Anita Hill sigue esperando un cambio, 30 años después de su testimonio

Estados Unidos aún no había entendido realmente el acoso sexual cuando Anita Hill testificó contra Clarence Thomas frente a un panel del Senado compuesto exclusivamente por hombres en octubre de 1991. De todos modos, fue confirmado en el Tribunal Supremo, pero el trabajo de Hill no había hecho más que empezar.

Ahora, tres décadas después, ¿qué desearía Hill, de 65 años, haberle dicho a Hill, de 35 años, la joven profesora del traje azul brillante que testificó con calma y deliberadamente aquel día, pero que no tenía ni idea de lo que le esperaba?

“Ojalá hubiera sabido entonces que el trabajo iba a llevar mucho tiempo”, dice ahora. “Que debía ser paciente; diligente, pero paciente”. Como abogada, había pensado que las instituciones harían su trabajo, afirma. “Lo que no entendía era nuestra cultura de negación”.

Se puede decir que Hill, una persona muy reservada que ha pasado toda su vida adulta en las aulas, no creció pensando en convertirse en una activista. Pero las audiencias del caso Thomas la llevaron por un camino diferente, y cuando en 2017 estalló la campaña #MeToo, se convirtió automáticamente en un potente símbolo. Sigue dando clases de género, raza y derecho en la Universidad de Brandeis y también preside la Comisión de Hollywood, que lucha contra el acoso en la industria del entretenimiento, además de otras labores de defensa.

Así que parece apropiado que el último proyecto de Hill sea uno que combine sus caminos de academia y activismo. Su nuevo libro, “Believing: Nuestro viaje de treinta años para acabar con la violencia de género”, es un estudio exhaustivo sobre la violencia de género, que analiza sus raíces, mide su impacto y sugiere formas de combatirla.

La semana pasada, Hill se reunió con The Associated Press para hablar del libro, el tercero de su autoría, y explicó que el proyecto se hizo más urgente a principios de 2020, cuando la pandemia se hizo sentir. Le preocupó saber que la violencia de pareja había aumentado en los primeros días de la pandemia.

A través de una mezcla de estudios académicos, análisis jurídicos, anécdotas y entrevistas, Hill examina diferentes esferas de la sociedad y constata que, aunque seguramente se comprenda mejor el acoso sexual y la violencia de género ahora que hace tres décadas -cuando el senador de Wyoming Alan Simpson se refirió en la audiencia a “esa mierda del acoso sexual”-, no se comprende lo profundamente arraigados que están los problemas.

También comenta que no es realista esperar que los valores más evolucionados de una generación más joven sean suficientes para erradicar la violencia de género, una idea que ella llama “el mito de la generación woke”. En primer lugar, las creencias de cualquier generación están mezcladas, pero también son las instituciones y los sistemas los que tienen que cambiar, menciona.

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“Es realmente peligroso que pensemos que la violencia de género no es un gran problema, que no es un problema que nos afecta (a todos)”, dice Hill. “Probablemente no haya nadie que no tenga una historia sobre algo que le haya ocurrido o a alguien que conozca”.

Y, según ella, a pesar del poder de los millones de tuits de #MeToo compartiendo esas experiencias que lanzaron el movimiento en 2017, un año después, en la audiencia de Brett Kavanaugh en el Tribunal Supremo, “Christine Blasey Ford testificó sobre su propia experiencia con la agresión sexual y el Senado pareció negarse a hacer siquiera una investigación exhaustiva”. “Así que es endémico y es sistémico”.

Su referencia al testimonio de Ford en el libro es especialmente conmovedora. El día en que Ford, una compañera académica, testificó, Hill estaba observando desde lejos en la Universidad de Utah, donde estaba hablando a una clase de estudios sobre la mujer. Pero se conocieron un año después. Hill dice que comparten un vínculo único.

“Ella y yo somos las dos personas en el mundo que han pasado por ello”, señala. “Sabía que esto iba a cambiar su vida para siempre, y quería saber de ella sólo a título personal, cómo iban las cosas, cómo lo estaba llevando, y asegurarle que las cosas mejorarían”. (Ford participó recientemente en un nuevo podcast con Hill, “Because of Anita”).

Algo con lo que Hill se puede identificar muy bien: la condena y las amenazas que recibió Ford. “Hubo años largo que me sentí un poco cegada”, indica Hill. “Me sentí afortunada por no tener hijos. Sí tenía padres ancianos por los que temía y me sentía muy protegida”.

Lo superó, afirma, “simplemente saliendo al mundo, no escondiéndose de él, saliendo y hablando en público, comprometiéndose”. Y escuchando las historias de las víctimas, “sabiendo que había algo más grande y más importante, y que podía marcar la diferencia en las vidas de las personas que estaban sufriendo”.

Lo que Hill ha aprendido, confirma, es que las actitudes pueden haber evolucionado, pero los sistemas y las instituciones no han seguido el ritmo. “No basta con que cambiemos como sociedad”, califica. “Si mantenemos los mismos sistemas, el problema va a seguir repitiéndose”.

Sin embargo, se siente alentada por lo que denomina la minuciosa investigación llevada a cabo por la fiscal general de Nueva York, Letitia James, sobre las acusaciones de acoso contra el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, que condujo a su dimisión. Esa investigación, reitera, debería servir de “modelo” para futuros casos de este tipo.

Hill también está preocupada por el doble impacto del racismo y el sexismo, y por la intersección de dos luchas que, al igual que la fundadora de #MeToo, Tarana Burke, considera que deben abordarse conjuntamente. Detalla que las estadísticas muestran que “el riesgo de ser víctima de la violencia de género aumenta en función de tu raza”. ¿Cómo se puede resolver ese problema sin tener en cuenta a ambos? No se pueden resolver los problemas a los que se enfrentan las mujeres de color si no se atiende al problema del racismo en este país”.

Otro punto que Hill aborda en su libro: la esperada disculpa que le ofreció en 2019 Joe Biden, que había presidido un escéptico Comité Judicial del Senado en 1991, cuando ella testificó que Thomas la había acosado cuando trabajaba para él en la Comisión de Igualdad de Oportunidades de Empleo. Hill ha dicho que el comité se negó a examinar seriamente sus acusaciones y, fundamentalmente, no permitió el testimonio de otros posibles testigos.

Hill bromea en el libro diciendo que ella y su marido solían decir, cuando su timbre sonaba inesperadamente en Massachusetts, era Biden que venía a disculparse. Cuando por fin llamó, justo antes de entrar en la campaña presidencial, ella escribe que le pidió que asumiera, como vocación, acabar con la violencia de género.

“No estoy segura de que me haya escuchado”, escribe.

Pero Hill tiene la esperanza de que Biden, ahora que ocupa el cargo más alto del país, pueda cumplir su petición. “Creo que el presidente Biden tiene un papel especial en la historia de estos temas que le da la oportunidad de cumplir con sus responsabilidades”, sostiene.

Preguntada sobre si realmente espera que ocurra, Hill responde: “siempre soy una persona muy esperanzada”. Pero añade: “seguiré abogando, ya sea este presidente o el próximo. Es algo que imagino que haré el resto de mi vida”.

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