En la Amazonía, la tribu asháninka restauró su territorio; ahora su objetivo es cambiar la región

Un indígena ashaninka se coloca pintura en la cara en la celebración anual para reconocer el territorio ashaninka en la aldea Apiwtxa, estado de Acre, Brasil, el 24 de junio del 2024. (Foto AP/Jorge Saenz)

ALDEA APIWTXA, Brasil (AP) — Era poco antes del amanecer cuando los asháninka, vestidos con túnicas largas, empezaron a cantar canciones tradicionales mientras tocaban tambores y otros instrumentos. La música se extendió por la aldea Apiwtxa, que había recibido a invitados de comunidades indígenas de Brasil y de la vecina Perú, algunos de los cuales habían viajado durante tres días para llegar. Al salir el sol, se trasladaron a la sombra de un enorme árbol de mango.

El baile, que duraría hasta la mañana siguiente, marcó el final de la celebración anual que reconoce al territorio asháninka a lo largo del sinuoso río Amônia en el oeste de la Amazonía. Las festividades de varios días y que duran casi todo el día, incluyeron el ritual de beber ayahuasca, la bebida psicodélica sagrada, torneos de tiro con arco, escalada a enormes palmeras de acai y pintura facial con pigmento rojo.

Lo que alguna vez fue una reunión para conmemorar a los asháninkas se ha convertido en una muestra de lo que han logrado: la autosuficiencia de la aldea —que proviene del cultivo de cosechas y la protección de su bosque —es ahora el modelo de un ambicioso proyecto para ayudar a 12 territorios indígenas en la Amazonía occidental, que suman 640.000 hectáreas (1,6 millones de acres)— aproximadamente el tamaño del estado de Delaware, en Estados Unidos, o la mitad del archipiélago de las islas Malvinas.

En noviembre, la Organización de los Pueblos Indígenas del Río Jurua, conocida por el acrónimo en portugués OPIRJ, obtuvo 6,8 millones de dólares en apoyo del Fondo Amazonía, la iniciativa más grande del mundo para combatir la deforestación de la selva tropical. Con Apiwtxa como modelo, la subvención está orientada a mejorar la gestión de las tierras indígenas con énfasis en la producción de alimentos, el fortalecimiento cultural y la vigilancia forestal.

“Estamos expandiendo todo lo que hicimos en Apiwxta a una región entera”, dijo Francisco Piyãko, líder asháninka y de la OPIRJ, frente a su casa en Apiwtxa.

“No se trata solo de implementar un proyecto. Lo que está en juego es un cambio cultural. Esto es esencial para proteger la vida, el territorio y sus pueblos”.

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NOTA DEL EDITOR: Este artículo forma parte de una serie sobre cómo las tribus y las comunidades indígenas afrontan y combaten el cambio climático.

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Los grupos indígenas han sostenido durante mucho tiempo que están en la mejor posición para conservar y proteger los bosques, ya que han gestionado con éxito los territorios durante miles de años. La gestión de las tierras indígenas es cada vez más un tema central de debate de políticas en las conversaciones sobre el clima a medida que el calentamiento global empeora y otros métodos para proteger los bosques, como los esquemas de créditos de carbono, han fracasado en gran medida.

En Brasil, los territorios indígenas comprenden el 23% de la región de la Amazonía —aproximadamente el tamaño de Sudáfrica— y está cubierta en gran parte por bosques tropicales antiguos que almacenan grandes cantidades de dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero que impulsa el cambio climático cuando es liberado a la atmósfera. En 2022, solo el 2% de toda la deforestación en la Amazonía ocurrió dentro de los territorios indígenas, la mayoría por acaparadores de tierras no indígenas. En el territorio Amônia de los asháninkas, la superficie deforestada hoy es del 0,03%, lo que subraya la exitosa gestión forestal de la tribu.

Hace 32 años, cuando el gobierno brasileño reconoció los derechos territoriales de los asháninkas, la zona donde se encuentra la aldea Apiwtxa era una extensa granja de ganado dirigida por colonos no indígenas. Los madereros habían degradado el bosque restante y talaron los árboles de caoba y otros igual de valiosos de la región. Las familias indígenas vivían dispersas y con miedo. Con pocas opciones, algunos trabajaban para agricultores y madereros en condiciones similares a la esclavitud.

La demarcación de tierras, que obligó a los forasteros a marcharse, abrió la puerta a la reforestación y al renacimiento cultural. Los asháninkas trasladaron su aldea principal, Apiwtxa, a un pastizal abandonado en una ubicación estratégica para la vigilancia. En los años siguientes, los líderes de la aldea, encabezados por Antônio —padre de Francisco Piyãko— y sus hermanos, establecieron un sistema de gobernanza centrado en el bien colectivo y la autosuficiencia, según un artículo coescrito por la antropóloga Carolina Comandulli y la Asociación Asháninka del Río Amônia – Apiwtxa.

Hoy, en Apiwtxa, cada una de las 80 familias debe cuidar una zona de bosque que incluye árboles frutales y plantas medicinales. Alrededor de la aldea hay también parcelas agrícolas donde se cultiva yuca, papa, plátano y otros productos. A lo largo de los años, los asháninkas han replantado árboles incluidos los de caoba.

Las amplias chozas tradicionales de Apiwtxa están rodeadas de estanques de peces y tierras que combinan cultivos y bosques, y que proporcionan alimentos para su escuela, algodón para la ropa, la enredadera y el arbusto con los que se produce la bebida alucinógena sagrada ayahuasca, árboles de achiote o urucum para la extracción de tintes, palmeras para construir techos de hoja de palma, plantas medicinales y árboles de embauba que proporcionan cuerdas para los arcos.

