 1950, en sustitución de la cantante puertorriqueña, Myrta Silva, entró a formar parte de la orquesta Sonora Matancera. Con ella triunfó en México, Argentina, Venezuela, Colombia y otros países del caribe. Y con ella también grabó sus primeros discos, entre ellos, Una noche en Caracas, en 1956, La incomparable Celia, en 1958 y La dinámica, en 1960, quizás el ultimo que grabó en Cuba antes de salir definitivamente de su patria hacia México. De esos años fueron sus éxitos, Cao Cao Maní Picao y Burundanga.

En su lecho de muerte pidió que la velaran también en Miami. Y así se hizo, su cadáver fue trasladado a la Torre de la Libertad y expuesta en capilla ardiente donde decenas de miles de cubanos, y de otras nacionalidades, desfilaron frente a su féretro.
En su lecho de muerte pidió que la velaran también en Miami. Y así se hizo, su cadáver fue trasladado a la Torre de la Libertad y expuesta en capilla ardiente donde decenas de miles de cubanos, y de otras nacionalidades, desfilaron frente a su féretro.

Después de permanecer un año en México se traslada a Estados Unidos junto con la Sonora Matancera. Allí, el 14 de julio de 1962, se casa con Pedro Knight, primer trompetista de la orquesta, quien, en 1965, cuando Celia decide comenzar una carrera como solista, se convierte en su representante artístico.

El día de su entierro, la ciudad de Manhattan amaneció con el cielo encapotado. Eso no impidió que una multitud se alineara a todo lo largo de la Quinta Avenida para darle un último adiós.
El día de su entierro, la ciudad de Manhattan amaneció con el cielo encapotado. Eso no impidió que una multitud se alineara a todo lo largo de la Quinta Avenida para darle un último adiós.

En 1966 Tito Puente la contrata para cantar en su orquesta. Esa feliz unión, que duró varios años, produjo seis discos y le abrió el camino para que cimentara su presencia en la activa escena musical neoyorquina de aquella época. Así, grabó con Johnny Pacheco, la Fania All Stars y Willy Colón, de donde nacieron éxitos como Cúcala, Quimbara y Bemba colorá.

Cuando la salsa comenzó a decaer en la preferencia del público, la asociación de Celia con la Fania llegó a su final. Otros ritmos surgían en el panorama musical y Celia debió reinventarse. Junto a los éxitos La vida es un carnaval, Siempre viviré y La negra tiene tumbao, llegaron sus famosas pelucas, los premios y galardones, asi como su famoso grito de ¡Azúcar!

Un poco después, como presagio de lo que estaba por suceder y pensando en su Cuba querida, grabó el tema, Por si acaso no regreso.

En 2002 Celia se sometió a una operación para extirparle un tumor cerebral. El final estaba cerca. Un año después, la cadena Telemundo le preparó un homenaje que terminó siendo una conmovedora despedida. Desde la primera fila, Celia recibió emocionada las muestras de cariño de todas las estrellas de la música que participaron en el acto.

Al final, Celia subió al escenario y con lágrimas en los ojos pidió que rezaran por ella. En ese momento la orquesta comenzó a tocar Yo viviré y ella lo interpretó como nunca. El público de pie aplaudía y lloraba a la misma vez porque sabía que se estaba despidiendo de la vida. Apenas cuatro meses después, el 16 de julio de 2003, Celia murió en Nueva York. En su lecho de muerte pidió que la velaran también en Miami. Y así se hizo, su cadáver fue trasladado a la Torre de la Libertad y expuesta en capilla ardiente donde decenas de miles de cubanos, y de otras nacionalidades, desfilaron frente a su féretro.

El día de su entierro, la ciudad de Manhattan amaneció con el cielo encapotado. Los relámpagos presagiaban lluvia. Eso no impidió que una multitud se alineara a todo lo largo de la Quinta Avenida para darle un último adiós. Sus admiradores coreaban sus canciones y lanzaban pétalos de rosas al paso de su ataúd que, envuelto en una bandera cubana, era transportado en un vistoso carruaje funerario tirado por dos caballos blancos.

Cuando el cortejo fúnebre llegó a la Catedral de San Patricio, comenzó la lluvia. Los que no habían podido entrar a la iglesia permanecieron en sus puestos soportando el chubasco. Justo al terminar la misa la lluvia cesó de repente y el sol se alzó sobre los rascacielos. Fue como un guiño celestial. Cuando sacaban el ataúd todos pudieron verlo: los colores de la bandera cubana que lo cubría resplandecían con inusitada brillantez en la recuperada luminosidad de la tarde. La reina había muerto, sí. Pero desde aquel día ha seguido viviendo en el corazón de su verdadero pueblo. Para siempre. Long Live the Queen!