Alemania: el angustiante verano de uno de los países más seguros

BERLÍN.- Alemania rankea muy arriba en la lista de los países más seguros y pacíficos del mundo. Durante gran parte de la última década, los índices generales de criminalidad en Alemania disminuyeron y las estadísticas demuestran que los alemanes tienen relativamente pocas razones para sentirse inseguros.

Pero no es lo que creen muchos tras pasar un verano en vilo. A partir de junio, una seguidilla de hechos delictivos -algunos violentos y aparentemente al azar, otros dirigidos y de neto corte político; algunos a manos de migrantes, otros contra ellos- tuvo a los alemanes con el corazón en la boca y amplificó las tensiones que se cuecen en el país.

La magnitud de la intranquilidad de los alemanes quedó en el centro del debate público el mes pasado cuando un hombre empujó a una mujer y su hijo a las vías al arribar el tren a la estación de Fráncfort, en plena temporada de viajes de vacaciones. La mujer logró rodar y ponerse a salvo; su hijo de 8 años fue aplastado.

En un debate online sobre el hecho, la policía reveló por Twitter que el sospechoso era africano, suscitando la inmediata reacción del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD).

Seguridad e inmigración constituyen el núcleo de preocupaciones de AfD, cuyos miembros calificaron de amenaza para la estabilidad nacional la decisión de permitir el ingreso de más de un millón de migrantes tomada por la canciller Angela Merkel hace cuatro años.

"Protejan a nuestros ciudadanos de una buena vez por todas, y basta de esta cultura de puertas abiertas", tuiteó Alice Weidel, dirigente de AfD, tras la muerte del chico, el 29 de julio. El sospechoso arrestado, sin embargo, no era un beneficiario de la política migratoria de Merkel. Es más: ni siquiera vivía en Alemania.

El hombre, identificado solo como Habte A., es un eritreo de 40 años que vive desde hace más de una década en Suiza, donde tiene trabajo y familia. Según la policía suiza, el hombre era buscado porque había desaparecido de su barrio de Zurich tras amenazar a dos vecinos que creen que tiene problemas psicológicos. Habte A. sigue detenido en Fráncfort, donde enfrenta cargos por homicidio e intento de homicidio.

Si bien el caso podría haber pasado como una tragedia fruto de una enfermedad mental, lo cierto es que fue la chispa que encendió un reguero de nerviosismo en una sociedad que valora el orden y el consenso, pero que también está cada vez más polarizada políticamente.

En el acto recordatorio que se realizó frente a la estación de trenes, manifestantes de ultraderecha les gritaron consignas antiinmigrantes a los cientos reunidos para recordar al niño fallecido. La situación no se desmadró, pero fue tensa.

Horst Seehofer, ministro del Interior, respondió adelantando su regreso de las vacaciones para reunirse en Berlín con sus máximos asesores en temas de seguridad.

"La sensación de seguridad es muy frágil en la gente, y hechos como los de Fráncfort no contribuyen en nada", dijo Seehofer ante los medios tras aquella reunión, y prometió redoblar la seguridad en estaciones de trenes y establecer controles "inteligentes" en las fronteras con Suiza. "Hemos vivido varios hechos en las últimas semanas", agregó Seehofer, sin abundar.

Los expertos señalan, sin embargo, que esas medidas poco podrán hacer contra el nerviosismo actual que recorre al país, cuyas raíces profundas están en la psiquis alemana y en miedos más intangibles con sustento en el pasado.

La historia es ahora la línea de fondo de un país cada vez más dividido entre quienes temen que su seguridad esté en riesgo y anhelan un pasado idealizado, y quienes también ansían estabilidad, pero saben que Alemania debe adaptarse, por incómodo que sea, a los cambios actuales.

Entre esos cambios figuran el giro político de Europa y los procesos de digitalización y globalización que atraviesa el mundo. Sin embargo, para muchos en ambos bandos la divisoria de aguas la marca la cuestión migratoria.

"Para los alemanes, es una época de despabilamiento, desde los refugiados hasta el Brexit, pasado por el ascenso de Trump y Erdogan y el problema del cambio climático", dice Stephan Grünewald, psicólogo alemán que estudia los fenómenos de actualidad. "La consecuencia es una especie de angustia difusa sobre el futuro", dice Grünewald.

Esos temores no son totalmente infundados. Si bien la tasa de delitos violentos es baja en Alemania, entre 2014 y 2018 crecieron un 14% los delitos cometidos por simpatizantes de la ultraderecha.

De todos los delitos que se registraron en 2018, el 39% fueron cometidos por no alemanes, cuando solo representan un 12% de la población del país.

Durante este verano europeo, los titulares empezaron a reflejar esa tendencia. En julio, una pileta municipal de Düsseldorf empezó a cerrar más temprano y a exigir la presentación del documento de identidad, después de que se les prohibiera el ingreso a varias decenas de chicos y jóvenes "de aspecto norafricano", según palabras de la policía, que habían tenido un altercado con varios empleados y uno de los concurrentes.

En Starnberg, un exclusivo suburbio de Munich, la policía fue blanco de un grupo de adolescentes borrachos que intentaron liberar de la comisaría a uno de sus amigos, lo que terminó en disturbios.

A principios de junio, Walter Lübcke, legislador del partido conservador de Merkel, fue muerto frente a su casa y se perfila como el primer asesinato político de la ultraderecha desde la época de los nazis.

Camino a las elecciones en tres estados del este del país, los hogares de miembros de ambos extremos del espectro político, desde AfD hasta el partido La Izquierda, fueron blanco de intentos de incendio y bombas de estruendo.

Las encuestas más recientes muestran que AfD es la principal fuerza política en el este del país: a diez días de las elecciones en Sajonia y Brandemburgo, la ultraderecha supera por un punto a los conservadores de Merkel.

Traducción de Jaime Arrambide