‘Una amiga en París (Cartas, 1968-1972)’ cuenta la realidad de lo que estaba viviendo el pueblo de Cuba

Hace años, cuando todos recibíamos cartas por correo, el coronel de la famosa novela de García Márquez no tenía quien le escribiera. Hoy, como él, ya nosotros tampoco tenemos quien nos escriba. Cartas escritas a mano, quiero decir. Y es que en este mundo digital en el que vivimos no necesitamos, ni siquiera por su antiguo encanto, el género epistolar. Nos bastan, con su inmediatez y brevedad, los mensajes de textos.

Símiles literarios aparte, lo cierto es que las cartas han quedado para ser incluidas en las ediciones impresas de la correspondencia personal de escritores y también para que los historiadores las utilicen como fuentes de información en sus tesis académicas. Sin embargo, no creo que estas hayan sido las razones por las que, en su libro Una amiga en París (Ediciones Furtivas, 2024), Reinaldo García Ramos haya publicado una selección de las cartas que le envió a la escritora cubana Ana María Simo cuando ella recién comenzaba su exilio parisino.

Lo más probable es que lo haya hecho pensando que a muchos cubanos de su generación les resultarían importantes. Y es que, en realidad, lo son. No hay una sola en las que no sea posible encontrar valiosos retazos de nuestra historia reciente. El inicio de su amistad es una prueba de ello. Se conocieron cuando ambos eran parte del grupo de jóvenes que se agrupaban alrededor de las Ediciones El Puente, un proyecto literario no estatal fundado por el poeta José Mario Rodríguez a principio de los años sesenta con el propósito de que los escritores pudiesen publicar sus libros de manera independiente.

En aquella época, cuando cualquier desviación revolucionaria era castigada, se sabía que Ediciones El Puente no sobreviviría. El grupo no tardó en ser acusado de falta de compromiso político, de publicar a autores exiliados y de relacionarse con extranjeros. Algunos de sus miembros fueron detenidos y enviados a los campos de trabajo forzado conocidos como Unidades Militares de Ayuda a la Producción. Otros, como la propia Ana María, lograron abandonar el país. En una de las primeras cartas, fechada el 11 de febrero de 1968, García Ramos le escribe: “No tengo noticias de nadie. Me quedo solo. Hace dos días se fue José Mario. Sentimental estoy. Me parece que me voy a morir con telarañas en los ojos y comido por el polvo, muy viejo”.

portada
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Hay otras cartas que son una detallada cronología de cómo el miedo se fue asentando, poco a poco, en el alma de los cubanos: “La incomunicación y la desconfianza aquí en Cuba han llegado a planos que difícilmente puedas imaginar desde allá. A raíz del episodio Escalante y de las comprobaciones sorprendentes de la eficacia de los órganos de seguridad, la gente se volvió reticente. Se habla, se pide café o la cuenta con monosílabos”. En otra relata cómo fueron desmantelando, a través de la expropiación de los pequeños negocios privados, lo poco que quedaba de la antigua sociedad: “La cosa se agravó cuando el 13 de marzo Fidel habló de la Ofensiva Revolucionaria y de la necesidad de no tolerar críticas a las medidas de la Revolución”.

Así, entre las confesiones más íntimas y personales de García Ramos, emerge la realidad de lo que estaba viviendo el pueblo de Cuba: aumento de la represión, general al pueblo, constantes violaciones de los derechos humanos, persecución de homosexuales y la consolidación de un régimen de terror.

Una amiga en París es una colección de cartas que rebasa, sin que el autor quizás se lo propusiese, la intención con que las escribió. Y es que no solo son valiosas para los lectores que comparten un pasado común con él, sino también para quienes no vivieron aquellos años.

Ha hecho bien García Ramos en publicar este libro. Es cierto que ya nadie escribe cartas. Pero las que aparecen aquí son una prueba de lo históricamente importantes que podían llegar a ser.