Los sistemas de gestión de la tierra sustentan varias dimensiones de la vida cotidiana de los asháninkas, explicó Comandulli, la antropóloga. “Ellos defienden su autonomía, que es algo que valoran mucho”, agregó. “Buscan la soberanía alimentaria, pretenden controlar la construcción de sus propias casas, la curación médica y se involucran en el proceso económico de las relaciones de mercado, con el cual sus artesanías se convierten en una fuente de ingresos”.

Igual de importante es que los asháninkas crearon una estrategia para desarrollar relaciones con las comunidades vecinas —tanto indígenas como no indígenas— para crear una “zona de amortiguamiento”, así como para llegar a instituciones fuera de la región.

Wewito Piyãko, presidente de la Asociación Asháninka del Río Amônia – Apiwtxa y hermano de Francisco, dijo que una gestión exitosa —que incluye detener las invasiones de forasteros como madereros o mineros— requiere trabajar tanto dentro de su territorio como más allá.

“Por eso creamos esta política de trabajar con las áreas circundantes, para que comprendan que lo que estamos haciendo es para nuestro beneficio y para el suyo también”, explicó Piyãko.

Los asháninkas comenzaron a expandir sus esfuerzos más allá de su territorio en 2007, cuando fundaron Yorenka Atame, o Centro de Saberes del Bosque, cerca del pueblo más cercano, Marechal Thaumaturgo, a tres horas en embarcación desde Apiwtxa. Allí, los asháninkas crearon un proyecto que integra cultivos y conservación forestal, una pequeña fábrica para procesar frutas y un lugar para eventos con aliados no indígenas.

En 2015, el Fondo Amazonía otorgó a la Asociación Asháninka del Río Amônia – Apiwtxa, liderada por el clan Piyãko, 2,2 millones de dólares para mejorar la gestión agroforestal en su territorio y extender su experiencia a otras tribus indígenas y comunidades ribereñas. Fue la primera vez que el fondo, respaldado principalmente por Noruega, pero también por Estados Unidos y otros países, financió a una organización indígena.

Al año siguiente, Isaac Piyãko, hermano de Wewito y Francisco Piyãko, fue elegido alcalde de Marechal Thaumaturgo, una ciudad de 17.000 habitantes, en su mayoría no indígenas, gobernada históricamente por empresarios que se beneficiaban de la extracción de caucho y familias vinculadas a la tala y la ganadería. Fue la primera vez —y hasta ahora la única— que un líder indígena se convertía en alcalde entre los 22 municipios del estado de Acre. En 2020, Piyãko fue reelegido.

Francisco dijo que la candidatura del líder asháninka se basó en el mismo principio que el proyecto de la OPIRJ: difundir su experiencia a toda la región, incluidas las áreas no indígenas. Uno de los proyectos de la Asociación Apiwtxa que se convirtió en política municipal bajo el mandato de Isaac ha sido la compra de comidas escolares locales a familias de pequeños agricultores, lo que ha reducido los productos industrializados como las sardinas enlatadas traídas desde miles de kilómetros (millas) de distancia.

A pesar de ese éxito, el cambio climático ha afectado la producción local y se ha convertido en un problema más que los asháninkas deben confrontar. El año pasado, durante una sequía récord en la Amazonía, el agua del río Amônia estaba tan caliente que por primera vez los asháninka dejaron de bañarse en él y miles de peces murieron. Este año, las comunidades amazónicas vuelven a sufrir una sequía generalizada.

“Los culpables de esto viven lejos de nosotros”, dijo Francisco al hablar sobre el cambio climático, del que históricamente las naciones industrializadas han sido las principales responsables. “Pero si comenzamos a señalar culpables, desperdiciaremos mucha energía y no resolveremos nada. En cambio, nos estamos enfocando en la adaptación. Estamos identificando los mejores lugares para construir casas y cultivar, mejorando el acceso al agua y gestionando los riesgos de incendio”.

Otro beneficiario del proyecto de la OPIRJ es el territorio apolima-arara. Está ubicado en un tramo del río Amônia, entre Apiwtxa y Marechal Thaumaturgo, y es uno de los territorios indígenas demarcados más recientes de Brasil. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva firmó su designación como ley en abril de 2023, luego de una lucha de dos décadas por ese reconocimiento.

Los apolima-arara, quienes participaron en las festividades de los asháninkas junto con los yawanawa, los huni kuin y otras tribus, lidian con algunos de los mismos problemas que enfrentaron sus vecinos hace décadas. Parte de su territorio ha sido deforestado por personas no indígenas y ellos trabajan para mejorar su producción agrícola. La aldea principal, Nordestino, ha eliminado en gran medida los pastos circundantes tras plantar árboles.

Hasta ahora, el proyecto de la OPIRJ ha proporcionado equipo agrícola y un barco para la vigilancia territorial.

“Apiwtxa es un ejemplo para nosotros. Ningún pueblo indígena recuperó su territorio fácilmente”, dijo José Angelo Macedo Avelino, líder apolima-arara, al interior de la choza colectiva de la aldea, acompañado por otros miembros de la tribu. “Apiwtxa sufrió igual que nosotros, y ahora su territorio ha sido recuperado. Nosotros planeamos hacer lo mismo”.

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